Los restos de 150 pequeños fueron encontrados al excavar un terreno para construir un centro histórico junto a una antigua iglesia
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“Ver las penurias de estos niños escritas en sus huesos fue muy conmovedor”. Rebecca Gowland es profesora de Bioarqueología (estudio de restos biológicos) en la Universidad de Durham, en el norte de Inglaterra. Y es una de las autoras de un estudio sin precedentes, que revela las horrendas condiciones de los niños trabajadores, algunos de apenas 7 años, durante el siglo XIX en Inglaterra.
La vida de menores pobres enviados como “aprendices paupérrimos” a fábricas textiles durante la Revolución Industrial ha sido documentada por historiadores.
Pero, el estudio de la Universidad de Durham “provee por primera vez evidencia bioarqueológica y analiza restos óseos de los aprendices, lo que permite examinar directamente el impacto de la pobreza y el trabajo en sus cuerpos”, señaló Gowland a BBC Mundo.
El estudio fue posible tras el hallazgo de más de 150 esqueletos en el pueblo de Fewston, en el condado de Yorkshire del Norte, en el norte de Inglaterra. Los restos fueron encontrados al excavar un terreno para construir un centro histórico junto a una antigua iglesia.
Cuando los científicos examinaron los esqueletos constataron que la mayoría eran de niños y adolescentes, y que tenían señales de numerosas enfermedades. Los investigadores lograron, junto a historiadores, armar el rompecabezas del infierno en que vivían día a día los niños aprendices.
Pero, el hallazgo no solo habla del pasado. El estudio, señalan sus autores, tiene un mensaje urgente para el presente, en el que se estima que hay 160 millones de menores trabajadores a nivel global.
La explotación de niños
La revolución industrial transformó el panorama económico y social de Gran Bretaña en los siglos XVIII y XIX. Pero, el auge industrial “se basó en el trabajo mal remunerado de mujeres y niños, lo que permitió a las fábricas británicas ser competitivas en un mercado cada vez más globalizado”, señala el estudio.
En 1845, el 43% de los trabajadores en fábricas de textiles de algodón eran menores de 18 años y en otras industrias esta cifra era sustancialmente mayor.
Las fábricas, a veces llamadas “molinos de algodón” o hilanderías, albergaban maquinaria para la producción de hilos o telas a partir del algodón. Si bien muchos niños de zonas rurales fueron enviados a fábricas en ciudades como Londres y Liverpool, también hubo un desplazamiento en sentido contrario.
Menores pobres fueron trasladados desde ciudades a hilanderías en pueblos rurales como Fewston.
Algunos niños iniciaban su trabajo de aprendices “desde los 7 años”, señaló Gowland, aunque la mayoría llegaba a las fábricas entre los 10 y 13 años. Allí permanecían vinculados a su lugar de empleo hasta los 21 años, en el caso de los varones, o matrimonio, en el caso de las niñas.
Caroline, Sarah, Cornelius…
Los aprendices cuyos restos fueron hallados en Fewston procedían de diferentes ciudades, incluyendo Hull y Londres. Aprendices como Caroline o Sarah, según registros históricos.
“En 1803 Caroline Farmer fue una de las aprendices más jóvenes con 7 años, enviada desde la parroquia de Southwark en Londres”, relata un documento citado en el estudio.
“En septiembre de ese mismo año, Sarah Canty, de 12 años, fue aprendiz de Fewston proveniente de Lambeth en Londres, junto con otras tres niñas de edad similar. Y en noviembre de ese mismo año, el hermano de Sarah, Cornelius, que tenía solo 7 años, fue enviado a una fábrica en el condado de Lancashire”.
Los menores llegaban a su nuevo destino desde los workhouses o “casas de trabajo” en que vivían en las ciudades. Las casas de trabajo “eran lugares donde las personas indigentes podían ir y quedarse”, explicó Gowland.
Allí tenían una dieta escasa y se esperaba que todos trabajaran a cambio de su sustento, incluso los niños. Los menores solían acabar allí cuando eran huérfanos o sus padres eran demasiado pobres para mantenerlos. “La gente solo iba a las casas de trabajo cuando estaba absolutamente desesperada”.
Niños locales y no locales
Los científicos debieron diferenciar los esqueletos de los niños aprendices de los restos óseos de menores locales enterrados en el mismo lugar. Y para ello recurrieron al análisis de isótopos (átomos del mismo elemento químico pero con diferente masa atómica) de estroncio y oxígeno, que son indicadores de lugares geográficos.
“A medida que nuestros dientes se desarrollan, los valores de isótopos de estroncio y oxígeno dentro de ellos reflejan la geología local y el agua potable”, explicó Gowland.
“Cuando analizamos a los menores, pudimos ver que muchos de ellos no eran del área porque sus valores de isótopos de estroncio y oxígeno eran muy diferentes de los valores locales. Y cuando comparamos sus valores de isótopos con los de otros sitios arqueológicos, vimos que algunos de los niños tenían valores consistentes con el área de Londres. Esto se alinea con lo que sabemos por la evidencia histórica, que es que algunos de los niños fueron enviados a Fewston desde las parroquias más pobres de Londres”.
Historias escritas en los huesos
Los esqueletos de los aprendices delatan las brutales condiciones en las fábricas. Los huesos de los menores estaban deformados, eran cortos en comparación con otros niños de esa época, y mostraban señales de deficiencias de vitaminas y enfermedades respiratorias.
