El fanatismo hindú, tras una patria pura
Por Narciso Binayán Carmona
"No era cristiano, pero es imposible negar que había santidad en él", comentaba hace pocos meses un obispo argentino conversando sobre Mahatma Gandhi y sobre la pregunta que había formulado alguien deslumbrado por él tras ver la película sobre su vida: "¿Gandhi es santo?" En otra forma, y con su proverbial agudeza, el gran irlandés George Bernard Shaw comentó entonces que el asesinato del líder hindú (30 de enero de 1948) había "demostrado lo peligroso que es ser bueno".
Nadie puede negar su grandeza ni discutir que es la figura espiritual más grande que tuvo la humanidad en el siglo más sanguinario de la historia, el XX.
Ello al margen de lo que representó para su patria: "La luz que ha brillado sobre este país no era una luz corriente. Dentro de mil años seguirá resplandeciendo", dijo Nehru al anunciar su muerte por radio al pueblo, conteniendo apenas las lágrimas.
Sin embargo, fue en su misma patria, en su misma religión y en su mismo pueblo donde surgieron sus mayores críticos y, en definitiva, sus asesinos.
Estos recuerdos surgen ahora cuando hace apenas quince días -a mediados de octubre- se reunió en Agra- famosa por el Taj Mahal- la Asociación Nacional de Voluntarios (Rashtriya Swayamsevak Sangh o RSS), para festejar los 75 años de su fundación en Nagpur en 1925.
El movimiento, tal como el Hindu Mahasabha, al que pertenecían el asesinado Gandhi, Nathuram Vinayak Godsé y sus cómplices, no firmó hasta el final el documento de paz para restablecer la armonía entre las divididas comunidades de la ensangrentada India de hace 52 años (no perdonaron a Gandhi por haber aceptado la partición de la India).
Ambos movimientos eran "organizaciones extremistas dirigidas por los más implacables adversarios" de Gandhi. Ambas son nacionalistas, por una parte, y fundamentalistas del hinduismo. En el caso del RSS, recientes declaraciones de Juan Pablo II han atizado su fervor y su fanatismo.
De recuerdo: Delhi y Goa
Aunque el Islam entró en la India apenas un lustro después de la muerte de Mahoma (637), no puso en riesgo el dominio absoluto del hinduismo, la religión nacional, hasta la derrota del último emperador hindú, Prithviraja, a manos de invasores musulmanes en 1193. Desde entonces hasta 1947, la capital, Delhi, fue asiento de soberanos de origen y de religión extranjera, musulmanes hasta Victoria y cristianos después.
El cristianismo llegó antes: nada menos que Santo Tomás apóstol fue martirizado cerca de Madrás, según las tradiciones. De su paso quedó una pequeña Iglesia local.
Tanto una religión como otra han quedado, pese a tanto tiempo, como extranjeras y como contrarias a la fe nacional. Después de todo, el hinduismo es una religión politeísta, la única de las que quedan que cuenta con muchos cientos de millones de fieles, devotos a sus innumerables dioses; la división en castas es uno de sus pilares.
Frente a ella, la creencia en el Dios único y la igualdad humana, dogmas fundamentales de cristianos y de musulmanes, resultan, religiosamente hablando, ofensivos, tanto más cuanto que sobre uno y otro punto ambos son, por fuerza, intransigentes y absolutos.
No son lo único: por ejemplo, el Hindu Mahasabha sostiene que el consumo de bifes por los musulmanes hace de ellos "enemigos naturales" de los hindúes. El mismo Gandhi sostuvo que la protección de la vaca es "la más querida posesión del corazón hindú", el "regalo del hinduismo al mundo".
Provocaciones al orgullo
Debe recordarse que el uso de grasa de vaca en los cartuchos ingleses fue la causa del gran alzamiento cipayo de 1857, el que puso en mayor peligro el dominio británico en la India. Ello sin contar la humillación continua que representaba para el orgullo nacional tener por ambos a monarcas, que, como la reina Victoria o los grandes mogoles, no tenían ni comprendían el menor respeto por la vaca o las castas.
La propagación del Islam en la India no fue dulce, y el retorno del cristianismo con los portugueses en el siglo XVI estuvo acompañado por los mismos horrores que en la Europa de entonces. El caso de Goa -singularmente atroz- fue recordado cuando preparaba esta nota. Se pidió al Papa una disculpa pública.
La Constitución de 1950 garantizó "el derecho a profesar, practicar y propagar libremente la religión" (artículo 25). Y con ello puso el dedo en una llaga: la actividad de los misioneros.
Juan Pablo II tuvo aquí, para el RSS, dos actitudes provocativas. Afirmó en la India que el tercer milenio será objetivo de la Iglesia evangelizar el Asia como en el primero Europa y en el segundo América y Africa (en la India, noviembre de 1999). La segunda fue afirmar la superioridad del catolicismo sobre las demás religiones.
Se entrelaza esto con la actividad misionera y con las conexiones extranjeras. La RSS plantea la creación en la India de una Iglesia Católica nacional, como la cismática de China.
"La Iglesia es internacional, no puede ser nacionalizada", replicó la hermana Nirmala en Calcuta, mientras desde el otro extremo añadía el padre P. Telekatt: "En ningún lugar del mundo un católico es menos patriota o menos nacionalista por su catolicismo". En algunos lugares hubo agresiones a cristianos tal como ha habido choques contra musulmanes.
En Agra se reunieron, en perfecta disciplina, 60.000 jóvenes uniformados del RSS representando a 7000 aldeas.
Medio millón se reúne diariamente en 45.000 sedes de todo el país. Su sueño:una India hindú. Uno de sus miembros es el ministro del Interior, L. K. Advani.