El diario de viaje de los venezolanos que caminan hacia la Argentina
"Con nervios y ganas de llorar", así vivió Johnoliver León la última semana del conflicto político desatado en su país, Venezuela . Él es uno de los 1,5 millones de venezolanos que tuvieron que emigrar expulsados por la crisis económica. Carente de recursos, lo hizo caminando.
El 13 de julio pasado, LA NACIONlo entrevistó junto a otros cuatro jóvenes venezolanos que huían a pie. Johnoliver, que entonces tenía 24 años; José León (24); Marcos Reyes (21); José Rojas (23), y Keyler León (22) estaban a la vera de una ruta a la salida de Cúcuta, en la frontera entre Colombia y Venezuela. Sin dinero ni documentos, con unas pocas pertenencias que cargaban en mochilas o valijas de cabina, buscaban recorrer los casi 8000 kilómetros que los separaban de su meta, Buenos Aires, ciudad a la que venían para forjarse un destino. Vendrían por etapas, dijeron, caminando, haciendo dedo, trabajando.
A mediados del año pasado, las rutas de esa zona del norte de Colombia estaban registrando un incremento exponencial de migrantes como ellos, que se iban de Venezuela rumbo a lo que esperaban fuese un mejor destino. Andaban con lo puesto por caminos de montaña escarpados y generaban preocupación en las autoridades locales, que no sabían cómo hacer frente al desafío humanitario y sanitario que representaba el nuevo fenómeno. "La situación de los caminantes nos preocupa muchísimo", admitió Jozef Merkx, representante del Acnur, la agencia de la ONU que se ocupa de los refugiados, en Colombia. En su último informe de desplazados en el mundo, el organismo destacó la gravedad de la situación en Venezuela, cuya cifra de solicitudes de asilo es la cuarta del mundo. Solo la superan los pedidos de afganos, sirios e iraquíes, países atravesados por conflictos bélicos, algo que, por el momento, no hay en Venezuela.
"Colombia ha sido generosa, pero el extranjero tiene que acogerse a la ley", declaró Christian Krüger Sarmiento, director de Migraciones de Colombia, en una conferencia de prensa a la salida del puente Simón Bolívar, en la frontera de Cúcuta. Krüger Sarmiento había viajado hasta la zona por la crisis migratoria. Dijo que no "perseguirán personas", pero sí a las redes que lucraban cruzándolas de manera ilegal.
Crisis migratoria
Más allá de los intentos oficiales, el agravamiento de la crisis económica y política de Venezuela hace que el éxodo se vuelva imparable. Al principio se exiliaron en avión los más ricos y educados; luego les siguió la clase media, que se fue en ómnibus, y ahora, empujados por el hambre y la desesperación, están saliendo los que ya no tienen nada. Imposibilitados de pagar un boleto, se van caminando por las rutas colombianas rumbo al sur. Sus destinos son lejanos y incluyen a la Argentina. En 2018, 70.531 ciudadanos venezolanos se radicaron en la Argentina. Con esta cifra, Venezuela encabezó el ranking de extranjeros radicados en el país por primera vez en la historia.
"Me imagino un país hermoso", se ilusionaba Marcos pensando en la Argentina. Aunque tristes y cansados como el resto de los venezolanos expulsados que andan por las rutas de Colombia, ellos conservaban la alegría y se tomaban casi como una aventura los desafíos que los esperaban. ¿Cómo les fue en estos seis meses? Medio año después de su partida, conversamos con Johnoliver, José y Keyler para ver cómo estaban y cómo había sido hasta el momento su vida de nómades.
En julio, luego de diez días en la ruta, en los que recorrieron cerca de 1000 km, el grupo decidió establecerse en Santander de Quilichao, en el oeste de Colombia. Un hombre que encontraron en el camino les ofreció trabajo limpiando un terreno para sembrar árboles frutales. Las primeras dos semanas durmieron en una carpa detrás de una estación de servicio y luego, cuando consiguieron otros trabajos, alquilaron una casa. Tienen empleos precarios y muchas dificultades, pero también algunas alegrías, como la llegada de Keymar, la hija que Keyler había tenido que dejar en Venezuela al cuidado de su madre.
