El hermano de monseñor Romero, quien será canonizado este mes, rememora su saboteado funeral
El Salvador (AFP).- El funeral de Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue saboteado con bombas y balas, un recuerdo doloroso que rememora su hermano Gaspar Romero a pocos días de que el venerado pastor salvadoreño sea canonizado en Roma. Gaspar celebra que después de la época de persecución y muerte que hubo durante la guerra civil en su país, que transcurrió entre 1980 y1992, monseñor Romero sea reconocido como el primer santo salvadoreño.
Gaspar, de 88 años, cuenta los drámaticos momentos que vivió luego de aquel lunes 24 de marzo de 1980 cuando, al anochecer, su hermano cayó abatido por un disparo, mientras oficiaba una misa en una capilla del hospital oncológico Divina Providencia.
Para estar presente el próximo 14 de octubre en la canonización de su hermano, día en el que la ceremonia será presidida por el papa Francisco, Gaspar tuvo que pedir un préstamo para viajar a Roma junto a siete familiares. "La familia está muy orgullosa, muy honrada, hasta estupefacta por el increíble acontecimiento que se avecina", dice Gaspar.
Está convencido de que aquello será "un regalo de Dios para el pueblo salvadoreño, que está sufriendo por tanto crimen de la violencia social".
Bombas en el funeral
Las exequias del arzobispo Romero desafiaron el estado de sitio que regía en 1980, que impedía la reunión de más de tres personas en lugares públicos. Gaspar dice que ese fue uno de los pasajes más angustiantes e indignantes que vivió, porque la feligresía que participaba en el funeral, estimada en más de 150.000 personas concentradas frente a la Catedral de San Salvador y calles adyacentes, fue disuelta con bombas y balas.
El estruendo de las explosiones y la balacera provocó el pánico en la multitud que se había presentado con retratos de Romero aquel fatídico 30 de marzo, domingo de ramos. Entre los presentes, figuraban activistas de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (base de la guerrilla), algunos de ellos con pistolas y fusiles.
Tras los incidentes, se interrumpió en forma abrupta la misa que era oficiada por el enviado especial del papa Juan Pablo II, el cardenal y entonces arzobispo primado de México, Ernesto Corripio Ahumada.
"La misa no se pudo terminar. La plaza estaba llena, de repente estalló una bomba en medio de la gente. Yo vi que estalló y voló gente por todos lados, fue algo indescriptible", recuerda Gaspar. Después de la explosión "la gente salió corriendo buscando refugio, y desde los edificios altos estaban las autoridades disparándole a quienes estaban corriendo".
Con los incidentes, muchas personas aterrorizadas se refugiaron en la Catedral y el ataúd gris de Romero fue ingresado apresuradamente al templo. "Lo enterraron a la carrera, lo metieron en un lugar improvisado", dice su hermano, en referencia al costado este de la Catedral.
El prolongado ulular de las sirenas de las ambulancias que evacuaban a los heridos aumentaba la confusión y la angustia de religiosos y feligreses, que debieron abandonar la Catedral al final de la tarde "con las manos sobre la cabeza" para evitar cualquier sospecha ante los cuerpos de seguridad.
Con los años, los restos de Romero fueron exhumados y trasladados a un mausoleo en la cripta de la Catedral. El saldo de la estampida humana fue de al menos 40 muertos, muchos de ellos aplastados o asfixiados, y más de 200 heridos.
Prohibido hablar de Romero
Pocos días después del magnicidio, hablar de Romero era un tema proscrito y llevar sus escritos era una virtual sentencia de muerte si estos eran descubiertos por las autoridades.
Antes y después del asesinato de Romero, religiosas, catequistas y una veintena de sacerdotes corrieron la misma suerte en El Salvador en manos de los escuadrones de la muerte y cuerpos de seguridad.
"Nos sentimos solos, porque hubo un tiempo en que nadie se acordaba de él, empezando por la alta jerarquía (de la Iglesia), pensábamos que era por mandato del capital (que lo mataron)", rememora. Durante años, cada 17 de agosto, fecha del cumpleaños del pastor, solo la familia se encargaba de celebrarlo de una forma modesta.
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