El día que Kissinger pidió dos plateas en la Bombonera para cada vez que visite la Argentina a cambio de una gestión
El secretario de Estado mantuvo fuertes vínculos con el país a lo largo de su larga trayectoria
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Eduardo Amadeo conoció al mítico Henry Kissinger, el poderoso secretario de Estado de Estados Unidos que murió el miércoles a los 100 años, en la década de 1980 cuando era miembro del Consejo de las Américas. Su primer encuentro significativo, sin embargo, no fue hasta unos años después.
Amadeo era entonces el presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires y se enfrentaba a un “enorme problema”: “recibimos una deuda de 2800 millones de dólares que no podíamos pagar y cuya refinanciación el mercado no aceptaba”, explica en diálogo con LA NACION.
Después de muchos esfuerzos, decidió viajar a Nueva York y visitar “a Henry” —cómo lo llama— para pedirle ayuda.
“En dos minutos, habló con cuatro personas y se dio vuelta todo”, recuerda el político argentino. “La Reserva Federal me aceptó; pudimos refinanciar el 80% de la deuda a 30 años”.
Después de eso, Amadeo lo fue a ver, “un poco asustado”, admite, por los honorarios que podía llegar a cobrar por su gestión, ya que en ese momento el exfuncionario norteamericano era un importante consultor. Sin embargo, la respuesta de Kissinger lo sorprendió: le pidió dos plateas en la cancha de Boca para cada vez que visite la Argentina.
Así confirmó su fanatismo por el fútbol, que, de hecho, volvió a convertirse en moneda de pago unos años más tarde en otro encuentro crucial entre ambos. Era febrero de 2002 y Amadeo era vocero presidencial del gobierno de Eduardo Duhalde y trabajaba codo a codo con el entonces ministro de Economía, Jorge Luis Remes Lenicov, para renegociar la deuda argentina. El 13 de ese mes, los funcionarios argentinos se reunieron con Kissinger una vez más para pedirle ayuda.
El influyente estadista les pidió paciencia, les dijo que iba a hablar con las personas que necesitaran pero les explicó que en ese momento “no podía dar la cara por ellos” porque “estaban en el fondo del pozo”. Además, por tratarse de una tarea mucho más difícil que la anterior dijo que esta vez exigiría cuatro entradas a la Bombonera, rememora Amadeo entre risas.
De ese encuentro, sin embargo, hay una frase del exdiplomático estadounidense que el argentino jamás olvidó. Kissinger les dijo: “Qué vocación de suicidio que tienen ustedes, la verdad que un país como la Argentina tenga una crisis todo el tiempo… es una gran pena”.
Apoyo a las dictaduras
El vínculo del referente de la política exterior norteamericana con la Argentina ha sido sumamente controversial; al igual que con Chile y otros países de la región. Su carrera quedó atravesada por el respaldo que le dio a la represión desplegada por las dictaduras latinoamericanas.
“Si hay cosas que tienen que hacerse, tienen que hacerlo rápido. Pero deberían volver rápidamente a los procedimientos normales”, le dijo Kissinger al primer canciller argentino de aquel entonces, el almirante César Augusto Guzzetti, durante una reunión el 10 de junio de 1976 en Santiago de Chile, según una compilación de documentos, desclasificados por el gobierno de Estados Unidos.
Los archivos, publicados en agosto de 2016, evidenciaron cómo la estrecha relación de Kissinger, quien restó importancia a las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, con el gobierno militar argentino impidió que Jimmy Carter pudiera intervenir en el régimen dictatorial durante su presidencia.
También durante el Mundial 78 visitó la Argentina y se reunió con los integrantes de la Junta Militar que había tomado el gobierno dos años antes.
Según publicó The Guardian, en aquel momento, los funcionarios de la administración de Carter se pusieron “furiosos” cuando Kissinger asistió al evento deportivo como invitado especial del dictador Jorge Rafael Videla. Si bien para esa fecha ya no era secretario de Estado, señala uno de los documentos, “su alabanza al gobierno argentino en su campaña contra el terrorismo fue la música que el régimen anhelaba escuchar”.
Amadeo reflexiona sobre esa época oscura y dice que no tiene intenciones de justificarlo a pesar de su buena relación. Incluso revela que alguna vez habló del tema con Kissinger e intenta replicar su visión, haciendo especial énfasis en que él no comparte su postura. “Kissinger era un fanático de los órdenes equilibrados estables. Y en ese momento América Latina iba por el camino del desorden generalizado con la irrupción de los movimientos de izquierda. Él veía a la guerrilla como una herramienta del desorden, eso decía. Y él creía que era necesario que América Latina vuelva a ‘ordenarse’ para salir adelante y convertirse en un actor en el mundo”.
“Pero esto, naturalmente, llevaba a la aceptación de la violación de los derechos humanos que es lo que más crítica se mereció”, sostiene Amadeo.
Kissinger volvió a la Argentina en 1998 y se reunió con el presidente Carlos Menem y el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Fernando de la Rúa. Durante su viaje, en donde intervino en una disputa multimillonaria entre el gobierno argentino y un contratista civil de Yacyretá, habló de la situación de Augusto Pinochet, quien había sido detenido en Londres. “Para hacer un juicio justo sobre el tema hay que tener en cuenta lo que pasaba en todos los países de América latina, lo que hicieron todos los gobiernos de América latina y no solamente lo que una parte ha hecho”, sostuvo, en una extraña forma de defensa.
Durante ese viaje, en el que condujo las negociaciones en nombre de la empresa Eriday, que tenía una deuda de 700 millones de dólares con la Argentina a raíz de una serie de contrataciones con Yacyretá, según informó Página 12 en esa época, Kissinger declaró: “Cada vez que vengo a la Argentina me siento entre amigos”.
Amadeo destaca el “cariño especial que tenía por la Argentina” y evoca una última anécdota que fue la que más lo marcó.
“Cuando asumió (Carlos) Menem, Henry me dijo que quería ver a (Raúl) Alfonsín. Le conseguí una entrevista y fue terrible porque fuimos el día antes de que dejara la Casa de Gobierno; había gente por todos lados, sacando carpetas. Kissinger estuvo un rato largo conversando con Alfonsín; yo no entré. De vuelta en el auto, le pregunté por qué había venido a verlo y me respondió: ‘La gente te recuerda mucho más si la saludás cuando les va mal que cuando les va bien’”.
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