El empresario israelí que ahora es guardián de su kibutz cerca de Gaza: “Lo que pasó es como un Holocausto”
Jen Levran vive en una zona de alerta máxima por los ataques de Hamas, por lo que su mujer y sus tres hijos evacuaron; él se quedó para proteger su hogar y a quienes decidieron quedarse; en el asalto del sábado perdió a su mejor amigo, quien fue masacrado junto a su mujer
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NEGBA, Israel.- Como a todos los israelíes, a Jen Levran, de 43 años, el sábado 7 de octubre la cambió la vida. Hasta entonces al frente de una empresa que vende joyería en diamante y oro en todo el mundo, en el marco de la peor crisis que vive Israel desde su creación, Levran se volvió uno de los guardianes del kibutz Negba, uno de los más grandes y antiguos del Estado hebreo, en el sur de Israel, donde hasta el sábado vivía apaciblemente con su familia.
Se quedó aquí para proteger su hogar, las miles de vacas y emprendimientos agrícolas que tiene y a quienes decidieron quedarse y no evacuar. “Es mi deber en este momento, donde todos tenemos que ayudar”, asegura en una entrevista con LA NACION, y precisa que aún no lo llamaron a las armas porque terminó su servicio como reservista, pero que está listo para ir al frente cuando lo llamen. Se quedó solo de guardián y envió a su mujer Megav y sus tres hijos, Yuval, Daniel, Noam, a Raanana, al norte, “para que pudieran relajarse”. “Acá es el caos, se oye el ruido de los bombardeos, hay alerta máxima por la infiltración de terroristas y prefiero que crezcan lo más normal posible”, dice.
Levran jamás se olvidará de ese maldito 7 de octubre. Ese día perdió a su mejor amigo, masacrado junto a su mujer por los terroristas de Hamas. Se trata de Roy Idan, fotógrafo del sitio israelí Ynet, que vivía en el kibutz de Kfar Aza, pegado a la Franja de Gaza y que saltó a la fama por la masacre que tuvo lugar allí, donde los terroristas no solo mataron y secuestraron mujeres y chicos, sino también, según denunciaron, decapitaron y mataron a decenas de bebés.
“Lo que pasó es como un Holocausto, es algo inexplicable”, denuncia Levran, aún shockeado como todo el mundo en este país. “La mañana del sábado mi mejor amigo, con quien hace muchos años había hecho un viaje sabático a América Latina, que incluyó la Argentina, país del que me enamoré -por eso hablo español y porque uno de mis mejores amigos es argentino-, cuando a las 6 de la mañana empezó a notar que pasaba algo, siguió su instinto de periodista y salió a sacar fotos”, cuenta, mostrando esas imágenes impactantes de los terroristas arribando en ala delta desde Gaza.
“Vi esa foto firmada por él y, como siempre, le mandé un mensajito preguntándole qué pasaba. Pero nunca me contestó. Roy se fue inmediatamente corriendo a su casa donde estaban su mujer Samdar y sus tres chicos: Michael de 9 años, Amalia de 6 y su beba, de 3 años, Abigail. Mientras estaba en eso, lo llamó su hijo de 9 para decirle que habían entrado los terroristas y matado a su mamá. Fue corriendo a sacarlos a ellos de la casa y mientras estaba en eso, los terroristas le dispararon por la espalda y lo mataron en frente de los chicos”, relata Levran sobre el sábado fatídico. Y sigue: “El de 9 años entonces agarró a su hermanita y fue a esconderse en un ropero, mientras que una vecina, que vio todo, fue a agarrar a la niña de tres. Esta vecina, junto a una beba que no es su hija, está entre el centenar de rehenes secuestrados y llevados a Gaza”.
Mientras la niña de tres años estaría entre los casi 100 rehenes que Hamas mantiene cautivos en Gaza, sus dos hermanos están con su tío en el norte de Israel. Estuvieron en un ropero esperando el rescate de la policía, que tardó nueve horas en llegar después de que ellos mismos dieron aviso a la policía. “Para peor, nunca encontraron el cuerpo de mi amigo, ni su ADN”, dice Levran.
“Es una locura, una locura”, dice una y otra vez, consternado. “Pero es sólo una de muchas historias espeluznantes”, aclara.
Levran, en efecto, cuenta que tiene otro amigo cuya hija fue una de las 260 personas asesinadas en la fiesta organizada en el desierto del Negev que terminó en otra masacre. “Acá tenemos a una familia que perdió a dos personas que vivían en un kibutz cercano y a otra que conoce a alguien que sobrevivió porque, cuando estaba escondido en el refugio y llegó lo que parecía un soldado israelí, se dio cuenta que desde la espalda asomaba un RPG -el lanzacohetes de fabricación rusa que suelen tener los terroristas-, y lo mató. Pero esa persona que se salvó perdió a su hijo, que estaba en ese momento de la mañana pescando en la playa, vio llegar a los terroristas desde el mar, se escondió en un baño, donde lo encontraron y lo mataron”, enumera, sobre las trágicas historias que lo rodean.
“Hay muchas, muchas historias atroces, es una locura”, repite. Y recuerda que otro amigo que vivía en el kibutz Be’eri, que también saltó a la fama porque allá hubo otra carnicería, logró escapar con sus hijos, pero perdió a su madre y a su primo.
“Todavía nadie puede creer que pasó todo esto, pero ahora estoy acá de guardián, nadie me lo pidió, pero estamos tratando de darle seguridad a los que se quedaron. Tenemos armas, no para una guerra claro, aunque tenemos soldados, para proteger todo esto y aquí estoy, no sé cómo, entero”, reflexiona.
“Si mi mejor amigo se hubiera muerto el sábado pasado en un accidente de auto estaría llorando, acompañando a sus familiares en el velorio, a sus hijos, pero evidentemente los israelíes tenemos un mecanismo de supervivencia y estamos reaccionando ante la barbarie, porque hubo violaciones, decapitaciones de bebes, mataron a padres frente a sus hijos… Lo que pasó es como un Holocausto”, añade. “Probablemente hicimos muchos errores en el pasado en Gaza, pero esta vez se pasaron de la raya, cruzaron una línea de no retorno. Y el país, que estaba dividido antes del sábado en forma impresionante, había una guerra fratricida entre derecha e izquierda, ahora se ha unido. Estamos todos juntos, movilizados por un mismo objetivo, eliminar para siempre a Hamas”.
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