El exmilitar sin pelos en la lengua que con la recuperación económica mantuvo viva la llama de la reelección
Ganó la presidencia como un outisder pero tuvo una gestión signada por varias crisis
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BRASILIA.- Jair Messias Bolsonaro, 67 años, supo surfear como nadie el sentimiento de rabia y descontento con la política tradicional brasileña, abierto tras los escándalos de corrupción revelados por la operación anticorrupción Lava Jato. Con una sintaxis simple, un mensaje agresivo contra el “comunismo” y desde un partido diminuto, el Partido Social Liberal, como plataforma, saltó a la presidencia en 2018, completando una trayectoria improbable hasta el Palacio del Planalto.
Diputado federal por Río de Janeiro durante 28 años, Bolsonaro, un nostálgico de la última dictadura militar (1964-1985), integraba el “bajo clero” parlamentario (apenas dos de sus proyectos fueron convertidos en ley). Para muchos era conocido por sus controvertidos discursos en el recinto, en los que no ahorraba elogios a la dictadura e inclusive llegó a homenajear al torturador de la expresidenta Dilma Rousseff durante el tratamiento del impeachment.
El presidente de Brasil nació en 1955 en Glicério, un pequeño pueblo del interior de San Pablo, en una familia de origen italiano. Aprendió a pescar y con su padre, Percy Geraldo Bolsonaro, ‘garimpeiro’ -como se conoce a los buscadores de metales- en la selva de Pará, norte de Brasil, durante los años 1980. Más tarde, fue a la academia militar en Río de Janeiro y entró a la vida militar, donde fue capitán del Ejército, en una carrera signada por episodios de insubordinación.
Defensor de los valores de la “familia tradicional”, Bolsonaro, el más evangélico de los católicos, tuvo cinco hijos con tres matrimonios diferentes, y está casado con Michelle, de 40 años, una evangélica practicante que cobró protagonismo en la campaña para seducir al electorado femenino.
El presidente, que suele profesar en sus discursos el lema “Dios, patria y familia”, tiene en sus tres hijos mayores su principal clan político, con un papel preponderante en la campaña de Carlos, legislador en Río de Janeiro, y Flavio, senador por dicho estado.
Como político “Bolsonaro le dio voz a una derecha popular, pudo aglutinar diversas fuerzas que existían antes de él, pero no tenían un líder”, opina David Magalhaes, coordinador del Observatorio de Extrema Derecha, agrupando a sectores radicalizados, antisistema y liberales .
Al cabo de casi cuatro años en el poder, el mandatario llegó a los comicios de hoy con el desafío de mantener viva la llama de su reelección pese a los sondeos, que mostraban un favoritismo del expresidente izquierdista Lula da Silva, en un contexto diferente al de 2018.
Puntos débiles
Si cuatro años atrás pudo montarse sobre un escenario de crisis que lo empujó como supuesto ‘outsider’, la elección de 2022 puso al presidente brasileño ante una dificultad diferente: mostrar su gestión.
A la elección va la evaluación de su administración, marcada por el abandono de la agenda anticorrupción, una agenda liberal que tuvo avances tibios, permanentes choques institucionales con otros poderes y, para algunos expertos, una mala gestión de la pandemia del Covid-19.
El mandato estuvo signado por varias crisis, con el punto más alto durante la pandemia, que el presidente calificó como una “gripecita” mientras desdeñó la eficacia de las vacunas. Su controvertida postura, en contra de las medidas de los cierres para defender la economía, le valió más de una centena de pedidos de juicios políticos en el Congreso y la apertura de investigaciones, escenario que lo llevó a forjar nuevas alianzas políticas.
El propio presidente Bolsonaro desdibujó la identidad que había proyectado de él mismo, un político dispuesto a no negociar con la “vieja política”. Si en 2018 él y sus colaboradores más cercanos fustigaban a políticos del “Centrao”, como el ministro de la Seguridad Institucional, Augusto Heleno, que llegó a llamarlos “ladrones”, Bolsonaro termina el mandato abrazado a ese grupo. Fue una cuestión de supervivencia política.
Bolsonaro llega a la segunda vuelta con la difícil tarea de mantener viva la expectativa por su reelección, con quizá él mismo como mayor adversario que Lula: su rechazo orilla el 50%, según sondeos.
Apoyos y activos
El Capitao do povo, como se presenta en su jingle de campaña, mantiene, no obstante, una base irreductible de seguidores de al menos un tercio del electorado que lo apoya como el primer día. Cuenta con el apoyo de buena parte del electorado evangélico y el agronegocio. Y ha intentado acortar la ventaja de Lula en el electorado más humilde con el programa Auxilio Brasil, reforzado la víspera de las elecciones
La economía entrega señales recuperación y se convirtió en un activo. La inflación cae, combatida con una tasa de interés alta y cortes de impuestos, y el desempleo también, en 8,9%, el menor nivel en siete años, aunque la renta de los brasileños todavía crece.
El gobierno avanzó con la reforma de las jubilaciones, en 2019, privatizó la compañía eléctrica Eletrobras y fijó reglas para la generación de un buen ambiente económico, como la autonomía del Banco Central.
Admirador de Donald Trump, Bolsonaro invirtió parte de su campaña en el ataque al sistema de urnas electrónicas, agitando sin pruebas el fantasma de un posible fraude, algo que ha generado nerviosismo por la posibilidad de que una eventual derrota verso no sea reconocida, a imagen y semejanza del republicano. Su embestida también fue contra las encuestadoras, acusadas de estar compradas por la izquierda.
“Aquí no está la mentirosa Datafolha, aquí tenemos a nuestro ‘Datapueblo’”, arengó a sus seguidores el 7 de septiembre, en un acto en Brasilia.
Víctima de un atentado a cuchillazos en septiembre de 2018, el presidente suele repetir que haber sobrevivido al ataque, perpetrado por un paciente psiquiátrico, fue un milagro de Dios, así como su llegada a la Presidencia, un designio divino.
En la recta final, pasó a hacer lives diarias, con una estética improvisada y un discurso agresivo contra la justicia electoral, escenas que remontan a aquel candidato “outsider” de 2018. Frente a un estancamiento en las encuestas, una apuesta por un Bolsonaro radical: un intento por recuperar algo de la identidad perdida, en la lucha por su reelección.
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