Meriance Kabu vivió meses envueltos en dolor y con el miedo de no saber si iba a despertarse de los golpes que le daban sus empleadores; ocurrió en Kuala Lumpur, Malasia
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“Ayúdenme. Mi empleadora me está torturando”, escribió Meriance Kabu. “Todos los días estoy cubierta de sangre, ¡ayúdenme!”. Dobló su nota rápidamente y la lanzó por la puerta de hierro cerrada del departamento en los suburbios de Kuala Lumpur donde estaba viviendo y trabajaba como empleada doméstica.
Una mujer que pasaba la tomó. Cuando la leyó, llevó la nota inmediatamente a un policía retirado que vivía en ese mismo edificio. “Si hubiera permanecido allí, seguramente se hubiera muerto”, dijo más tarde.
Ese mismo día, el 20 de diciembre de 2014, la Policía malaya golpeó la puerta del departamento donde vivía Meriance, y del que no había salido en ocho meses. “Sentía que me estaba derrumbando”, dice, recordando el momento en que vio a los policías. “Me dijeron ‘no tengas miedo, estamos aquí’. En ese momento me sentí fuerte otra vez. Sentí que volvía a respirar. Los policías se acercaron y les conté la verdad”.
ATENCIÓN: Esta historia contiene detalles que algunos lectores pueden encontrar perturbadores.
Nueve años, después, Meriance continúa buscando que se haga justicia. Su caso, que está lejos de ser único, revela cuán vulnerables son los migrantes indocumentados, y con qué frecuencia la Justicia elude incluso a aquellos que sobreviven para contar su historia.
En 2015, la Policía acusó a la empleadora de Meriance, ONG Su Ping Serene, de causar lesiones graves, intento de asesinato, trata de personas y violaciones de las leyes de inmigración. Ella se declaró inocente.
Meriance testificó en la corte antes de finalmente regresar con su familia. Dos años después, recibió la noticia de la embajada indonesa de que los fiscales habían abandonado el caso con la excusa de que la evidencia era insuficiente.
“La empleadora quedó libre, ¿dónde está la justicia”, pregunta el embajador del país en Malasia, Hermono (muchos indonesios usan un solo nombre) que conoció a Meriance en octubre.
La embajada contrató asesoría legal para ella y ha estado presionando para que se reabra el caso contra la empleadora de Meriance. “¿Cuál fue el motivo de la demora? ¿No son cinco años suficientes? Si no seguimos preguntando, (el caso) quedará en el olvido, especialmente porque Meriance ya regresó a casa”.
Marcas de tortura
No está claro por qué tan pocos casos de abuso acaban siendo juzgados en Malasia, pero activistas apuntan a una cultura que ve a los trabajadores domésticos, la mayoría de los cuales son indonesios, como ciudadanos de segunda clase que no merecen el mismo nivel de protección que los malayos.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Malasia le dijo a la BBC que “se asegurarían de que se haga justicia de acuerdo a la ley”.
En 2018, un tribunal en Indonesia encarceló a dos hombres por traficar a Meriance. El juez determinó que ella había sido enviada a trabajar a Malasia “como empleada doméstica de ONG Su Ping Serene, quien la torturó, causándole heridas graves” que la llevaron al hospital.
La odisea de Meriance se describió con todos sus perturbadores detalles en el veredicto que decía que su empleadora la había golpeado con severidad, le había roto la nariz en una ocasión, y solía torturarla con una plancha caliente, pinzas, martillos, palos y tenazas.
Ocho años después, su cuerpo todavía presenta las marcas de estas torturas. Aún tiene una herida profunda en el labio superior, le faltan cuatro dientes y una de sus orejas quedó deformada. Su marido, Karvius, dice que estaba irreconocible cuando la rescataron: “Estaba tan conmocionado cuando me mostraron fotos de Meri en el hospital”.
En 2022, Malasia e Indonesia firmaron un acuerdo para mejorar las condiciones de las trabajadoras domésticas indonesias en el país. Indonesia está ahora presionando para reabrir el caso.
Trabajadores indocumentados como ella son especialmente vulnerables porque les retienen su pasaporte y viven con su empleador en un país extranjero, lo cual les deja pocas opciones para buscar ayuda.
