El desesperante escenario que se abre en la guerra de Ucrania amenaza a dos pilares históricos del orden global
El conflicto se está devorando los recursos de ambos países y hace estragos en la economía global, incluso más que la pandemia; las potencias temen un demoledor punto muerto
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ROMA.- A 100 días de su inicio, la guerra de Rusia en Ucrania se ha convertido en un lodazal de sangre sin final a la vista, que causa devastación en Ucrania y costos a largo plazo en el resto del mundo.
El mayor conflicto bélico entre Estados europeos desde la Segunda Guerra Mundial ha sufrido vaivenes y vuelcos de fortuna que son un recordatorio del carácter impredecible de toda guerra. El entusiasmo de los ucranianos por el fracaso de la guerra relámpago de Rusia se fue apagando a medida que las fuerzas del Kremlin concentraron su poder de fuego en una avanzada más acotada y desgastante.
Este viernes, detrás de las descargas de artillería pesada, las fuerzas rusas siguieron avanzando en la región del Donbass, donde ya venían ganando terreno y obligando a huir hacia el oeste a decenas de miles de civiles ucranianos.
El presidente Volodimir Zelensky se refirió a los 100 días de guerra en un mensaje sombrío, pero desafiante. “Las fuerzas armadas de Ucrania siguen aquí”, dijo Zelensky. “Y lo que es más importante aún, nuestro pueblo, el pueblo de nuestra nación, sigue aquí. Ya hace 100 días que venimos defendiendo nuestro país. ¡La victoria será nuestra! ¡Gloria a Ucrania!”
Muchos gobiernos de Occidente temen que la guerra ingrese en un demoledor punto muerto, con el presidente ruso Vladimir Putin y los defensores de Ucrania trabados en una lucha que ambos consideran de vida o muerte.
Unos 6,9 millones de ucranianos abandonaron el país desde el inicio de la guerra, según Naciones Unidas, de los cuales solo Polonia recibió a más de 3,7 millones, aunque algunos ya están volviendo a Ucrania. Pero millones de ucranianos más han sido desplazados dentro de su propio país por el avance de los rusos. La invasión dejó devastadas las ciudades del este, incluida Mariupol, donde murieron más de 22.000 residentes durante el sitio de las fuerzas rusas, según las autoridades locales.
Investigadores ucranianos e internacionales están reuniendo evidencia de posibles crímenes de guerra en áreas donde las tropas rusas mataron y abusaron de los civiles. El gobierno de Kiev acusa a Moscú de la deportación forzada de miles de ucranianos a Rusia, incluidos muchos niños.
Zelensky dijo el jueves que Rusia ya controla el 20% del territorio de su país. El problema para Kiev y para los gobiernos de Europa Occidental que proponen un alto el fuego es que Rusia se ha apoderado de gran parte del corazón industrial del este de Ucrania y de las vastas llanuras fértiles de tierra cultivable, mientras que al mismo tiempo mantiene bloqueado el acceso de Ucrania al mar, indispensable para el despacho de sus exportaciones.
Eso amenaza con dejar a Ucrania convertida en un Estado prácticamente inviable, que sobrevive gracias a las donaciones de Occidente. Según las autoridades de Kiev, Ucrania necesita aproximadamente 5000 millones de dólares mensuales para cubrir los servicios públicos esenciales y mantener su maltrecha economía en funcionamiento, además de ayuda humanitaria y armamentística adicional.
Por su lado, este año Rusia enfrenta una profunda recesión, fruto de las sanciones occidentales y de la erosión de larga data de su potencial económico. Salvo que se produzca un colapso inesperado de alguno de los bandos, se avecina una guerra de desgaste capaz de devorar sistemáticamente los recursos de ambos países.
Hay demasiado en juego como para que Ucrania o Rusia den un paso atrás. La guerra también amenaza dos pilares históricos del orden global actual: que ningún territorio no puede ser anexado por la fuerza, y que los mares son libres para los barcos de todas las nacionalidades.
Esta guerra ha empobrecido al mundo. Al impulsar el precio de alimentos y energía, el conflicto termina de complicar la ya de por sí traumática recuperación mundial de la pandemia de Covid-19. La interrupción de las cadenas de suministro de energía y alimentos establecidas hace décadas obliga a gran parte del mundo a encarar una prolongada y costosa adaptación de su economía. “Los tiempos de energía barata a partir de combustibles fósiles ha terminado”, dijo recientemente el ministro de Economía alemán, Robert Habeck.
