El error de hacer cosas por el simple hecho de poder hacerlas
NUEVA YORK.- Si lo que queremos es antagonizar con nuestros aliados, todavía hay mucho por hacer.
La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) norteamericana podría tuitear las jugosas conversaciones telefónicas de la canciller alemana, Angela Merkel, o subir a YouTube los videos del premier japonés, Shinzo Abe, cantando en la ducha.
El Pentágono podría hacer volar sus drones sobre París, dejando caer Big Macs sobre los mejores restaurantes de la ciudad, sólo para demostrar que podemos.
Los funcionarios del gobierno de Barack Obama echan humo contra Edward Snowden y Chelsea Manning por el daño que le causaron a la seguridad norteamericana. Pero el último alboroto por el espionaje de la NSA nos recuerda hasta qué punto fueron los propios altos funcionarios norteamericanos los que pusieron en peligro nuestros intereses estratégicos, por excederse y hacer ciertas cosas por el simple hecho de poder hacerlas.
Nuestra política de seguridad nacional descarriló el 11 de Septiembre y nunca volvió a su cauce. Durante 12 años, la seguridad ha sido una obsesión, que pocas veces pudo ser contenida por una evaluación de las ventajas y desventajas. ¿Y con qué resultados? Nos hemos ocupado de conseguir todas las ventajas estratégicas, y eso a veces conduce -como cuando uno interviene las conversaciones de sus aliados extranjeros- a pérdidas estratégicas.
Ya descontada la inflación, duplicamos nuestro gasto en inteligencia a más de 70.000 millones de dólares anuales. Hay más personas con acceso autorizado a todo lo que es top secret que habitantes en el distrito de Columbia, así que era inevitable que algunos fueran topos. Cuando todo es clasificado, el sistema pierde credibilidad, transparencia y deja de haber responsables.
La guerra contra el terror nos llevó a pelear en Irak y en Afganistán, con pocos logros visibles y miles de vidas norteamericanas perdidas. Por cada jihadista que matamos, al parecer hemos creado varios jihadistas nuevos. Como dice un proverbio chino, levantamos una roca y la dejamos caer sobre nuestro propio pie.
Cuando asumió el gobierno, Obama parecía dispuesto a reorientar la política de seguridad. De hecho, trajo de vuelta tropas de Irak y está reduciendo nuestra presencia en Afganistán.
Pero, en líneas generales, su política de seguridad es sorprendentemente similar a la del ex presidente George W. Bush: Guantánamo sigue siendo una afrenta a nuestros valores y los del mundo, los programas de espionaje de la NSA siguen a todo vapor y la Casa Blanca intentó por todos los medios desviar cualquier debate público serio sobre drones , espionaje y ciberguerra. Amparado en la ley de espionaje, el gobierno de Obama presentó cargos contra más "soplones" que todos los gobiernos anteriores juntos.
El último escándalo de espionaje a los líderes de Europa es síntoma de esa miopía más amplia en lo que respecta a nuestros intereses estratégicos. Es cierto que hay algo de afectación en la indignación europea, tal como lo dijo en una entrevista, sin medias tintas, Bernard Kouchner, ex canciller de Francia.
"Seamos honestos, nosotros también espiamos. Todo el mundo escucha a todo el mundo. La diferencia es que no tenemos los mismos medios para hacerlo que Estados Unidos, y eso nos da envidia", admitió.
Sin embargo, nuestro espionaje parece haber infringido la primera regla del espionaje: no ser descubierto. Si Obama realmente no sabía que estábamos escuchando a 35 mandatarios mundiales, algo anda muy mal con la supervisión de inteligencia. Un ex alto agente de la CIA dice que, antes del 11 de Septiembre, ese tipo de monitoreo de líderes del mundo siempre contó con la aprobación de la Casa Blanca.
"Todo lo que involucraba a altos funcionarios o jefes de Estado era verificado muy cuidadosamente, al menos con el asesor de seguridad nacional, si no con el presidente", comentó el ex espía.
Sin embargo, desde el 11 de Septiembre, nuestra política de seguridad está en piloto automático. Ya que podemos espiar a Merkel, ¡hagámoslo! ¿Así que podemos usar drones para matar a un terrorista? ¡Vamos! Y si podemos dejar a la gente en Guantánamo indefinidamente, ¿por qué no hacerlo?
Nuestra soberbia ha socavado la mayor ventaja de la política exterior norteamericana: nuestro poder blando. En Paquistán, por ejemplo, nuestros ataques con drones eliminaron a peligrosos milicianos. Pero los ataques con aviones no tripulados nos enemistaron profundamente con el pueblo paquistaní y nos hicieron perder más poder a nosotros que a los talibanes.
Como escribió David Rohde, "la obsesión de Estados Unidos con la red Al-Qaeda está dañando más a la nación que ese grupo terrorista en sí mismo".
En el ámbito de la seguridad, ya es hora de parar para tomar aire y empezar a examinar ventajas y desventajas, en vez de hacer cosas por el simple hecho de que podemos.
Traducción de Jaime Arrambide
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