El golpe que precipitó el fin de la URSS
El 19 de agosto de 1991, el ala más dura del PC intentó impedir el avance de las reformas, pero la población salió a defenderlas
Fue como querer tapar el sol con la mano o detener el curso del tiempo. Aun en Rusia eso es improbable. Y en el verano de 1991, mientras la Unión Soviética languidecía en una agonía inevitable, era realmente imposible.
Pero cuando la nostalgia por un presente que no termina de irse es demasiado fuerte, tanto como el deseo de una nomenklatura corrupta de no perder sus prerrogativas, los más desesperados -y disparatados- intentos por revertir el curso de la historia pueden ocurrir.
Para entonces, el mundo ya había cambiado: hacía rato que Moscú había perdido la Guerra Fría, el Muro de Berlín se vendía como souvenir y un pretendido Nuevo Orden había emergido meses antes por la pantalla de la CNN, en vivo y desde el golfo Pérsico.
Sin embargo, para un puñado de burócratas del ala más dura del PC ruso, entre los que se encontraban los más cercanos y poderosos colaboradores de Mikhail Gorbachov, aún era posible detener la caída de un imperio, aunque más no fuera a fuerza de tanques y fusiles. No lo advirtieron a tiempo, pero cuando todo finalmente terminó, con sus acciones sólo habían conseguido acelerar el fin del comunismo y sellar para siempre la suerte de la Unión Soviética.
A las 6.30 del 19 de agosto de 1991, un despacho urgente de la agencia TASS anunció al mundo que Gorbachov, el comunista moderado que había advertido que sólo la glasnost y la perestroika podían evitar lo inevitable, había dejado de presidir la URSS "por motivos de salud".
La fórmula, tradicionalmente utilizada para apartar a los jerarcas soviéticos, era demasiado conocida y nadie dudó de que se había consumado un golpe.
De pronto, la televisión sólo pasó a trasmitir ininterrumpidamente "El lago de los cisnes", mientras las tropas y carros blindados del Ejército Rojo entraban en Moscú, rodeaban la sede del Comité Central del PC y tomaban posiciones en los principales puntos de la ciudad.
Catorce horas antes, emisarios de la que sería conocida como la "Banda de los Ocho" -entre quienes se encontraban el vicepresidente, Guennady Yanayev; el primer ministro, Valentín Pavlov; el jefe de la KGB, Vladimir Kriuchkov y los ministros de Defensa, Dmitri Yazov, y del Interior, Boris Pugo- habían despojado del maletín nuclear a Gorbachov en su dacha de Crimea, donde pasaba sus vacaciones. Desde entonces, estaba detenido e incomunicado.
Un momento clave
El autoproclamado Comité Estatal de Emergencia intentaba evitar con el golpe la inminente firma del Tratado de la Unión, que determinaría la descentralización y liberalización de la Unión Soviética.
En su primer comunicado, con retrógrados visos de golpismo tercermundista, asumían "la responsabilidad por los destinos de la patria", advertían que "sobre el país pende una seria amenaza" y proyectaban "enérgicas medidas para salir de la crisis".
Pero los golpistas no contemplaron la reacción de los ciudadanos rusos, que, tras décadas de amordazamiento, habían comenzado pocos años antes a conocer la primavera de la perestroika y estaban decididos a no dejar escapar la mayor esperanza democrática que habían experimentado jamás.
Espontáneamente movilizados, los moscovitas comenzaron a concentrarse en la plaza Maniezh y a bloquear con trolebuses el paso de los tanques a la Plaza Roja. Otros miles acudieron a proteger la Casa Blanca, el edificio que albergaba el gobierno y el Parlamento de la Federación Rusa, la más importante de las divisiones políticas que componían la URSS, y cuyo presidente, Boris Yeltsin, pronto se convertiría en el símbolo máximo de la resistencia frente al golpe.
Era el comienzo de tres días en que el mundo contendría el aliento, sumido en la incertidumbre de desconocer en quien recaía el poder sobre el botón nuclear, en tiempos en que la Unión Soviética ostentaba un poderío aún no perdido y sus submarinos estratégicos recorrían amenazantes los océanos.
El llamado de Yeltsin
Mientras las horas pasaban, parecía inminente el asalto final de los golpistas sobre la Casa Blanca, pero con el correr del tiempo sólo aumentaba la multitud decidida a su defensa y crecía la figura de Yeltsin.
Alzado desafiante sobre un tanque, y rodeado por un mar humano para el que ya se había convertido en un héroe, Yeltsin convocó a una huelga indefinida contra el "golpe reaccionario" y declaró ilegales las disposiciones del Comité de Emergencia.
En la madrugada del 21 la tensión llegó a su punto culminante. Los golpistas hicieron su último intento por ocupar la Casa Blanca y en el choque que siguió con los manifestantes, que formaban un escudo humano inexpugnable, tres jóvenes resultaron muertos, aplastados por los blindados.
Pero los militares no se atrevieron a ir más allá. Presionados por el rechazo internacional al putsch y el levantamiento de los dirigentes de otras repúblicas soviéticas, en especial de los Estados bálticos, los golpistas se fueron consumiendo en su indecisión.
Para cuando al mediodía del 21de agosto el Parlamento ruso, reunido en la Casa Blanca, denunció el "golpe anticonstitucional", el último intento por reinstaurar el comunismo burocrático estaba agotado. Los golpistas, asustados por la reacción popular y sin agallas para reprimir a los cien mil manifestantes que se les opusieron, habían fracasado. Acorralados, huyeron en avión a Crimea a buscar la protección de Gorbachov, quien recuperó así la presidencia.
El poder, en cambio, lo había perdido para siempre. Ya no le pertenecía ni a él ni al PC, sino al pueblo y a quien se había convertido en su líder, Boris Yeltsin.
Hacia el ocaso
A partir de entonces, Gorbachov sólo asistiría al ocaso de su carrera política y al fin del imperio soviético que siete décadas antes había proclamado Lenin para revolucionar el mundo.
El 23 de agosto, el Partido Comunista fue proscripto, la KGB intervenida y Yeltsin y otros dirigentes republicanos iniciaron el camino hacia la desintegración de la URSS.
Aquella Navidad, desprovisto de poder político y con el país al borde de la anarquía, a Gorbachov sólo le cupo renunciar. La Unión Soviética había dejado de existir. "Un Estado ha muerto -proclamó la televisión al anunciar el fin de una era-. Pero en su lugar un gran sueño está naciendo."
Demasiado caro
- PAIS (EFE).- Mikhail Gorbachov lamentó 10 años después del golpe que la población de la antigua URSS haya pagado "demasiado caras las reformas". En una entrevista con Le Figaro, Gorbachov destacó la "libertad", la "democracia", la "apertura al mundo y el final de la guerra fría" como elementos positivos de la evolución de la última década. Pero, "el pueblo, nuestro pueblo, ha pagado demasiado caras las reformas (...) no se puede olvidar que dos tercios de los habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza o en el límite", dijo Gorbachov.
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