“Vimos muchos defectos en sus dientes, tanto en los dientes permanentes como en los dientes de leche, lo que demuestra la mala salud de los niños durante sus primeros años de vida, incluso durante el desarrollo intrauterino”, indicó Gowland. También había evidencia de raquitismo y otras enfermedades causadas por deficiencias como el escorbuto.
“Podemos diagnosticar estas condiciones porque dejan huellas en los huesos. La deficiencia de vitamina D puede provocar cierta inclinación de los huesos largos y otros cambios. La deficiencia de vitamina C generalmente se ve como lesiones porosas en áreas específicas del esqueleto”.
“Las enfermedades respiratorias se pueden observar con formación reactiva de hueso nuevo en las costillas y en los senos paranasales”. Los niños también eran extremadamente bajos para su edad.
“Cuando un niño no se alimenta lo suficiente, su cuerpo prioriza otras funciones biológicas, especialmente el cerebro y el sistema inmunológico. Esto sucede a un costo para el crecimiento”, explicó Gowland. “Si los niños luego obtienen más recursos, como una mejor nutrición, pueden experimentar un crecimiento de recuperación, pero estos niños no tuvieron esa oportunidad. Es probable que su dieta fuera bastante monótona, consistente en pan y té aguado”.
Del análisis de isótopos de carbono y nitrógeno los científicos dedujeron que los niños tenían una dieta tan baja en proteína animal que era similar “a la de las víctimas de la Gran Hambruna de Irlanda en el siglo XIX”.
El temor a la “campana infernal”
Relatos de la época revelan cómo era la vida cotidiana de los “aprendices paupérrimos”.
“Vivían en casas de aprendices, separados los niños de las niñas”, señaló Gowland. La jornada laboral era de 14 horas, “de 6 de la mañana a 8 de la noche cinco días a la semana, y 11 horas los sábados”.
Las fábricas eran grandes y contenían mucha maquinaria pesada, que era extremadamente ruidosa y causaba problemas de audición en los menores. Los niños trabajaban todo el día junto a las máquinas, y sus tareas eran peligrosas.
Los llamados niños “hurgadores”, por ejemplo, tenían que recoger el algodón que caía debajo de las máquinas mientras éstas estaban en movimiento.
El reverendo Robert Collyer, quien fue aprendiz en la fábrica de Fewston desde los 8 a los 14 años, dejó uno de los pocos relatos de primera mano. Si los niños intentaban sentarse, el supervisor castigaba con una correa de cuero sus “pequeños hombros”, narra Collyer.
“El resultado de esto fue que los niños más débiles quedaron tan lisiados que el recuerdo de sus extremidades torcidas todavía arroja una luz bastante siniestra para mí”, agrega.
Collyer habla también de su agotamiento constante (“estaba cansado más allá de lo que pueden expresar las palabras”) y su temor al anticipar “la campana infernal” que despertaba a los niños para llamarlos al trabajo.
El aire dentro de las fábricas estaba contaminado con fibras de algodón que los niños inhalaban y esto les causaba dificultades respiratorias.
Es probable que los niños “tosieran mucho y sucumbieran a infecciones comunes como resfriados porque su sistema inmunológico estaba debilitado”, señaló Gowland.
Además, “como era de esperar, hubo accidentes. En la fábrica de Fewston, un niño llamado Henry Ludley Marwood murió cuando su brazo quedó atrapado en una máquina y su carne se desgarró. Murió una semana después cuando le amputaron el brazo”.
Lecciones para el presente
El estudio señala que “esta no es una historia solo del pasado”. En la actualidad, destacan los autores, “se estima que 73 millones de menores (de 5 a 17 años) en todo el mundo realizan trabajos peligrosos. Esto es casi la mitad de los 160 millones de menores trabajadores a nivel global”.
“Creo firmemente que la bioarqueología tiene lecciones importantes para nosotros en el presente”, dijo Gowland a BBC Mundo.
“Es esencial que no sigamos permitiendo que la historia se repita. Cuando la gente escucha sobre los niños de Fewston se sorprende de que estos menores hayan sido tratados de una manera tan abominable. Estos niños fueron deshumanizados y tratados como ‘el otro’ durante su vida y lo mismo sucede hoy en el mundo”.
Para Gowland, el estudio muestra cuán grave es la marca que la pobreza puede dejar, incluso desde la gestación, en el crecimiento de los niños. “Este proyecto me ha hecho querer trabajar más de cerca con investigadores de salud pública para brindar una nueva perspectiva sobre la importancia de invertir en la salud infantil”.
Honrar a los niños de Fewston
Los restos de los niños, junto con otros excavados en el sitio, fueron enterrados nuevamente en una ceremonia, explicó Gowland.
Al entierro asistieron miembros de la comunidad local en Fewston y los científicos que trabajaron en el estudio.
“Los niños fueron conmemorados en una serie de obras de arte y sus nombres fueron bordados en un delantal infantil para que no fueran olvidados”.
Una exhibición permanente recuerda a los niños en el centro histórico Washburn Heritage Centre en Fewston. “He analizado restos óseos de niños de diferentes épocas y lugares. Y encontré la historia de los niños de Fewston particularmente sobrecogedora”, le dijo Gowland a BBC Mundo.
“Todos sentimos que queríamos tener la oportunidad de contar su historia. Si bien estos niños no tuvieron voz durante su vida, quisimos amplificar sus historias en la muerte”.
*Por Alejandra Martins
El estudio, titulado “Los desechables: evidencia bioarqueológica de los aprendices paupérrimos en el siglo XIX en Inglaterra y las consecuencias del trabajo infantil en la salud”, fue publicado en la revista Plos One.
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