El desplome de la lira turca y la inflación jaquean a Erdogan
La moneda cayó el 30% en un mes; hay malestar entre la gente y los especialistas, y rumores de corrupción
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PARÍS.– Lo que no pudieron lograr los adversarios políticos del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, tal vez lo consiga la economía y, en particular, la moneda del país: la lira –que durante años fue exhibida como modelo de estabilidad– perdió 30% de su valor en un mes y obligó al Banco Central a bajar ayer la tasa de interés de 16% a 15% y a intervenir en los mercados para evitar un nuevo derrumbe.
A pesar de esa enérgica medida, que representó el segundo reajuste de la tasa de referencia en el curso de los últimos dos meses, la divisa se desplomó más de 4% para establecer un récord histórico de baja al cotizarse en las pizarras electrónicas de las casas de cambio en 12,9 liras turcas por dólar. Esa contundente medida amenaza con alimentar la inflación, que ronda el 20% anual, cuatro veces superior al objetivo de 5% definido por el gobierno. Ese panorama, como era lógico, agravó drásticamente el costo de vida, que resulta cada vez más difícil de sobrellevar para las familias modestas.
El Banco Central, teóricamente independiente, explicó oficialmente esa humillante decisión invocando una “malsana formación de precios en los mercados de cambio”. Pero, en voz baja, los empresarios, comerciantes y hasta la gente en las calles explican que ese repliegue es el resultado de la política económica dictada por Erdogan, que los economistas independientes consideran como “irracional”.
Para neutralizar la ola de descontento que monta con la fuerza de un tsunami, el presidente turco insistió en defender su estrategia: “Lo que hacemos es justo. El país transita un sendero políticamente arriesgado, pero justo”, dijo ante los diputados de su partido Justicia y Desarrollo (AK).
La situación económica es particularmente delicada para Erdogan, que preside el país desde 2014, aunque lo controla desde 2003, cuando fue designado primer ministro. Tras más de 18 años en el poder, enfrenta el creciente descontento de la opinión pública y la pérdida de confianza de los medios económicos, fatigados por la larga recesión que amenaza con conducir a Turquía a la ruina.
El mejor indicio de ese malestar es que las dos principales fuerzas de oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP) y el movimiento nacionalista Iyi (Bueno), superan en los sondeos a la coalición gobernante de Erdogan, compuesta por su propia formación (AK) y el Partido Nacionalista.
Proyecciones
Las próximas consultas están previstas para 2023, pero –si se realizaran ahora– Erdogan sería derrotado en la elección presidencial por cualquiera de sus cuatro posibles rivales y la coalición de gobierno perdería la mayoría en el Parlamento. Sus adversarios, denuncian sus delirios de grandeza, como el suntuoso palacio de gobierno que se hizo construir en Ankara, y reclaman con insistencia la convocatoria a elecciones anticipadas. Parte del país perdió el miedo y comienza a preguntarse –aunque por ahora en voz baja– si podrá llegar a 2023. Por primera vez, algunos analistas hablan del “otoño del patriarca”.
Esa atmósfera favoreció la proliferación de rumores sobre una gigantesca corrupción y operaciones de favoritismo atribuidas a uno de los hijos del presidente, que a través de una organización benéfica habría colocado a cientos de partidarios en puestos gubernamentales y apoderándose de numerosas propiedades confiscadas a la comunidad de Hizmet, el grupo político-religioso dirigido por Fethullah Gülen, acusado de haber inspirado el golpe de 2016. Al mismo tiempo, Sedat Peker –un mafioso fugitivo que tiene 2 millones de seguidores en Twitter– alimenta el malestar popular con denuncias de funcionarios implicados en delitos de corrupción y tráfico de drogas.
Algunos diputados opositores sospechan que parte de esas denuncias provienen del partido gubernamental AK y de altos funcionarios interesados en tomar distancias con el poder.
A esa situación deletérea se agrega la exasperación de los gobiernos europeos e incluso el cansancio de los países occidentales de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Por ahora, Erdogan solo puede contar con el respaldo de su nuevo aliado, el líder ruso, Vladimir Putin, que lo utiliza como alfil en su estrategia de penetración en Medio Oriente, Libia y el resto de África del Norte, así como en algunas posiciones estratégicas del Mediterráneo, como Chipre y sobre todo Siria.
Pese a todo, nadie se atreve a apostar por su caída, pues Erdogan sigue controlando todos los resortes del poder, incluyendo las fuerzas armadas, la policía y la Justicia. Todo el mundo está persuadido de que, con esas armas en las manos, no se dará fácilmente por vencido.
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