El dilema de la Reserva Federal: ¿y si las razones de la inflación llegaron para quedarse?
Los planificadores de políticas públicas de todo el mundo que se reúnen esta semana en Wyoming temen el surgimiento de un mundo más volátil de altas tasas de interés
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WASHINGTON.- Las autoridades y los planificadores de los bancos centrales de todo el mundo temen que la disparada de la inflación de los últimos tiempos no sea un fenómeno pasajero, sino la transición hacia una nueva y duradera realidad.
Para contrarrestar el impacto de la caída del comercio global y la persistente escasez de mano de obra, materias primas y energía, las autoridades de los bancos centrales tal vez recurran a subir las tasas de interés como nunca en las últimas décadas, y eso podría frenar el crecimiento económico, con más desempleo y recesiones más recurrentes.
Tal vez el primer adelanto de ese nuevo escenario sea la actual ronda de aumentos de la tasa de interés aplicadas por la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), que según varios economistas ha dejado a ese país al borde de la recesión.
“La economía global está experimentando una serie de profundas transformaciones”, dijo en marzo Mark Carney, exdirector del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra, en una disertación en una conferencia económica. “La larga era de baja inflación, volatilidad contenida y condiciones financieras fáciles está llegando a su fin.”
La nueva era marcará un abrupto contraste con una década donde la preocupación de los bancos centrales era el rendimiento económico pobre y una inflación demasiado baja, y debieron usar herramientas monetarias para estimular el crecimiento. También implicaría un fuerte revés para los inversores acostumbrados a tasas de interés planchadas.
El desafío que enfrentan los bancos centrales quedará en el centro de la escena del jueves al sábado de esta semana, durante el tradicional retiro anual de las autoridades y planificadores económicos de la Fed en Jackson Hole, Wyoming, que será presencial por primera vez desde 2019.
La Fed todavía tiene chances de éxito en frenar la inflación con subas de la tasa de interés. El viento en contra de la pospandemia podría aplacarse, si cede el proteccionismo y los riesgos geopolíticos, si la productividad laboral mejora, si una desaceleración de la economía china hace caer la demanda de materias primas, o si las nuevas tecnologías reducen los costos de invertir en el desarrollo de otras fuentes de energía.
“Desde la pandemia, la economía del mundo empezó a moverse por fuerzas muy distintas”, dijo en junio Jerome Powell, presidente de la Fed, en una panel de debate en Portugal. “Lo que no sabemos es si volveremos a algo parecido, al menos un poquito, a lo de antes.”
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), también presente en el mismo panel, fue mucho más pesimista: “No creo que volvamos a un entorno de baja inflación.”
El nuevo “entorno” parece reflejar el estancamiento o incluso el retroceso de las tres fuerzas que mantuvieron baja la inflación en las últimas décadas, al limitar la capacidad de los trabajadores para conseguir aumentos de salarios y también frenar la posibilidad de las empresas de aumentos los precios.
• Fuerza 1 : La globalización. En la década de 1990, con el final de la Guerra Fría y la integración de China al comercio internacional floreció el flujo global de bienes, dinero, personas e ideas. Las empresas multinacionales que utilizan nuevas tecnologías desarrollaron cadenas de suministro globales enfocadas en reducir los costos, relocalizando su producción en los lugares donde la mano de obra era más barata. La competencia mundial hizo bajar los precios de muchos productos.
Pero cuando la pandemia y la guerra de Ucrania interrumpieran esas cadenas de suministro, muchos empresarios buscaron certeza adoptando nuevos procesos, aunque fuesen más caros, como trasladar la producción más cerca de casa matriz o diversificar sus proveedores. Y la tensión entre las democracias occidentales y Rusia y China hace temer un retroceso aún mayor de la globalización y el aumento del proteccionismo, lo que elevaría los costos de producción.
• Fuerza 2: La mano de obra. En su libro de 2020, La gran reversión demográfica, el exbanquero central británico Charles Goodhart y el economista Manoj Pradhan argumentan que la baja inflación desde la década de 1990 tiene menos que ver con las políticas de los bancos centrales que con la incorporación de cientos de millones de trabajadores de bajos salarios de Asia y Europa del Este, que mantuvieron planchados los costos laborales y los precios de los productos que se exportaban a países más ricos.
Por otro lado, desde que comenzó la pandemia, la fuerza laboral de Estados Unidos tiene unos 2,5 millones de trabajadores menos de los que tendría si hubiese continuado la tendencia anterior a la pandemia, de aumento de la participación laboral, según un análisis de Didem Tüzemen, economista de la Fed de Kansas City. El crecimiento del mercado de trabajo en Estados Unidos ya se había desacelerado antes del covid-19, lo que reflejaba el envejecimiento de la población, la disminución de las tasas de natalidad y la menor tasa de inmigración. Ese ralentización del crecimiento de la fuerza laboral podría forzar aumentos de salarios, alimentando a su vez la inflación.
• Fuerza 3: La energía y los precios de los commodities. Durante la última década, las empresas de energía y materias primas no han invertido mucho en renovar su producción, lo que potencia el riesgo de que la escasez se acentúe, y justo cuando la demanda mundial va en aumento. A principios de la década de 1980, la Fed logró vencer la inflación aprovechando el viento de cola que le garantizaba varias décadas previas de inversión en desarrollos petroleros.
Antes de la aparición de estas tres fuerzas, la Fed podía subir las tasas muy gradualmente y aplicar políticas que mantuvieran simultáneamente bajos el desempleo y la inflación, una “coincidencia divina”, como la llamaron más tarde los economistas.
Eso era posible cuando la gran amenaza para la economía eran los “shocks de demanda” —estancamiento del empleo, el gasto de los consumidores y la inversión empresarial— que ralentizan tanto la inflación como el crecimiento, como ocurrió en las recesiones de Estados Unidos de 2001 y 2007-09.
Para estimular la actividad económica, en 2008 la Fed redujo las tasas a casi cero, las mantuvo así hasta 2015, y luego las fue subiendo a un ritmo glacial para los estándares históricos. En 2018, el desempleo había caído por debajo del 4% y la inflación se mantuvo en la meta del 2% de la Fed, o apenas por debajo de esa cifra. A fines de 2018, después de subir la tasa de los fondos federales a alrededor del 2,4%, se produjo un recalentamiento de la economía que en 2019 obligó a Powell a recortar levemente las tasas.
En esas experiencias se basó la Fed para su respuesta inicial ante la pandemia de 2020. Temiendo otra década de crecimiento lento e inflación demasiado baja, redujo las tasas a casi cero y prometió seguir brindando estímulo incluso después de que la Casa Blanca y el Congreso aumentaran agresivamente el gasto federal.
A principios de 2021, la Fed y la mayoría de los bancos centrales malinterpretaron la evolución de la economía, porque los aumentos de precios podían atribuirse claramente a los efectos de la pandemia, afectando a un rubro acotado de bienes, como los autos usados. Sin embargo, hacia finales del año pasado, el aumento de la inflación ya era generalizado.
Con una inflación tan baja durante 30 años, los consumidores y las empresas dejaron de pensar que los precios podían aumentar. A los funcionarios de la Fed ahora les preocupa que las subas de precios sean temporarias, la expectativa de los consumidores y las empresas sea que la elevada inflación va a persistir. Y a su vez eso puede retroalimentar aún más la inflación, por la presión salarial que haría que los empleadores trasladen en aumento de sueldos a los precios en las góndolas.
Por Nick Timiraos
The Wall Street Journal
Traducción de Jaime Arambide
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