El gigante fallido que transformó la isla en una cárcel deplorable
LONDRES.- Dicen que Napoleón lamentaba no haber sido aplastado por una bala de cañón durante su marcha sobre Moscú, en 1812, porque habría pasado a la historia como el hombre más grande que jamás haya vivido. Lo mismo le pasó a Fidel Castro , que sobrevivió a su momento de grandeza, aunque su atractivo romántico lo sobreviva a él.
Fidel: una sola palabra que alcanza para evocar a un hombre que en 1958 descendió la Sierra Maestra para derrocar a Batista, purgar a Cuba del dominio norteamericano, proclamar el empoderamiento de los pobres y pasar a encarnar las ansias latinoamericanas de poner fin a los gobiernos mimados por los círculos imperialistas.
En su momento, su mensaje fue eléctrico. Fidel era el héroe barbudo de los sin voz. Ahí estaba ese continente sumido en la desigualdad y la corrupción, listo para que germinara la revolución. De esa tormenta no se salvó casi ningún país de América latina. La potencia ideológica de la victoria de Fidel fue muy singular.
En la enorme lucha anticolonial y antiimperialista que el mundo emergente -Asia, África y América latina- libró por su independencia en la segunda posguerra, Fidel era una figura descollante, pero sus nobles ideales demostraron ser mayormente ilusorios. Fidel visitó Estados Unidos en abril de 1959, declaró en televisión que su objetivo era alcanzar la democracia, así como "la libertad de ideas", "la libertad religiosa" y "elecciones libres" en el plazo de cuatro años. "No concuerdo con el comunismo", declaró entonces.
Eran puras mentiras. Para Fidel, Estados Unidos era asunto terminado. Estaba listo para arrojarse a los brazos de los soviéticos. Su desafío al enorme país que proyectaba su sombra sobre la isla de Cuba terminaría definiéndolo, así como su creciente megalomanía.
Como escribí en diciembre de 2008, tras visitar Cuba para escribir un artículo por el 50° aniversario de la revolución de Fidel: "La prensa está amordazada" y "la televisión estatal es una ampulosa máquina de propaganda".
Fidel, el libertador romántico, había convertido su isla en una cárcel, llena de gente inerte sumida en la pobreza engendrada por un sistema pesadillesco. Sus considerables logros en materia de educación, salud pública y bienestar básico no alcanzan para disfrazar su fracaso esencial.
Admiro la decisión del presidente Obama de restablecer las relaciones diplomáticas. No obstante, deploro la blanda declaración de Obama tras la muerte de Fidel. No alcanza con que un presidente norteamericano diga que "la historia registrará y juzgará el enorme impacto de esta singular figura". Ya ha habido mucha historia en la Cuba de Castro desde 1959, en gran parte deplorable.
Fidel fue un gigante fallido. Hacia el final, la única idea de su cuño que perduraba era el nacionalismo antinorteamericano enarbolado por Hugo Chávez. Pero tampoco es momento para restarle importancia a su defensa de los desposeídos de la tierra, sobre todo cuando Estados Unidos acaba de elegir a un charlatán como presidente. No es momento para soslayar que Fidel fue un político serio y honesto ni para dejar de hablar de los sufrimientos que ocasionó.
Traducción de Jaime Arrambide
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