El distanciamiento social, la mejor arma contra el coronavirus
"Distanciamiento social" puede sonar a etapa de etapa de la pubertad, pero en realidad se trata de un término de salud pública que describe nuestra mejor defensa contra el coronavirus. Según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), este patógeno puede contagiarse "entre personas que se encuentran en contacto cercano (menos de 1,80 metros)". Ese contacto es el que ha repartido el virus por todo el planeta, dejando al menos 4000 muertos y más de 110.000 infectados, hasta donde sabemos… Hasta que exista una vacuna o al menos un tratamiento efectivo, la mejor manera de protegernos es ralentizar la propagación de la enfermedad. ¿Cómo se hace?
La prohibición de los viajes está demostrando ser demasiado poco y llegar demasiado tarde. Los síntomas del coronavirus se parecen demasiado a los de un resfrío o una gripe común, y por lo tanto es fácil confundirlos. Para colmo, como el coronavirus puede incubarse durante hasta 14 días, los portadores lo esparcen sin siquiera saber que están infectados.
Ya lo vimos en el estado de Washington, donde según los funcionarios de salud, hubo personas infectadas propagando la enfermedad sin saberlo durante hasta seis semanas. Ese largo periodo de incubación asintomática también vuelve inútiles los controles en los aeropuertos. ¿Qué sentido tiene tomarle la temperatura a una persona, si va a ser normal tenga o no tenga el virus?
Let’s talk about survival, in fiction and reality. I’m live now on #Reddit, answering your questions about why #WWZ was banned in China and what we can all do about the very real pandemic of the #Coronavirus. https://t.co/zgo3OkSPyG&— Max Brooks (@maxbrooksauthor) March 12, 2020
Del mismo modo, las mascarillas y los guantes funcionan sólo si son usados para lo que sirven. Las mascarillas, por ejemplo, son para la gente que ya está enferma o los encargados directos de su cuidado. Pero cuando personas sanas usan barbijos que se calientan y humedecen con la respiración, son más propensos a tocarse la cara, el mismo talón de Aquiles que tienen los guantes de látex.
De nada sirve cubrirse las manos si con esas manos seguimos tocando superficies infectadas y a continuación nos tocamos los ojos, la nariz o la boca. Con guantes o sin guantes, esas manos tienen que ser sanitizadas para evitar el contagio. Por eso es que lavarse las manos es una protección tan importante, aunque definitivamente no la única.
La mejor manera de impedir la diseminación o "propagación comunitaria" es, precisamente, diseminar a la comunidad. Eso significa mantener separada a la gente. Ni darse la mano, ni selfies grupales, ni abrazos a troche y moche en lugares públicos. De hecho, lo más probable es que durante un tiempo no haya ni vida pública, ni cines, ni conciertos, ni ninguna otra gran concentración de gente. Esa "disrupción de la vida cotidiana" trae aparejado un inmenso riesgo financiero, del que soy dolorosamente consciente.
MI carrera de escritor depende del contacto con la gente, y para el éxito de mi próxima novela, que sale en un par de meses, es crucial que realice una gira de firma de ejemplares y encuentros con lectores. Probablemente esa gira ahora se cancele.
Pero, ¿cuál es la alternativa? ¿Traerle de vuelta a mi padre de 93 años una infección que podría costarle la vida? ¿Reunir a un enorme grupo de gente en un salón donde podrían contagiarse unos a otros? Soy un escritor que vive de su último libro, y por lo tanto soy el menos interesado en practicar el distanciamiento social. Pero también soy un escritor que basa sus libros en investigaciones fácticas, y conozco las lecciones de la historia sobre la propagación comunitaria.
En 1918, las autoridades de salud de Filadelfia ignoraron los reclamos de imponer el distanciamiento social y permitieron que se realizara el desfile triunfal de la Primer Guerra Mundial. En apenas una semana, 45.000 personas se infectaron de gripe española. En seis semanas, ya había 12.000 muertos. La posibilidad de que se repita un cuadro de mortalidad masiva semejante es aterradora, especialmente si se considera que la gripe de 1918 tenía un índice de letalidad del 2,5%, comparado con el 3,4% de letalidad del coronavirus estimado por la Organización Mundial de la Salud.
Social Distancing May Be Our Best Weapon to Fight the Coronavirus. My new OpEd for the ?@nytimes? #coronavirushttps://t.co/zZisROJZKs&— Max Brooks (@maxbrooksauthor) March 11, 2020
Podemos aprender mucho de las tragedias de la historia, pero también de sus conquistas. La peste que aterrorizó a mi generación, el sida, fue doblegada por la misma combinación de educación pública, flexibilidad cultural y avances médicos que necesitamos en estos días. En la década de 1980, cuando la consciencia del sida pasó de la negación al pánico, nuestra salvación no llegó de los laboratorios, sino de un folleto. En 1988, prácticamente todos los hogares de Estados Unidos recibieron ese pedazo de papel llamado "Understanding AIDS" ("entender el sida"). Gracias a ese folleto, junto a la ofensiva de educación nacional sobre el sexo seguro, nuestra generación aprendió que nada, ni siquiera el amor, salía gratis.
Nos adaptamos entonces y podemos adaptarnos ahora. Y debemos hacerlo. Igual que en la guerra, donde cada uno cumple con su rol. Si todos contribuimos a reducir la propagación comunitaria, ganaremos tiempo para que la ciencia y la industria desarrollen una vacuna.
Eso no significa encerrarse en un búnker con arroz, curitas y balas. Por supuesto que no. El pánico no es prepararse. Nuestros preparativos deben seguir los lineamientos de las autoridades de salud. Y también tenemos que estar atentos a la aparición de esa estigmatización que caracterizó los primeros tiempos del sida.
Incluso antes que el virus empezara a manifestarse en Estados Unidos, vimos manifestaciones penosas de lo que el miedo puede hacerle al espíritu humano. En Carolina del Sur, se presentó una petición para cerrar un distrito escolar mayormente asiático-norteamericano, aunque no había ningún niño infectado. En Nueva York, una mujer asiática que usaba una mascarilla fue atacada por un hombre al grito de "¡Apestada!". En la lucha contra el coronavirus, no hay lugar para ese tipo de prejuicios desatados por el pánico.
Si todos hacemos nuestra parte, tal vez en poco tiempo podamos retomar nuestras vidas, volver a participar de reuniones divertidas y de firmas de libros, donde estaré esperándolos para saludarlos a dos metros de distancia.
The New York Times (Traducción de Jaime Arrambide)
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