El derrumbe de una escuela se convirtió en el símbolo de la catástrofe
Durante el colapso del colegio Rebsamen murieron 21 chicos y cuatro adultos; los rescatistas trabajaban para hallar a 30 alumnos mientras asistían a Frida, de 7 años
CIUDAD DE MÉXICO.- El rostro del horror del terremoto de México está encerrado en la escuela Enrique Rebsamen, al sur de la capital, donde al menos 21 chicos y cuatro adultos perdieron la vida anteayer al derrumbarse el edificio de cuatro pisos, como consecuencia del sismo.
Frente a los escombros del edificio se advertía ayer la desesperación de decenas de padres, muchos de ellos allí desde el día anterior, a la espera de noticias de decenas de chicos que quedaron atrapados.
Ayer por la tarde trascendió que la agrupación de rescatistas conocida como "topos" había escuchado los gritos de una chica de 7 años. "La pequeña, que se llama Frida, le envió un mensaje por WhatsApp a su madre anoche y le dijo dónde estaba, para que la pudieran ubicar", aseguró la voluntaria María Elena Villaseñor. Frida pidió agua a los rescatistas y se pudo comprobar que está en un espacio de 45 centímetros. Hasta donde se sabe, son tres las personas atrapadas en los escombros: la chica de 7 años y dos mujeres adultas.
Otro alumno de la escuela, de 12 años, que sobrevivió a la tragedia, relató el terror vivido a un canal de televisión mexicano. "Pensaba que era un sueño, no podía creer que estaba sucediendo realmente", afirmó Rodrigo Heredia. "Apenas percibí que todo se movía traté de bajar a la planta baja, pero vi que algo muy grande caía y luego una columna de humo", agregó.
Dijo que cuando finalmente llegaron abajo, la salida estaba bloqueada. "Tuvimos que trepar a una pared, creo que un amigo mío logró salvarse porque saltó por una ventana que daba a la calle. Todavía no puedo aceptar lo que pasó: para mí todo esto sigue siendo un sueño", concluyó.
Hasta el momento se han recuperado en el lugar los cuerpos de 21 chicos y cuatro adultos, y el presidente Enrique Peña Nieto dijo que se busca a otros 30 menores desaparecidos.
El doctor Pedro Serrano, voluntario en el lugar, logró colarse por entre la pila de escombros. Llegó hasta un aula, pero encontró a todos sus ocupantes muertos.
"Logramos entrar a un salón colapsado, vimos unos sillones, una mesas de madera, y lo primero que encontramos fue una pierna. De allí empezamos a mover escombros y encontramos una chica y dos adultos, una mujer y un hombre", dijo.
Los vecinos cuentan que en el momento del terremoto se escucharon muchos gritos en la escuela y que el derrumbe del edificio hizo un ruido tan fuerte como una explosión. "Los chicos que habían salido empezaron a llorar y algunas maestras comenzaron a cantar para intentar calmarlos. ¡Pobrecitos!", comentó una mujer que llevaba unas frazadas al lugar en el que se reunían materiales donados.
Uno de los rescatistas, Javier Ortónez, afirmó que en los alrededores de la escuela "el dolor aflora por todas partes. La gente llora, los padres y madres de los chicos se abrazan entre ellos".
"Algunos padres trabajan junto a los socorristas, pero sólo en las zonas donde no hay riesgo de derrumbes", relató Ortónez sin esconder su cansancio. El hombre explicó que tanto los voluntarios como los socorristas prohibieron a los padres de los chicos acercarse "por temor a nuevos hundimientos".
Lo dijo mientras miraba los restos de la escuela (jardín, primaria y secundaria, un total de 400 alumnos) que funcionaba en el barrio de Coapa, entre las calles Rancho Tamboero y Calzada de las Brujas. Por la tarde, un grupo de psicólogos llegó al lugar para asistir a los padres.
Un poco más alejado del edificio de la escuela estaba Héctor, que devino en repentino voluntario y llegó al lugar para buscar a un amigo que trabajaba en el establecimiento. "Estoy aquí por un amigo, Jesús Gutiérrez, trabaja en la escuela. No sabemos nada de él desde ayer", dijo sin agregar nada más.
Junto a los escombros del colegio, dos mujeres lloraban sentadas sobre un banco.
"Nos pidieron que desalojemos nuestras casas por razones de seguridad. Perdimos todo", sostuvo una de ellas. Toda la zona cercana a la escuela fue precintada, tanto para facilitar el trabajo de socorro como por prudencia, a causa de los edificios inseguros.
Cada tanto se veía lo que los medios empezaron a llamar los "puños del silencio": un gesto que hacen los socorristas con los puños en alto, a fin de pedir silencio a la muchedumbre para poder escuchar cualquier sonido que indique una señal de vida debajo de las toneladas de escombros.
Por la tarde los socorristas pidieron, por ejemplo, cinco minutos de silencio absoluto, porque habían escuchado voces de sobrevivientes entre los restos del edificio. "Es cierto, observar estas escenas, sobre todo para los padres, es un tormento, pero por otra parte también es verdad que la esperanza nunca muere. Sobre todo si pienso en los chicos", afirmó otro socorrista.
Agencias ANSA y REUTERS
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