El histórico triunfo de los barbudos en Cuba que, 63 años después, muy pocos celebran
Uno de los emigrados a Estados Unidos durante el “Éxodo de Mariel” de 1980, y desde Cuba la madre de uno de los presos políticos de julio pasado, advirtieron sobre la grave situación en la isla cuando se cumple otro aniversario de la revolución
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“Hubo un 1 de enero de 1959 en que mi familia y yo festejamos el triunfo de la Revolución Cubana”, recordó a LA NACION Hugo Landa, que luego en 1980 fue uno de los 125.000 isleños que escapó hacia Miami, Estados Unidos, en el más grande aluvión migratorio entre los dos países conocido como el Éxodo de Mariel.
La situación siguió empeorando desde entonces, y el régimen se encargó de aplastar una y otra vez los levantamientos populares hasta el último en julio, cuando hubo varios centenares de detenidos en las manifestaciones por la crisis sanitaria, escasez de alimentos y medicamentos, y restricciones a la libertad de expresión.
“Ellos nos reprimen, pero este gobierno cruel e injusto no va a poder callarme”, advirtió, por su parte, a LA NACION desde Camagüey, en el centro de la isla, Ailex Marcano Fabelo, madre de uno de los jóvenes apresados en las protestas, que la semana pasada fue condenado en primera instancia a ocho años de prisión por “provocar desórdenes públicos con agravantes”.
El rostro despiadado que hoy muestra la Revolución contrasta con el entusiasmo que despertó hace 63 años.
El triunfo de los barbudos
Aunque en 1959 tenía solo 6 años, Landa conserva el recuerdo imborrable del clima de “alegría general” que se vivió en la isla con la caída de la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1959). “Lo que prevalecía era la euforia con los guerrilleros barbudos en las calles”, recordó.
Y el entusiasmo no era solo local. Desde Francisco Franco, en España, hasta el entonces presidente argentino, Arturo Frondizi, y el estadounidense, Dwight Eisenhower, saludaron el triunfo de los revolucionarios luego de casi seis años de combates. Sin embargo, el asesor del Departamento de Estado norteamericano William Wieland hizo en aquel momento con nostalgia el famoso comentario: “Sé que Batista era considerado por muchos un hijo de puta…. pero al menos él era nuestro hijo de puta”.
Fue otro asesor del gobierno norteamericano, Arthur Maier Schlesinger, quien aportó poco después un relato mucho más crudo de la vida en La Habana durante el régimen dictatorial. “Me horrorizó la manera en que esta adorable ciudad se había transformado desgraciadamente en un gran casino y prostíbulo para los hombres de negocios estadounidenses […]. Mis compatriotas caminaban por las calles, se iban con muchachas cubanas de catorce años y tiraban monedas sólo por el placer de ver a los hombres revolcarse en el alcantarillado y recogerlas”.
La isla era así un lujoso prostíbulo de Estados Unidos, centro del narcotráfico y otras formas de crimen organizado, con hoteles sofisticados y marquesinas en las que brillaban los nombres de estrellas mundiales. Siempre mediante suculentas coimas para el dictador, Cuba se inundó de inversiones de empresas norteamericanas que construyeron carreteras, líneas férreas y grandes obras públicas. La isla era uno de los países más avanzados de América Latina en muchos aspectos, pero gran parte de la población vivía en barracones con techos de guano, sin electricidad y mal alimentada.
Sin embargo, el desencanto con los victoriosos barbudos fue rápido, en la medida en que el nuevo régimen mostró su cara dictatorial con confiscaciones de negocios y propiedades, detenciones injustificadas y hasta fusilamientos con juicios sumarios. El propio Ernesto “Che” Guevara reconoció las ejecuciones en su discurso ante la ONU del 11 de diciembre de 1964. “Sí, hemos fusilado. Fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida, y también tienen que saber los ‘gusanos’ cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”.
El miedo y el éxodo comenzó por los allegados a la dictadura de Batista, siguió por las clases altas, y con el paso de los años se extendió a todos los sectores sociales. Además, pese a algunos logros en el área de educación y salud, y al enorme subsidio soviético, la economía nunca levantó vuelo y la miseria aumentó.
El éxodo de Mariel
“En 1980, a mis 27 años, la decisión de salir de Cuba fue fácil, no tuve mucho que pensar”, recordó Landa, que por entonces trabajaba como traductor de inglés en un centro de investigaciones científicas de la capital isleña.
“El sábado 5 de abril un amigo me avisó que había mucha gente entrando en la Embajada de Perú donde pedían asilo político, y que el gobierno ya no impedía el acceso. Fui directamente del trabajo a mi casa para despedirme de mi madre y de allí a la embajada. Cuando llegué ya había cientos de personas en el área, salté la cerca de casi dos metros de alto y quedé en territorio soberano de Perú”, señaló Landa.
La situación en la sede diplomática era desbordante. En los jardines de la mansión hubo hasta 11.000 personas a la intemperie, sin alimentos ni instalaciones sanitarias. Y el régimen había infiltrado agentes para sembrar el caos y la violencia entre la multitud. Finalmente, el 22 de abril Landa obtuvo un salvoconducto para ir al Puerto de Mariel, a unos 50 kilómetros de La Habana, donde el gobierno había permitido atracar embarcaciones de cubanos residentes en Florida que fueron al rescate de sus compatriotas para llevarlos a Estados Unidos.
“El viaje duró alrededor de seis o siete horas. Salimos de noche y llegamos a Key West al amanecer del 23 de abril. Al principio apenas podía creer que estaba en Estados Unidos, me parecía imposible. No recuerdo nunca haber sentido mayor alegría en mi vida”, dijo Landa.
A varias décadas de aquel suceso, Landa dirige hoy en Miami el diario digital Cubanet desde donde reporta la situación que atraviesa su país, y dedica amplio espacio a la situación de los presos políticos.
“Una condena injusta”
La semana pasada Marcano Fabelo, psicóloga, recibió la noticia de que su hijo Ángel Jesús Véliz, profesor de educación física de 27 años, apresado en las manifestaciones de julio pasado en Camagüey, y detenido en la prisión Cerámica Roja, había sido condenado por aquellos desórdenes. “La única prueba que se presentó en su contra durante el juicio fueron unas fotos en las que se lo ve, como a tantos miles de personas, en la protesta del 11 de julio. Hubo gente que arrojó piedras a la policía, pero no hubo heridos y nadie acusa directamente a mi hijo. Y sin embargo, lo condenaron a ocho años de prisión”.
Marcano Fabelo, que participa de reuniones con otras madres de presos políticos de Camagüey, fue amenazada incluso con represalias contra su hijo preso si continuaba con sus reclamos. “Yo voy a apelar por todos los medios hasta lograr la libertad de mi hijo, que es inocente”, afirmó.
A sus 51 años, y habiendo vivido toda su vida bajo el mismo régimen, Marcano Fabelo es pesimista respecto del futuro de la isla. “Quiero que el mundo sepa que se está quitando la voz al pueblo cubano. Todos debemos pensar tal como ellos quieren. Me siento una esclava en mi propio país, pisoteada, y sin derechos. Ya no tengo esperanzas de cambio en Cuba. Va a ser cada vez peor.”
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