Su periplo por las rutas de Colombia fue accidentado. Caminando y haciendo dedo, pasaron por pueblos y ciudades que nunca habían escuchado nombrar. Bucaramanga, Pamplona, Jamundí, Cali, Medellín... Fueron de un lugar al otro sin demasiado plan, apenas impulsados por la generosidad de aquellos que se cruzaban en el camino y accedían a llevarlos.
Noches a la intemperie
Tuvieron momentos duros, como las noches que pasaron a la intemperie al borde de la ruta, en refugios improvisados o en parques públicos que se convirtieron en virtuales campamentos de refugiados por la cantidad de venezolanos que pernoctaban allí. "Nos protegimos unos a otros", recuerda Johnoliver sobre la noche del 14 de julio, cuando durmieron en la Plaza Parque del Agua de Bucaramanga. También sufrieron cuando decidieron separarse porque los cinco no entraban en el auto que les ofreció llevarlos, y tardaron varios días en reencontrarse. O cuando erraron el camino: pretendían ir a Bogotá, pero no se bajaron a tiempo y terminaron en Medellín.
Hubo, sin embargo, pequeñas satisfacciones producto de la buena gente que se fueron encontrando. Unos policías les avisaron que estaban yendo en la dirección contraria a la que pretendían, les compraron unas Gatorades y los acercaron al cruce de caminos para retomar la senda. "Me gusta recordar estos momentos difíciles para contárselos a mi hija cuando sea más grande", dice Johnoliver. Otro buen recuerdo es de una señora llamada Onaira que en Cali los alojó por una noche, les lavó la ropa y les permitió bañarse por primera vez en seis días.
En su tono ya no tienen la esperanza cercana a la alegría que exhibían al inicio del viaje. Se notan el cansancio acumulado y la certeza de que no será fácil establecerse fuera de su país. Añoran Venezuela, pero saben que allí todo está peor que antes.
Johnoliver dice que el plan de venir a la Argentina sigue en pie. El problema es que se les van cerrando los caminos. Ecuador, la ruta natural hacia el sur, se volvió un país hostil para los venezolanos luego de que un inmigrante de esta nacionalidad asesinó a su novia embarazada. Johnoliver sabe que su carencia de pasaporte le impedirá entrar a Ecuador y analiza la posibilidad de volver a Venezuela para gestionarlo.
"Hay que echarle piernas", dice mientras imposta una sonrisa que apenas disimula su tristeza.
La bitácora de John Oliver
Día 1 | Viernes 13 de julio
Empezamos a caminar hacia un mejor destino
- 10.14 Salimos de La Parada, del lado colombiano del puente Simón Bolívar, en la frontera con Venezuela. Hace siete meses que estamos acá, pero hay muchos venezolanos en nuestra misma condición y si nos quedamos no vamos a poder juntar dinero para ayudar a nuestras familias que quedaron en Venezuela.Nos tomamos un ómnibus hasta Los Patios, que es para lo que nos alcanza el dinero que tenemos. A partir de acá tendremos que caminar y hacer dedo.
- 10.30 Antes de llegar a Los Patios nos dan panes y gaseosa en una panadería. Nos dan una cola (viaje a dedo) de 10 km.
- 14.00 En el peaje de las Acacias un señor nos dio $10.000. Después del peaje nos encontramos con los periodistas de la nacion, que nos dieron una cola.
- 18.00 Caminamos 5 km y nos montamos en un camión.
- 20.00 Llegamos a Pamplona. Hace mucho frío y un señor nos permitió dormir en un refugio que había montado para venezolanos como nosotros.
