El discreto "indulto" a Juan Carlos, el rey olvidado
Cumple esta semana 80 años y por primera vez desde su abdicación teñida de escándalos será invitado a un acto institucional que preside su hijo, Felipe VI
MADRID.- Dicen quienes lo tratan que se sentía humillado. Olvidado, reducido casi a un estorbo para el futuro de la Corona, el rey Juan Carlos I llevaba con pesar la jubilación a la que se vio forzado por sus propios errores en 2014.
El calendario estuvo a punto de desatar una crisis indisimulable: la inminencia del cumpleaños 80 del padre de Felipe VI, el próximo viernes, puso en alerta a la Casa Real. Cómo afrontar el festejo se convirtió en asunto de Estado. Dejarlo pasar, como si nada pasara, podía despertar una reacción airada del viejo rey herido. Montar una fiesta popular al estilo de las que hicieron recientemente otras dinastías europeas sonaba a una exageración incompatible con el espíritu renovador que se impuso desde la sucesión en el trono. Y mucho más en medio de la agitación política actual por la crisis separatista de Cataluña.
Padre e hijo alcanzaron al final un acuerdo, como en un cuento de Navidad. Por primera vez desde la abdicación, Juan Carlos de Borbón y su esposa, Sofía de Grecia, figuran entre los invitados a un acto institucional presidido por Felipe VI. Será la Pascua Militar, el sábado, en el Palacio Real de Madrid, donde se espera que el actual monarca reivindique el legado histórico de su padre.
Además, a lo largo de 2018 se programarán eventos institucionales para conmemorar el cumpleaños 80 de Juan Carlos I y de Sofía (los cumple en noviembre), que se enmarcarán en el 40 aniversario de la Constitución española, según confirmó la Casa Real.
Juan Carlos I lo vive como un renacer. Después de sufrir en silencio la condena a un virtual ostracismo político, la relación con Felipe y la corte se había agrietado en julio pasado cuando lo dejaron fuera de los actos por los 40 años del inicio de la democracia. En aquel momento filtró a la prensa su indignación. No entendió -como les ocurrió a muchos líderes políticos- que por “cuestiones de protocolo” se lo excluyera de la ceremonia justo a él, uno de los principales artífices del suceso histórico que se conmemoraba.
A partir de entonces su actividad oficial se redujo casi a cero. No volvió a viajar al exterior en representación de la Corona y apenas asistió a un puñado de inauguraciones de muestras de arte cuyos organizadores son amigos personales.
Se concentró en su pasión por las regatas, renovada como nunca en la vejez. Apenas pisa el despacho del Palacio Real de Madrid al que lo confinó su hijo -que se quedó con la oficina principal de la Zarzuela, a 14 kilómetros de distancia- y pasa todo el tiempo que puede en el puerto de Sanxenxo (Galicia), donde tiene amarrado el Bribón, la joya de la navegación a vela con la que acaba de ganar un campeonato internacional.
Está mucho mejor de salud. El vacío en su agenda política le permitió concentrarse en la rehabilitación de la cadera, tras un sinnúmero de operaciones que lo tuvieron al borde de quedar en silla de ruedas. Camina con un bastón, pero puede incluso prescindir de él en ocasiones especiales.
Aquellos problemas de movilidad habían sido clave para decidirse a abdicar en su hijo. Pero no tanto como los escándalos personales y familiares que estallaron a principios de esta década, en coincidencia con la peor crisis económica de España. Su romance con la aristócrata alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein (28 años menor), la lesión injustificable en un safari en África y -sobre todo- el fraude al Estado del que fue acusada su hija Cristina habían lastrado a niveles mínimos el prestigio de la Corona.
Felipe VI puso un cortafuegos entre él y su padre, además de distanciarse de manera explícita de su hermana Cristina (a quien le retiró el título de duquesa de Palma). La monarquía estaba en juego.
Juan Carlos I no estuvo en el acto de jura del nuevo rey ante el Congreso y nunca más pisó las celebraciones de la Fiesta Nacional del 12 de octubre ni las pascuas militares (un acto que siempre valoró mucho) ni las recepciones a presidentes extranjeros. Incluso los 40 años de su asunción al trono, en noviembre 2015, pasaron sin pena ni gloria. Lo llevó con filosofía hasta que lo dejaron fuera de la celebración de la democracia. Sintió que los renovadores habían ido demasiado lejos.
Nunca entendió que se lo tratara como un estorbo. Se había sentido impresionado con la celebración popular del cumpleaños 80 del rey Harald de Noruega, a la que asistió junto a toda la realeza europea, y veía cómo el de él pasaría en puntas de pie.
Pero al final tendrá su consuelo: una comida privada en la Zarzuela, el viernes, y la asistencia a la Pascua Militar, el sábado. Y todo un calendario de ceremonias respetuosas durante el año. Volverá a mostrarse con Sofía. Pese a que ya no ocultan su separación de hecho, el discreto indulto después del ostracismo amerita nuevos reencuentros sonrientes.
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