El expansionismo de Rusia ha encolumnado políticamente a los países avanzados del mundo, pero también ha expuesto diferencias de intereses y puntos de vista entre Occidente y el hemisferio sur del planeta, que es más pobre y que se ha mantenido en gran medida neutral, y donde las quejas antioccidentales de Rusia, de las que también se hace eco China, tiene muchos simpatizantes.
Como la victoria absoluta de Ucrania no está en el horizonte, la Casa Blanca ahora recalca que su objetivo es que el gobierno de Kiev quede en la mejor posición posible para una eventual negociación con Moscú. “De una forma u otra, la mayoría de estas cosas terminan diplomáticamente”, dijo el miércoles el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken. “Por desgracia, en este momento Rusia no da muestras de querer involucrarse seriamente en negociaciones diplomáticas.”
Durante las primeras semanas de la guerra, la feroz resistencia ucraniana y el zafarrancho de combate de las fuerzas rusas generaron el espejismo de un triunfo ucraniano y hasta de la caída de Putin. Las últimas semanas han sido un baldazo de realidad: gradualmente, las fuerzas rusas capturan territorio y destruyen los asentamientos que podrían ser refugio de sus enemigos.
La invasión de Rusia arrancó el 24 de febrero con fulminantes ataques aéreos y motorizados contra Kiev y otras grandes ciudades del norte de Ucrania, combinados con ofensivas en otros varios frentes. Pero las fuerzas de Moscú se diseminaron demasiado, y los combatientes ucranianos, apoyados por la población local, demostraron una inesperada habilidad para el uso de armas pequeñas de alta tecnología suministradas por Occidente, como los cohetes antitanques Javelin y los misiles antiaéreos portátiles Stinger.
A principios de abril y tras sufrir grandes pérdidas, las fuerzas rusas se retiraron del norte de Ucrania y se reagruparon para un ataque más concentrado en el este del país: la región del Donbass. En el terreno abierto de esas planicies, los ucranianos no pueden apelar a las tácticas de escaramuza que fueron tan efectivas para derrotar a las fuerzas rusas en las puertas de Kiev. Los últimos combates demuestran que con grandes cantidades de artillería anticuada, Rusia puede lograr avances territoriales graduales pero sostenidos.
Ha comenzado una inclemente guerra de desgaste. “Ese tipo de guerras tienen un apetito voraz de recursos y de vidas humanas”, dice David E. Johnson, coronel retirado del Ejército de Estados Unidos y actual miembro de Rand Corp.
Zelensky les ruega a los gobiernos occidentales que le envíen más y mejores sistemas de armas. Estados Unidos lo está complaciendo, aunque no con la velocidad que Kiev querría. Washington ha enviado a Ucrania más de cien obuses M777 y está listo para enviar un sistema de cohetes guiados de precisión con un alcance de 80 kilómetros, que duplica el de las piezas de artillería.
Reflejo de sus temores a una escalada del conflicto con Rusia, la Casa Blanca hizo prometer a Zelensky que no usaría los misiles para apuntar al territorio ruso.
El miedo a una guerra prolongada está forzando al límite la unidad de Occidente. Las más escépticas sobre un triunfo de Ucrania son Francia y Alemania, especialmente preocupadas por las consecuencias económicas del conflicto. Pero los contactos diplomáticos de Francia y Alemania con Putin para sondear la posibilidad de un alto el fuego están alimentando la desconfianza de los países de Europa del Este, como Polonia, que sienten la amenaza directa y cercana del expansionismo de Rusia.
Independientemente de cómo evolucione la guerra, lo que parece seguro es que habrá pérdidas económicas a largo plazo para todo el mundo. La guerra, el bloqueo y las sanciones han empujado el precio de los alimentos, sembrando el hambre en los países más pobres, particularmente en África. El presidente de la Unión Africana, Macky Sall, dijo esta semana en una reunión de líderes de la Unión Europea que este año el precio de los fertilizantes se triplicó, y que para colmo no se consiguen.
En Estados Unidos y la Unión Europea, el precio del combustible se disparó y la inflación llega al 8%, un guarismo que no se veía desde hace décadas y que amenaza con generar inestabilidad política en países que apenas se están recuperando del impacto económico de la pandemia.
“Esta es una verdadera experiencia de aprendizaje sobre las disrupciones que pueden producirse en las cadenas de suministro”, dice Johnson, de Rand Corp. “La pandemia también hizo lo suyo, pero nada es más disruptivo que una guerra.”
Marcus Walker, Daniel Michaels y Michael R. Gordon
The Wall Street Journal
(Traducción de Jaime Arrambide)
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