Día 2 | Domingo 14 de julio
Cruzamos la parte más fría de Colombia
6 .20 Amanecemos y empezamos a caminar.
9.30 Un grupo de colaboradores nos dio medicina, un desayuno y abrigo.Se paró un camión y nos dio una cola para pasar El Páramo, que es la parte más fría de Colombia. La Cruz Roja nos curó las ampollas.
19.00 Llegamos a Bucaramanga y dormimos en la Plaza Parque del Agua. Había muchos venezolanos, nos protegimos unos a otros.
Día 3 | Domingo 15 de julio
Tomamos la mala decisión de separarnos
- 6.00 Arrancamos y a los 2 km se paró un señor y nos dio una cola hasta Lebrija. Mi hermana, mi cuñado y mi sobrino siguieron hasta más adelante con otra cola en la que no pudimos subir todos, así que decidimos separarnos así ellos iban más rápido.
- 21.00Para no estar en la ruta, que es peligroso, nos quedamos en el patio de una casa. Nos encontramos con cuatro venezolanos que iban a Bogotá y nos dimos apoyo unos a otros. Nos turnamos para dormir, así estábamos protegidos.
Día 4 | Lunes 16 de julio
Si hay cola para uno, hay cola para todos
- 5.30 Seguimos buscando a mi hermana, que está a 18 km. Nos dieron una cola. Nos tendríamos que haber bajado en Dagota, donde sale el camino a Bogotá, pero nos pasamos. Quedamos a 48 km de mi hermana. Por suerte un policía nos salvó: nos dijo que estábamos en camino equivocado y nos dio un aventón hasta Dagota, además de Gatorade.
- 14.00 En Dagota nos encontramos con Keyler. Decidimos no separarnos más. Si hay cola para uno, hay cola para todos. Me gusta recordar estos momentos para contárselos a mi hija cuando sea más grande.
- 17.00 La idea era ir a Bogotá, pero de nuevo nos equivocamos y tomamos el camino a Medellín.
Día 7 | Jueves 19 de julio
Nos prestan una ducha y nos bañamos por primera vez en 6 días
- 12.00 Llegamos a Cali y una señora llamada Onaira nos prestó el baño. Hace seis días que no nos bañamos. También nos dio arroz con carne, café y nos prestó la lavadora para lavar la ropa. Nos dejó quedarnos en su casa hasta el otro día. Hace casi un año que no veo a mi hija. Tengo miedo de perderla, que cuando crezca y pregunte por mí piense que la abandoné. Aunque no la voy a perder, jamás. He tratado mucho de conseguir el pasaje para que se venga con su mamá. Pero las veces que logro alcanzar a completar el dinero tengo que pagar arriendo, agua, luz, gas, la comida.
Día 9 | Sábado 21 de julio
Nos aconsejan no pasar a Ecuador
- 9.00 Llegamos a un río y nos bañamos. Después nos convidaron sopa de carne.
- 12.00 Caminamos 4 o 5 km, descansamos en una estación de servicio.
- 13.00 Un camión nos dio un aventón. Dijimos que íbamos a Rumichaca, en Ecuador, pero nos dijo que no nos convenía porque estaban echando venezolanos. Nos dejó en las afueras de Santander de Quilichao.
Día 10 | Domingo 22 de julio
Decidimos dejar de andar y establecernos
- 5.00 Amanecimos en la estación de servicio y nos encontramos con un señor, Aldemar Chara, que nos ofreció dos días de trabajo para cada uno. "Se ve que son personas luchadoras", nos dijo.
- No estábamos tan confiados porque en el camino uno se cruza con gente buena, pero también con gente mala. Pero el primer día nos dieron desayuno y almuerzo y nos trataron superbién. Nuestro trabajo fue limpiar un terreno para sembrar árboles frutales. Estuvimos dos días con eso. "¿Se van o se quedan?", nos preguntó Aldemar. Decidimos quedarnos.
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