“Todos tienen que asumir más responsabilidades”, dice la parlamentaria malaya Hannah Yeoh, que quiere ver el fin de lo que describe una cultura del silencio sobre el abuso de empleadas domésticas en el país.
El ministerio de Mano de Obra de Malasia dice que hay más de 63.000 trabajadores domésticos indonesios en el país, pero eso no incluye a los trabajadores indocumentados. No hay estimaciones claras sobre su número. La embajada de Indonesia dice que recibió reportes de casi 500 casos de abuso en los últimos cinco años.
La cifra es solo “la punta del iceberg”, señala el embajador Hermono, porque hay muchos casos, sobre todos aquellos que involucran trabajadores indocumentados, que no se denuncian. “No sé cuándo terminará esto. Lo que sabemos que hay más y más víctimas, desde casos de tortura hasta falta de pago de salarios y otros crímenes”.
“Lucharé hasta que muera”
“Voy a luchar para obtener justicia hasta que me muera”, dice Meriance. “Solo quiero poder preguntarle a mi antigua empleadora, ‘¿por qué me torturaste?’”.
Ella tenía 32 años cuando decidió buscar trabajo en el extranjero para que “los niños dejaran de llorar porque no tenían comida”. La vida era difícil en su pueblo en Timor Occidental, donde no hay electricidad o agua corriente. Y el sueldo de su marido como jornalero no era suficiente para mantener a su familia de seis personas.
Meriance aceptó la oferta de trabajar en Malasia y soñó con construir un hogar para su familia. Cuando llegó a Kuala Lumpur en abril de 2014, el agente tomó su pasaporte y se lo entregó a su empleador. Los reclutadores en Indonesia ya le habían quitado su teléfono.
Pero Meriance soñaba con una vida mejor. Su trabajo consistía en “cuidar a la abuela”, la madre de su empleadora Serene, que en ese momento tenía 93 años. Tres semanas después de que empezara a trabajar, dice, empezaron las golpizas.
Una noche, Serena quería cocinar pescado, pero no pudo encontrarlo en la heladera porque Meriance lo había puesto por error en el congelador. De repente, sintió el golpe de un pescado congelado. Su cabeza comenzó a sangrar. Después de ese episodio, cuenta, la golpeaban todos los días.
Meriance recuerda que nunca la dejaban salir del departamento. La puerta del departamento siempre estaba cerrada y ella no tenía las llaves. Cuatro de sus vecinos que vivían en el mismo edificio no sabían de su existencia hasta que llegó la Policía.
“Solo la vi la noche en que la rescataron”, dijo uno de ellos. Meriance dice que la tortura y los golpes solo cesaron cuando su empleadora se cansó. Luego le ordenó a Meriance limpiar su sangre que había manchado los pisos y las paredes. A veces, cuenta, pensaba en quitarse la vida. Pero pensar en sus cuatro hijos la mantenía con vida.
“También pensé en responder peleando”, dice. “Pero si hubiese peleado, hubiese muerto”. Luego, un día, a finales de 2014, se miró en el espejo y sintió que algo había cambiado. “No podía aguantar más. Estaba furiosa, no con mi empleadora. Estaba furiosa conmigo. Tenía que intentar salir de ahí”.
Así fue que escribió el mensaje que le devolvería la libertad. La BBC intentó numerosas veces contactar a su empleadora, ONG Su Ping Serena, para escuchar su versión, pero se negó a hablar.
Meriance dice que lucha por obtener justicia también para otros como ella, y por aquellos que no sobrevivieron. Hermono está ahora lidia con un caso de una trabajadora doméstica que, según dice, fue torturada de forma completamente inhumana. Cuando la rescataron pesaba apenas 30 kilos. Su empleador está siendo procesado.
Pero algunas, como Adelina Sau, de 20 años, no fueron rescatadas a tiempo. Su empleadora la mató de hambre y con torturas Fue acusada de asesinato, pero en 2019 la fiscalía retiró los cargos. Una apelación para reabrir el caso fue rechazada el año pasado.
Adelina era del mismo distrito que Meriance en Timor Occidental. Meriance dice que conoció a la madre de Adelina en su pueblo y le dijo, “Aunque tu hija esté muerta, su voz está dentro de mí”.
*Por Endang Nurdin & Raja Lumbanrau
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