El día que cambió la esencia de la guerra
ROMA.- Al presenciar la batalla de Valmy, Goethe dijo que ese día estaba naciendo una nueva historia. Todos podemos repetir esa frase después del 11 de Septiembre, día que cambiaron el mundo, los mecanismos y estrategias para dominarlo, o sea, la política, y su continuación por otros medios, vale decir, según Clausewitz, la guerra.
El 11 de Septiembre no fue solamente un asesinato en masa que sacudió al mundo. Estragos criminales similares son perpetrados continuamente, de diversas formas. No fue tanto el horror por el homicidio ni la piedad por las victimas lo que sacudió al mundo aquel 11 de Septiembre. Ni tampoco esa piedad en el sentido de la que se siente por las víctimas con las que uno puede identificarse social, étnica y culturalmente porque algún día podríamos ser golpeados por la misma violencia.
El 11 de Septiembre nos obligó a percibir concretamente, físicamente, que la destrucción puede arrasar nuestra casa, nuestra vida cotidiana y terminar con cualquier sentimiento de seguridad. Esa fecha transformó el mecanismo de la guerra, esa madre de todas las cosas, como la llama Heráclito, que en vano intentamos de todas las maneras posibles erradicar y que renace siempre con nuevas formas.
El 11 de Septiembre proporcionó evidencia sangrienta y concluyente de esa radical transformación de la guerra que años antes ya habían analizado los generales chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui en su obra maestra Guerra sin límites . La guerra ya no se gana o se pierde en Austerlitz, Estalingrado o Okinawa, sino por muchos otros medios y de muchas otras formas.
La relación de fuerzas de los últimos siglos entre el poder estatal organizado y las fuerzas subversivas (resistencias, revoluciones, terrorismo, según el caso) se vio profundamente alterada y asistimos a un paradójico retorno a la relación de fuerzas vigente en tiempos remotos.
En una tribu primitiva, el jefe y su grupo dominante disponían de los mismos medios técnicos de los rebeldes: garrotes, flechas, lanzas. El progreso tecnológico ha generado una insuperable distancia entre el poder estatal organizado y quienes lo amenazan desde abajo. Entre el pueblo que pulula por las calles tirando piedras y algunas balas y la tropa dotada de ametralladoras y aviones, el enfrentamiento tiene final cantado.
Hasta hace algunos años, esta distancia fue creciendo gracias a la tecnología, hasta que justamente el propio progreso tecnológico, paradójicamente, la redujo: hoy, un pequeño grupo de terroristas técnicamente aguerridos está en condiciones de poner en peligro a una gran potencia.
El 11 de Septiembre nos hizo tocar con la mano, estupefactos y consternados, lo que creíamos imposible, porque instintivamente todos somos ciegos conservadores, incapaces de imaginar que el mundo tal como lo conocemos pueda cambiar.
La vieja pesadilla de la Tercera Guerra Mundial entre dos colosos fue sustituida por el pavoroso descubrimiento de que un grupo de terroristas puede hacer blanco en el corazón de la mayor potencia mundial.
A partir de ese momento la guerra cambió, es otra cosa, que ni siquiera se llama por su nombre: se hace la guerra sin siquiera declararla, sin saber siquiera bien contra quién. La guerra de Afganistán ya lleva, absurdamente, diez años (el doble que la Segunda Guerra Mundial) sin que nadie haya ganado o perdido.
Nació entonces una relación inversamente proporcional entre las acciones de fuerza y las protestas que suscitan. Es un mecanismo evidentemente universal, que ve disminuir la protesta cuanto más se alarga el fenómeno contra el que se protesta. Se protesta con más fuerza contra Benedicto XVI cuando desaprueba el matrimonio homosexual que contra los gobiernos de los países donde los homosexuales son decapitados.
Después del 11 de Septiembre, el mundo se descarriló aún más que antes, pues se descarriló la lógica que lo gobernaba. Se alteraron los equilibrios políticos, se confundieron las relaciones de fuerzas, vacilaron las jerarquías -justas o no- que dominaban nuestras vidas, los proyectos a futuro de todos nosotros se volvieron más inciertos o desaparecieron.
En ese sentido, el 11 de Septiembre es un giro en U de la historia, después del cual sabemos menos todavía que antes sobre lo que nos espera. Quien haya vivido en carne propia aquel 11 de Septiembre fue conejillo de Indias de un horrible experimento del nuevo orden, o más bien desorden, mundial.
Traducción de Jaime Arrambide