El estallido social derriba el gobierno de Hariri y genera incertidumbre en el Líbano
Acorralado tras 13 días de protestas y disturbios, el premier renunció; la furia se desató tras un impuesto a las llamadas de WhatsApp, que se sumó al hartazgo por la pobreza y la corrupción
BEIRUT.- Un paisaje que se hace cada vez más frecuente en el mundo: calles bloqueadas por barricadas, acalorados enfrentamientos entre fuerzas policiales y manifestantes, negocios destrozados, saqueos. El Líbano no es la excepción: otro país donde la indignación por la corrupción, la crisis económica y las deficiencias en los servicios públicos puso en jaque al gobierno.
La furia de los libaneses, alimentada de los resentimientos frente a años de empobrecimiento del país, llevó ayer al primer ministro Saad Hariri, de 49 años, a presentar su renuncia al presidente Michel Aoun, de 84 años, tras casi dos semanas de protestas contra su gobierno.
"Me dirijo al palacio Baabda para presentar la dimisión del gobierno en respuesta a los muchos libaneses que salieron a las calles", indicó ayer en un discurso televisado. "Para todos los aliados en la esfera política, nuestra responsabilidad hoy es proteger el Líbano y promover su economía", añadió Hariri, tras admitir que el país había llegado a un "callejón sin salida".
El 17 de octubre pasado, una espontánea ola de manifestaciones se extendió por todo el país. La prensa internacional no tardó en bautizarla "la revolución de WhatsApp", ya que las movilizaciones surgieron a causa del anuncio de un nuevo impuesto para las llamadas de voz a través de internet. Sin embargo, la imposición de esta tasa fue tan solo la gota que rebalsó el vaso: el enojo de la población libanesa está arraigado en motivos mucho más profundos.
De hecho, las primeras protestas surgieron a principios de mes en medio del deterioro de la crisis económica y después de una caída de la moneda local por primera vez en las últimas dos décadas. El descontento se arrastraba ya desde julio, cuando el Parlamento aprobó un presupuesto de austeridad para hacer frente al déficit.
El paquete de reformas económicas presentado por Hariri no solo se limitaba a las llamadas de WhatsApp, sino que también estaba destinado al combustible, el trigo y el tabaco, entre otros.
Tras la creciente tensión, el primer ministro decidió cancelar en cuestión de horas la medida. Sin embargo, la rectificación del gobierno no fue suficiente para aplacar los disturbios.
Así, los manifestantes concentraron sus protestas hacia otros reclamos, incluyendo la corrupción generalizada, el mal manejo de la economía y los deficientes servicios públicos.
Además de una red de rutas deterioradas y de transportes públicos insuficientes, el país sufre una escasez recurrente de agua y, sobre todo, de electricidad, que puede llegar a 12 horas diarias en algunas regiones. Según un informe de la firma internacional McKinsey, el país tiene la cuarta peor red eléctrica del mundo.
En lo que respecta a la corrupción, ocupa el puesto 42 en la lista de países más corruptos del mundo de la ONG Transparencia Internacional.
Los libaneses también protestan por la pobreza, las carencias en el sistema de salud y de educación o la falta de empleo. Según la ONU, en Trípoli, uno de los centros neurálgicos de protesta, el 57% de los hogares viven debajo de la línea de pobreza.
Los disturbios se han caracterizado por su naturaleza transversal: los manifestantes pertenecen a todas las sectas y estratos sociales.
El estallido social amenazó la estabilidad del Ejecutivo de unidad nacional de Hariri, un sunnita que se sostenía gracias a un frágil equilibrio con los chiitas de Hezbollah, el partido y organización armada sostenido por Irán.
El líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, alertó del riesgo de que la agitación derive en una guerra civil, y respaldó al gobierno y al presidente, el cristiano maronita Aoun.
Sin embargo, la advertencia de Nasrallah fue insuficiente y el asediado Hariri renunció a su cargo. En su mensaje de renuncia, pidió a los libaneses proteger la paz civil y evitar un mayor deterioro económico.
Hariri, próximo a Arabia Saudita y Estados Unidos, ocupaba el cargo desde 2016, aunque antes lo había hecho entre 2009 y 2011. Es hijo de Rafik Hariri, asesinado cuando era primer ministro con un coche bomba en 2005, lo que desencadenó una serie de movilizaciones conocida como la Revolución de los Cedros.
Agencias AFP, ANSA y AP