El Ejército de Ucrania, lejos del nivel de armamento y sofisticación que distingue a los miembros de la OTAN
Las tropas desplegadas en el este del país se refugian en precarias y heladas trincheras y muchas de sus armas datan de la era soviética
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POPASNA, Ucrania.– Los soldados viven en bunkers cavados en la tierra y tienen que prepararse todas sus comidas. Tienden la ropa a secar en túneles subterráneos y muchas de sus armas son remanentes de la era soviética, antigüedades de hace medio siglo.
En las heladas trincheras del este de Ucrania, donde las tropas del gobierno de Kiev luchan contra los separatistas apoyados por Moscú, uno de los problemas centrales de la hostilidad entre Rusia y Occidente –la incorporación de Ucrania a la OTAN–, parece irrelevante: nada de la vida cotidiana de estos soldados hace pensar en las sofisticadas fuerzas militares que son características de la alianza atlántica.
“Cavás un pozo y entonces tenés un maldito pozo para dormir”: así resume su servicio en el este de Ucrania el soldado Yuri Todorchuk, de 53 años. “Hasta los jóvenes tienen dolor de espalda de tanto cavar.”
La concentración de unos 130.000 soldados rusos en la frontera de Ucrania fogonea el temor a una invasión inminente de una fuerza militar ultramoderna y letal. El presidente Vladimir Putin, mientras tanto, insiste que Estados Unidos y Europa Occidental deben dejar en claro que Ucrania no ingresará a la OTAN, reclamo que Occidente rechaza.
Pero la observación de la línea de frente del Ejército ucraniano deja expuesta las penurias de sus soldados y la obsolescencia de su equipamiento. Presionado para conseguir soldados, el Ejército está ofreciendo un contrato a tres años a hombres de hasta 57 años de edad.
Las fuerzas de Kiev están en proceso de renovación, pero en el frente oriental la táctica básica sigue siendo la guerra de trincheras “de mano de obra intensiva”, un abordaje bélico totalmente caduco.
Según relatan los ocho soldados de una pequeña unidad de la brigada mecanizada de las Fuerzas Armadas de Ucrania, llegaron a su posición en junio y se pusieron a cavar trincheras. Excavaron la que sería su vivienda subterránea de ahí en más: dos dormitorios –cada uno con cuatro literas–, una cocina y una sala para baños de vapor, y desde entonces han vivido prácticamente como cavernícolas.
En la superficie, la construcción está cubierta con chapas de plástico que se sacuden con el viento gélido. Como las trincheras de los separatistas están ahí nomás, junto a la hilera de árboles detrás de un campo nevado, el único lugar realmente seguro es bajo tierra.
Armas antiguas
Al observar el funcionamiento del escuadrón, nada parece conectarlo con la OTAN. Es un conflicto que se libra principalmente con rifles, ametralladoras, granadas propulsadas por cohetes, morteros y sistemas de artillería que datan de la década de 1970 o incluso antes.
Desde 2018, Estados Unidos le ha vendido a Ucrania misiles antitanque Javelin, pero están destinados principalmente a repeler un ataque ruso a gran escala, y no para ser usados en un combate frente a frente. Turquía es proveedora de otra de las armas más nuevas que tiene el país, el dron armado Bayraktar TB2, pero el Ejército ucraniano reconoce que solo lo usó una vez, en octubre pasado.
Aún así, los analistas militares dicen que las fuerzas ucranianas mejoraron mucho desde 2014, cuando Rusia anexó la península de Crimea y fogoneó la guerra en el este. Estados Unidos proporcionó 2700 millones de dólares en asistencia militar, y en las últimas semanas autorizó a Lituania, Letonia y Estonia a enviar a Ucrania misiles antiaéreos de fabricación estadounidense. Gran Bretaña sumó sus misiles guiados antitanques.
Además, el Ejército ucraniano se fue curtiendo en la batalla. A lo largo de estos años, unos 400.000 soldados, incluidas unas 13.000 mujeres, fueron pasando en rotación por el frente, y conforman una masa de veteranos combatientes que pueden ser convocados al servicio activo en caso de guerra. Además, el presidente Volodimir Zelenski firmó ayer un decreto para sumar 100.000 soldados durante tres años y aumentar el sueldo de los que están en actividad.
Pero esas rotaciones por el frente también se cobran un alto precio. El soldado Volodimir Murdza, de 53 años, está promediando su segundo contrato de tres años. Su hijo también está en el servicio y su esposa está muy preocupada.
En los ocho años que lleva la guerra solapada en el este de Ucrania, el nivel de violencia ha sido fluctuante, pero la mayor parte del tiempo ha sido un conflicto de baja intensidad.
Los despliegues que duran de seis a ocho meses son difíciles, pero los permisos para volver a casa también, dice Roman Leskiv, de 30 años, que dirige el escuadrón y cumple funciones en el frente desde que comenzó la guerra.
“La gente no entiende, pero cuando estoy en casa siento que me ahogo”, dice Leskiv, y explica que después de tantos años en el frente tiene problemas de asimilación cuando vuelve a la vida social. “Las vacaciones son la parte más difícil del año para mí”.
Oleksandr Astrakhantsev, el médico militar asignado a la unidad mecanizada, se ocupa de las heridas de guerra pero también de las dolencias cotidianas de esos hombres de 50 años que viven en esas duras condiciones. “En estas condiciones, cualquier problema se agudiza, desde el estrés hasta la falta de sueño”. A eso se suman los trastornos psicológicos. Ver las mismas caras todos los días, sin que nada cambie, es causa de depresión. Los soldados se encierran en sí mismos, dejan de hablar.
“Se lo suele llamar «síndrome afgano», y acá todos lo sufren,” dice Astrakhantsev. “Cuando uno de estos soldados vuelve a su casa, una parte de él se queda acá en el este”.
Andrew Kramer
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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