El Estrecho de Ormuz: donde la paz mundial se juega a cada instante
Las tensiones entre Irán y las potencias occidentales volvieron a subir en las últimas semanas en esta vía marítima, clave para el tráfico de petróleo
PARÍS.- En un contexto de extrema tensión, Irán calificó ayer de "provocación" la propuesta británica de desplegar una fuerza europea en el Estrecho de Ormuz para evitar la repetición de incidentes en esa zona vital para el aprovisionamiento mundial de energía.
"La presencia de fuerzas extranjeras en la región sería la principal fuente de tensiones", advirtió el presidente iraní, Hassan Rohani.
Las hostilidades entre Londres y Teherán comenzaron a comienzos de julio, cuando fuerzas británicas secuestraron un buque petrolero iraní en el Estrecho de Gibraltar. Pocos días después, las autoridades iraníes capturaron el tanquero Stena, de bandera británica, que circulaba por el Estrecho de Ormuz.
La misma guerra de usura se produce entre Irán y Estados Unidos en esa región estratégica. Desde hace meses, Estados Unidos acusa públicamente a Teherán de sabotear, torpedear o abordar buques que pasan por el estrecho con las bodegas ahítas de petróleo.
El menor bloqueo de esa vía marítima puede desencadenar una crisis de proporciones planetarias. Cuando estalló la primera guerra del petróleo, en 1973, Henry Kissinger decía que ese hilo de agua era la vena yugular de la economía occidental.
Aunque en este último medio siglo cambiaron los equilibrios económicos, la fórmula conserva toda su actualidad: 25% de la energía que consume Occidente y 60% de las necesidades de Asia transitan por ese paso estratégico extremadamente vulnerable que tiene 45 kilómetros de largo, entre 38 y 50 kilómetros de ancho y menos de 60 metros de profundidad. La circulación, como en una calle de dos manos, se realiza por dos estrechos corredores de 2 millas náuticas (3,7 km) cada uno, separados por un canal prohibido a la navegación de distancia similar.
En esa zona basta con hundir uno o dos barcos para bloquear durante años esa vía esencial, como ocurrió con el Canal de Suez, que estuvo cerrado entre 1967 y 1975.
Aunque el imperio persa pretendió reivindicar su control total sobre ese golfo estratégico, ninguna potencia logró jamás dominar esos 251.000 kilómetros cuadrados de aguas turbulentas que bañan las costas de Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.
Todos esos países están armados hasta los dientes con la panoplia tecnológica más sofisticada. Un crucero, un destructor y dos fragatas norteamericanas navegan en permanencia en esas aguas políticamente inflamables. En el Mar de Omán, a la salida de Ormuz, patrulla en permanencia la Quinta Flota de la Armada norteamericana del océano Índico, que tiene su base en Manama, Bahréin.
Peligrosa cornisa
Cuando penetran a esas aguas, donde se mezcla el misterio de los perfumes orientales con el olor de la pólvora, los marinos sienten que transitan por una peligrosa cornisa que, literalmente, está ubicada en los confines de Arabia y en las puertas de Persia donde la paz mundial se juega a cada instante.
Por ese tortuoso brazo del Mar de Omán que penetra en el Golfo Pérsico, paso obligado de la navegación políticamente más sensible, circulan 21 millones de barriles diarios de petróleo, cifra que equivale a poco más del 20% del consumo mundial, es decir un tercio del crudo que se comercia por vía marítima, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
A esas cifras hay que agregar otro dato altamente significativo: un cuarto del comercio mundial de gas natural licuado pasa inicialmente por Ormuz, que junto con el Canal de Suez y el Estrecho de Malaca, en Asia, son las tres autopistas marítimas más explosivas del mundo.
En ese contexto, un agravamiento de la tensión en la península arábiga, que concentra el 60% de las reservas probadas del planeta, alcanzaría para propulsar la cotización del petróleo a niveles cercanos al récord histórico de 147 dólares, alcanzado en julio de 2008, y colocar al mundo al borde de un conflicto de imprevisibles derivaciones.
Además, podría precipitar la implosión de las petromonarquías del Golfo Pérsico, que el año pasado recaudaron unos 400.000 millones de dólares gracias al petróleo. Esa estimación, atribuida al think tank Council of Foreign Relations, es opaca, viscosa e imprecisa, como todo lo que tiene que ver con esa materia prima esencial para la economía mundial que el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, uno de los fundadores de la OPEP, llamaba el "excremento del diablo".
Otras fuentes calculan incluso que los ingresos petroleros del año se elevaron a 575.000 millones. Esas cifras no incluyen, sin embargo, el valor de las exportaciones de hidrocarburos de Irán, que alcanzaban a 57.400 millones de dólares anuales hasta que comenzaron las tensiones entre Estados Unidos y el régimen de Teherán.
Casi desconocido hasta mediados del siglo XX, el Estrecho de Ormuz fue propulsado a la celebridad a raíz de tres acontecimientos sucesivos: en 1951, el comienzo de la explotación de Ghawar, el mayor yacimiento de oro negro del mundo, ubicado en la costa oriental de Arabia Saudita; el primer shock petrolero en 1973, consecuencia de la guerra árabe-israelí del Yom Kipur, que multiplicó el precio del barril por tres y estremeció las economías occidentales, y por último la revolución islámica de 1979, que provocó la caída del sha y propulsó al poder en Teherán un régimen chiita integrista que atemorizó a los países sunitas del Golfo, en particular a Irak, con el cual al año siguiente se enfrentó en una guerra que duró hasta 1988.
Falla geoestratégica
Además de haberse convertido en espina dorsal del sistema energético internacional, el problema de Ormuz reside en que se encuentra sobre la falla geoestratégica más inestable del mundo, entre el Irán chiita y antinorteamericano y la Arabia Saudita sunnita, aliado incondicional de Estados Unidos.
Además de su rivalidad política, religiosa y económica, esas dos potencias se disputan la supremacía regional.
Desde hace 15 años, el antagonismo iraní-saudita está presente en la creación del grupo islamista Al-Qaeda y el movimiento jihadista Estado Islámico (EI) y la transformación del conflicto sirio en una guerra proxy entre potencias antagonistas después que Irán envió una unidad de elite de los Guardianes de la Revolución, y potenció la intervención del movimiento chiita Hezbollah para sostener al dictador Bashar al-Assad.
En 2014, ese enfrentamiento abrió un segundo frente en Yemen, donde cada una de las potencias enemigas intervino directamente, apoyó y financió a grupos locales rivales. En cinco años de enfrentamientos, con empleo de armas sofisticadas enviadas por Arabia Saudita e Irán, ese conflicto provocó cerca de 10.000 muertos y 15.000 heridos.
Escenario de frecuentes incidentes, sobre todo entre unidades de Irán y Estados Unidos, el Estrecho de Ormuz y el Golfo Pérsico en general mantienen al mundo en alerta roja permanente. Para que ese polvorín arda como una antorcha, solo hace falta un fósforo, una provocación verbal o un tuit imprudente.
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