John Wheeler era el director de Matterhorn B, el proyecto de la bomba H de Estados Unidos, pero un evento desafortunado cambió su vida para siempre
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En la mañana del miércoles 7 de enero de 1953, el físico atómico John Archibald Wheeler se paró de puntillas en el inodoro del baño de un tren para mirar el cubículo de al lado, donde otro hombre estaba haciendo lo que se hace en esos espacios íntimos. Wheeler, un hombre felizmente casado, corría el riesgo de ser atrapado y etiquetado como un desviado sexual.
Su prestigiosa posición en Princeton y en la cima de la comunidad científica estadounidense seguramente serían destruidas por el escándalo que se produciría. Pero ese momento no pensó en ninguna de esas consecuencias. Su atención no estaba en el hombre sentado en el asiento del inodoro de abajo, sino en la pared junto a él, donde un sobre manila estaba escondido detrás de las tuberías del sistema del inodoro. Contenía nada menos que el mayor secreto del planeta, y Wheeler tenía que recuperarlo.
El científico despistado lo había dejado allí en su visita a ese cubículo sólo unos minutos antes.
¿Qué había pasado?
Wheeler, de 41 años (‘Johnny’, como lo conocían sus amigos) había sido una figura clave en el Proyecto Manhattan, que desarrolló la primera bomba atómica durante la guerra, y en ese entonces era el director de Matterhorn B, el proyecto de la bomba H de Estados Unidos, con sede en la Universidad de Princeton, donde había sido profesor de física desde 1938.
Ese día había tomado el tren nocturno a Washington DC para reunirse con representantes del Laboratorio de Investigación Naval de EE.UU. sobre un proyecto no relacionado, pero decidió que también usaría su tiempo en la capital para entregarle personalmente sus comentarios sobre la bomba H al Comité Conjunto de Energía Atómica (JCAE).
Había metido en el sobre manila un escrito de seis páginas que le habían enviado, que contenía detalles de la historia de la fabricación de la bomba H, la nueva y aterradora arma de destrucción masiva que sólo EE.UU. poseía, y suficientes detalles técnicos actualizados para entusiasmar enormemente a una potencia extranjera.
En la noche, sacó el documento para leerlo y tomar notas antes de irse a dormir. Cuando se despertó por la mañana, se lo llevó al baño consigo para no dejarlo descuidado en el camarote No. 9, pero se le quedó en el cubículo que ahora estaba ocupado.
Cuando vio que el hombre había terminado, Wheeler se lanzó y agarró el sobre manila. Muy aliviado, regresó a su camarote y comenzó a empacar su maleta para irse.
Con todo listo, sacó el sobre manila para una última verificación del documento de la bomba H. Para su completo horror, el sobre sólo contenía otro documento más mundano: el informe sobre la bomba H había desaparecido.
Una búsqueda desesperada de su litera y de todo el vagón, seguida de un recorrido frenético por las habitaciones y restaurantes de la Union Station de Washington para tratar de identificar a cualquiera de sus compañeros de viaje, resultó infructuosa.
¿Habría sido robado, pensó Wheeler, por un agente soviético?
Completamente abatido, no tuvo otra alternativa que informar su pérdida al JCAE, tres de cuyos miembros se apresuraron a llegar a la estación para ayudar con la búsqueda.
Finalmente, poco después del mediodía, el director ejecutivo de la JCAE, William Borden, aceptó lo inevitable y llamó por teléfono a la oficina del FBI en Washington.
En las cinco semanas que siguieron, el agente especial Charles Lyons, al frente de la investigación, pudo identificar y descartar como sospechosos a cinco hombres que habían tomado literas vecinas en el tren en el que Wheeler había viajado desde Filadelfia. Pero quedaban algunos vacíos preocupantes.
En primer lugar, Lyons no pudo localizar a una pareja “ordinaria, vestida con sencillez”, de entre 30 y 40 años, y su hijo pequeño, que había comprado billetes a última hora y ocupaba las literas inferior y superior del camarote No. 1. Aún más preocupante fue no encontrar al ocupante de la litera inferior No. 8, diagonalmente opuesta a Wheeler.
Lyons tenía el boleto de este individuo, comprado en el mostrador de Filadelfia, pero, lamentablemente, no se pudo identificar el nombre escrito en el plano de asientos de la compañía ferroviaria, a pesar de haber sido estudiado minuciosamente en el laboratorio del FBI en Chicago.
¿Cuál era el contenido del papel de la bomba H?
Lo que leyó esa noche sigue siendo hasta el día de hoy altamente clasificado. Pero podemos deducir algo de lo que decía por la entrevista de Wheeler con el FBI.
El documento confirmaba que EE.UU. estaba en camino hacia un arma termonuclear exitosa (había probado un prototipo aproximado y listo, cuyo nombre en código era ‘Ivy Mike’, en noviembre de 1952). Revelaba también que había varias variedades de armas termonucleares consideradas disponibles para uso práctico.
Wheeler les dijo a sus inquisidores que el documento ultrasecreto también revelaba detalles técnicos sobre la fabricación de la ‘súper’ bomba de fusión: que “el litio-6 y la compresión fueron útiles y el calentamiento por radiación proporcionó una forma de obtener esa compresión”.
