El hombre que irradia alegría y autoridad
ROMA.- El jueves pasado, tuve el enorme privilegio de presenciar la entrevista que Francisco concedió a Elisabetta Piqué, mi mujer.
El Santo Padre nos dio la bienvenida con una gran sonrisa y con inmensa cortesía, y nos acompañó hasta su departamento de 70 metros cuadrados en el segundo piso de la casa de huéspedes del Vaticano, Santa Marta, que él convirtió en su hogar.
Nos sentamos a ambos lados del Pontífice y charlamos un poco, antes de que Elisabetta empezara con sus preguntas. Mientras escuchaba y sacaba fotos, me emocionó que revelara que, después de ser elegido papa, a los 76 años, Francisco se dijo a sí mismo: "Jorge, no cambies. Seguí siendo el mismo porque cambiar a tu edad es hacer el ridículo".
Lo conocemos desde hace años y, durante la entrevista, nos quedó claro que él no cambió: es el mismo hombre humilde de siempre, un hombre que nunca deja de ser "común", alguien que nunca se pone por encima de nadie. Es eso que Elisabetta llama "el escándalo de la normalidad" lo que lo convierte en una persona tan atractiva para millones de personas de todo el mundo. Y como Papa también conserva su humor. Durante la charla, se rió y exudó alegría.
Una de las cosas que más me impresionaron de él como Papa, y también durante la entrevista, es su extraordinaria paz interior. Hace un año, reveló que sintió que esa enorme paz interior descendió sobre él en el momento de su elección y que la considera un don de Dios. Desde entonces, esa paz ya no lo abandonó, y al estar con él uno lo siente.
Otro rasgo significativo de este primer papa jesuita es que claramente es un hombre de gobierno. Durante la entrevista, advertimos que no sólo tiene una visión global, sino también una extraordinaria percepción de los detalles y que es un hombre muy capaz de tomar decisiones difíciles.
Francisco es muy consciente de los problemas, las sombras, los escándalos y las resistencias que despierta su persona dentro y fuera del Vaticano, pero no lo perturban ni lo atormentan en lo más mínimo. "Dios en eso es bueno conmigo: me ha dado una sana dosis de inconsciencia", dijo con toda calma, cuando Elisabetta le preguntó justamente eso. "Voy haciendo lo que tengo que hacer", agregó.
Y cuando la entrevista pasó hacia cuestiones globales, Francisco siguió igual de cómodo que con temas internos, sin perder nunca el control de la situación, de los hechos, de los detalles y de los planes futuros.
Frente a las preguntas sobre la reforma vaticana, sus respuestas brillaron por su realismo. No se hace ilusiones: sabe perfectamente que una cosa es cambiar las estructuras, y otra muy distinta es cambiar las actitudes y los corazones. "Y la reforma espiritual es lo que en este momento me preocupa más: la reforma del corazón."
Su formación jesuítica le enseñó a intentar siempre ver la realidad desde la perspectiva de Dios y a buscar siempre lo bueno que hay en la gente y en las situaciones. Todo eso quedó muy claro durante la entrevista.
A lo largo de los años, logré entender que Jorge Bergoglio es un hombre libre, un hombre sin miedo a romper con el modo de hacer las cosas en el pasado, para así acercar a la gente a Dios. Durante la apertura del sínodo, en octubre, alentó a los obispos a hablar abiertamente, con franqueza y valentía, pero también los instó a escuchar lo que el Espíritu Santo le está diciendo hoy a la Iglesia.
Explicó todo de manera sucinta en sus respuestas sobre el sínodo y afirmó que, aunque algunos tengan miedo de lo que pueda pasar con este sínodo no guionado y se pregunten adónde llevará, él no tiene miedo: "No tengo miedo porque es el camino que Dios nos pide. El Papa es el garante, como digo yo: está para cuidar también eso". Algunos sugieren que hoy la Iglesia es como un barco sin timonel, pero la entrevista deja en claro que Francisco está verdaderamente al mando. Es muy consciente de ser el sucesor de Pedro. Transmite una enorme sensación de seguridad, de paz y de alegría. Fue eso lo que dejó ver en su reciente viaje a Tierra Santa, a Corea del Sur y a Turquía. Y fue eso lo que también sentí cuando estuvimos con él.
El autor es editor asociado y corresponsal en el Vaticano de American Magazine.
Traducción de Jaime Arrambide
Gerard O'Connell
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