El estallido de un país que no quiere ser un feudo de Moscú
París.-Nueve años después de la "revolución naranja", que impidió la fraudulenta elección de Viktor Yanukovich a la presidencia de Ucrania, los manifestantes volvieron a salir a la calle para protestar contra el mismo hombre, que dirige un Estado al borde del precipicio. Su reivindicación: evitar que les vuelvan a robar el futuro.
La gota que rebasó el vaso fue la decisión del gobierno, la semana pasada, de darle la espalda al acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE). La cólera que provocó ese brusco giro presidencial –marioneta dócil del Kremlin– lanzó a la calle a centenares de miles de ucranianos, reunidos en el centro de Kiev para exigir la orientación europea de su país y denunciar la violencia policial desatada en los últimos días.
La traición de Yanukovich tuvo el efecto de un electroshock, que reavivó el espectro de una Ucrania feudo de Moscú.
"Es la insoportable visión de un país condenado por sus dirigentes a vivir en un permanente marasmo subvencionado, a la corrupción y a los arreglos entre amigos poderosos", afirma el vocero de la oposición, el ex campeón de box Vitali Klitschko, líder del partido Udar.
La represión oficial desatada el viernes pasado contra algunos miles de manifestantes incluso hizo pensar en un destino "a lo Belarús", donde el uso de la cachiporra se volvería moneda corriente.
Liberado de la esfera soviética hace más de dos décadas, ese vasto Estado de 604.000 km2 y 45 millones de habitantes es el gran país que la UE quiere atraer como símbolo de su "Ostpolitik" (su política de apertura al Este). Era normal entonces que se transformara, al mismo tiempo, en epicentro de la rivalidad con Moscú, que en los últimos años hizo enormes esfuerzos para debilitar al bloque europeo, pero también para evitar que Yanukovich aceptara las exigencias de Bruselas.
Ucrania está sumergida en dificultades financieras, económicas y monetarias, agravadas por el costo prohibitivo del gas que le compra a Rusia. El Kremlin proponía reducir sensiblemente los precios a cambio de una adhesión a la unión aduanera que pilotea el Kremlin. Al mismo tiempo, exigía que Kiev renunciara a su asociación con la UE.
Durante meses, Yanukovich jugó al aprendiz de brujo manteniendo el suspenso, hasta que finalmente se vio obligado a ceder a las fuertes presiones rusas. Simultáneamente, la UE reclamaba profundas reformas y la liberación de la ex primera ministra Yulia Timochenko.
La decepción fue inmensa. Tanto para la UE como para los ucranianos proeuropeos. Pero la crisis de legitimidad del presidente no puede interpretarse sólo como un fenómeno de cólera popular. Desde ahora, el régimen queda frente a una peligrosa alternativa: represión o improbables concesiones políticas.
Tras varios meses de un sorprendente clima de consenso entre el poder y la oposición sobre la cuestión de la integración a Europa, todo el mundo parece regresar al lugar que ocupó en 2004, cuando se produjo la "revolución naranja". En otras palabras: el enfrentamiento está de regreso. Los líderes de la oposición llamaron a los manifestantes a "no responder a las provocaciones". Uno de ellos, Arseni Yatseniuk, advirtió incluso que Yanukovich tiene intención de instaurar el estado de emergencia, aprovechando la agitación popular.
Pero, contrariamente a 2004, el papel de los partidos políticos parece ser esta vez aleatorio. En el episodio actual, las redes sociales tuvieron un rol determinante. Todo se produjo a través de Facebook y Twitter: por ahí circularon las imágenes de la represión, se propagó el movimiento Euromaidan (nombre de la Plaza de la Independencia, Maidan en ucraniano) y se convocó a las manifestaciones. Es una de las razones que llevan a muchos observadores a preguntarse sobre las posibilidades de supervivencia del movimiento. Sobre todo cuando, ante esta nueva generación de jóvenes proeuropeos, los líderes opositores tradicionales han perdido toda credibilidad.
No obstante, la agitación de los últimos días cambia el tablero político y permite a la oposición presentar un frente unido, dejando de lado eternas rivalidades de liderazgo.
Yanukovich, por su parte, sale extremadamente debilitado de este episodio. En ese "apparatchik" resistente, pero sin envergadura, jugó a mostrarse como un europeo convencido durante meses sabiendo que, a último momento, optaría por los intereses a corto plazo en vez del largo y exigente camino hacia Europa.
Como muchos déspotas, Yanukovich privilegió la opacidad y el confort de su clan (su hijo Alexandre tiene una de las grandes fortunas del país) a la promesa de un desarrollo sobre bases modernas.
El premier Mykola Azarov reconoció la semana pasada que Rusia había disuadido a Kiev de firmar el acuerdo de asociación con la UE. Nadie sabe con exactitud qué argumentos utilizó Moscú. Nadie ignora tampoco que es difícil hacer oídos sordos a las amenazas del gigante ruso, primer socio comercial de Ucrania. Es un argumento que deja indiferente al pueblo que se manifiesta en las calles. "En 2004 luchábamos por un hombre [el ex presidente Viktor Yushchenko, rival de Yanukovich]", dijo Galina Prihodko, una jubilada de 62 años entrevistada por la televisión. "Esta vez lo hacemos por una idea", completó.
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