El físico creía que la mención del Litio-6 como ingrediente vital habría despertado el interés del Kremlin. Pero les dijo a los investigadores del FBI que la “idea cualitativa de la implosión de radiación... es la revelación más importante” y podría ser información crucial para los científicos atómicos soviéticos.
Wheeler tenía un historial de descuido con los documentos oficiales, pero nadie creía que fuera un espía soviético. Al investigar el caso, el agente Lyons primero dio cuenta de los movimientos de todo el personal diplomático soviético en esa mañana del 7 de enero. Luego inició una investigación sobre lo que describió como una “delegación de radicales” que se dirigía a la capital en el tren de Wheeler. Se trataba de un grupo cuyo destino era la Casa Blanca donde llevarían pancartas instando al presidente a conmutar la sentencia de muerte de los Rosenberg.
Los agentes del FBI tomaron numerosas fotografías fijas y rollos de película de esta protesta, e hicieron que Wheeler las estudiara para ver si reconocía a alguna de las personas de su viaje en tren el 6 y 7 de enero. Pero el científico no pudo proporcionar una identificación positiva, y ese rastro se enfrió.
Miedo y paranoia
La pérdida del documento de la bomba H no podría haber ocurrido en un momento más crítico de la Guerra Fría, ni más febril de la historia estadounidense. La guerra en Corea, que ya llevaba dos años y medio, no mostraba signos de terminar. El cazador de brujas en jefe, Joe McCarthy, estaba alimentando una atmósfera de preocupación, incluso de paranoia acerca de los comunistas en el corazón del gobierno.
Luego estaban los espías atómicos, Julius y Ethel Rosenberg, que habían sido juzgados, declarados culpables y condenados a muerte. Desde finales de diciembre de 1952, los partidarios de la pareja habían estado realizando un piquete continuo frente a la Casa Blanca, pidiéndole al presidente Harry S. Truman que otorgara clemencia a la pareja antes de dejar el cargo ese mismo mes.
En medio de todo eso, esta desaparición, que podría haber salido directamente de las páginas de un thriller de espías, tal vez de la pluma de alguien como Ian Fleming, quien en 1953 estaba a punto de presentarle al mundo a James Bond en Casino Royale.
La carga de Eisenhower
El documento de la bomba H simplemente pudo haberse caído de las manos de Wheeler cuando se quedó dormido ese martes por la noche, desapareciendo de alguna manera en la estructura, el equipo o la ropa de cama del tren.
Pero cuando el recién elegido presidente Dwight Eisenhower tuvo la tarea de revelar la desaparición del escrito a su Consejo de Seguridad Nacional un mes después, la mayoría de ellos estaban convencidos de que era obra de los soviéticos, ninguno más que el vicepresidente Richard Nixon, quien instó al FBI a realizar un control completo a todos y cada uno de los miembros de la JCAE.
Eisenhower le pidió a su ayudante que se pusiera en contacto con el director del FBI, J Edgar Hoover, sobre la ‘custodia’ de todos los archivos del comité, antes de que se perdieran más documentos. El estado de ánimo de Eisenhower ese día era una mezcla de profunda ansiedad e ira porque tal calamidad ocurriera tan pronto durante su mandato. Rara vez un presidente de EE.UU. había expresado abiertamente sus sentimientos de manera tan cruda ante sus colegas más cercanos.
Confesó francamente que estaba “asustado”, y no tenía idea de cómo proceder. Expresó desconcierto porque el documento en posesión de Wheeler había sido etiquetado erróneamente como “secreto” en lugar de “ultrasecreto”, y enviado simplemente por correo certificado a un “profesor universitario” en Princeton en lugar de ser escoltado hasta que se lo entregaran en sus manos por un guardia armado.
Si los responsables de esta nefasta brecha de seguridad -el personal de la JCAE- hubieran estado en el ejército, “habrían sido fusilados”, estalló el presidente. La JCAE pronto tendría un nuevo presidente y una nueva configuración, pero, como se lamentó Eisenhower, eso sería simplemente “cerrar la puerta del establo después de que robaran el caballo”.
¿Dónde estaba el documento?
Los agentes del FBI del este de EE.UU. entrevistaron a cientos de personas y supervisaron la búsqueda de kilómetros de vías férreas y decenas de vagones de ferrocarril, pero no encontraron nada. La búsqueda concluyó y Eisenhower se concentró en otras preocupaciones más inmediatas, principalmente tratar de poner fin a la guerra en Corea.
Quizás el documento de la bomba H aparezca algún día en uno de los archivos del Kremlin. Lo que es un hecho es que apenas 7 meses después, en agosto de 1953, la Unión Soviética se puso al mismo nivel que EE.UU. cuando probó su propio prototipo de bomba H en la estepa del noreste de Kazajstán.
En cuanto a ‘Johnny’ Wheeler, sólo fue regañado por Gordon Dean, presidente del Comité de Energía Atómica: era un miembro demasiado valioso del proyecto de la bomba H para ser despedido.
Años más tarde, reflexionando sobre el incidente en sus memorias, Wheeler escribió: “Es interesante, incluso ahora, preguntarse si mi documento fue robado por un agente soviético. Difícilmente podría haberse desvanecido”.
* Roger Hermiston es escritor y periodista. Su último libro es “Two Minutes to Midnight: 1953 - The Year of Living Dangerously” (Biteback Publishing, 2021). Este artículo se publicó en la revista BBC History Revealed.
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