A pesar de no ser reconocidas como distritos nacionales establecidos, estas comunidades cuentan con sus propios jerarcas, símbolos y costumbres
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En un suburbio de Sidney en 1981, un joven George Cruickshank y sus dos amigos pintaron una línea fronteriza en el patio de su casa y declararon al terreno de diez metros cuadrados territorio provisional del Imperio de Atlantium.
Tras ser coronado como emperador George II, Cruickshank emitió una declaración unilateral de independencia de la Mancomunidad de Australia. El trío izó una bandera y así nació oficialmente la micronación, que es una de más de cien micronaciones en todo el mundo.
Una micronación es un Estado soberano autoproclamado que carece de una base legal para su existencia. Como consecuencia, no son reconocidas por los estados nacionales establecidos, pero eso no les impide asumir la ceremonia, la pompa e incluso sus estructuras de gobierno.
Sin embargo, la imitación no es necesariamente una forma de adulación. Los fundadores de micronaciones como Cruickshank buscan desafiar la noción de Estado nacional y demuestran cuán artificiales son.
“La idea de un Estado nación soberano que tenga autoridad total sobre sus ciudadanos dentro de fronteras definidas es solo un desarrollo bastante reciente, y condujo a todos los horrores del siglo XX”, dice el emperador.
La vida del emperador George
Mientras que el interés de los otros cofundadores de Atlantium finalmente se desvaneció, Cruickshank se vio cada vez más absorto en los asuntos de su micronación. Emitió sellos, acuñó monedas y billetes, nombró representantes diplomáticos y diseñó banderas e insignias.
También adoptó un sistema de calendario decimal que divide el año en diez meses, y en 2008, compró una propiedad rural de 80 hectáreas a unos 350 km de Sídney, que se convirtió en su capital administrativa.
Pasa la mayor parte de sus fines de semana en Concordia, en la provincia de Aurora, donde redacta declaraciones políticas e intercambia cartas con otros líderes de micronaciones y “representantes diplomáticos no acreditados” de Atlantium en Estados Unidos, Singapur y Suiza.
Sin reconocimiento
La propiedad de 0,75 kilómetros cuadrados consta de matorrales y una cabaña que funciona como Casa de Gobierno. Una oficina de correos contigua vende moneda, sellos y postales.
El tamaño del territorio de Atlantium es el doble del Vaticano y sus 3.000 “ciudadanos” provienen de 100 países, aunque la mayoría nunca puso un pie allí. Cumple también con los cuatro criterios de un estado definidos por la Convención de Montevideo de 1933, indican.
Tiene una población permanente (si se cuentan sus 3.000 ciudadanos remotos), un territorio definido, un gobierno y la capacidad de relacionarse con los demás estados. Sin embargo, hasta la fecha, lejos está de que los consideren una nación como tal.
“El fundador de una micronación puede decir que satisface la definición del derecho internacional de ser un Estado”, remarca Harry Hobbs, profesor de la Universidad de Sídney y coautor de un nuevo libro llamado “Micronaciones y la búsqueda de soberanía”.
“El problema es que carece de base legal para ejercer la soberanía sobre un territorio”, agregó. La falta de reconocimiento no molesta a Cruickshank. “Atlantium no lucha por el reconocimiento legal como Estado soberano. Su objetivo es hacer que la gente cuestione la existencia de los Estados nacionales tradicionales”, opina.
Reinas mujeres
Cuando la reina Carolyn de Ladonia ascendió al trono en 2011, el emperador II le envió un mensaje de felicitaciones y una invitación para una conferencia de micronaciones en Londres. Ladonia se fundó en 1996 luego de una prolongada disputa legal entre las autoridades locales en Suecia sobre un conjunto de esculturas construidas por el difunto Lars Vilks.
Su primera reina había gobernado durante 14 años cuando dejó de desempeñar sus funciones abruptamente. En ese momento, Carolyn Shelby ocupaba el cargo de ministra del Gabinete.
“Ladonia enfrentaba una crisis constitucional porque no teníamos reina y los herederos de la reina no respondieron a nuestros intentos de contactarlos”, explica desde su residencia en Chicago, EE.UU.
Con la reina abdicando en ausencia, se llevaron a cabo elecciones para encontrar una nueva. La constitución de Ladonia estipula que nunca será gobernada por un rey. “Históricamente, las mujeres se llevaron la peor parte cuando se trata de ser gobernantes, por lo que los fundadores de Ladonia querían revertir eso”, remarca.
La reina Carolyn viajó a la remota capital de la micronación de Nimis en Suecia para la ceremonia de coronación. Nimis es una serie de esculturas de madera en una reserva natural que cubre un área de solo 1 km2 y a la que solo se puede acceder a pie. No obstante, miles de personas peregrinan hasta allí cada año.
Cuidar su existencia
Ladonia tiene actualmente 27.000 ciudadanos registrados, la mayoría de Suecia, EE.UU. y Rusia. Su página de solicitud de ciudadanía subraya que el certificado otorgado no puede ser utilizado para viajar o para obtener derechos laborales.
Es “un gesto de apoyo a la libertad de expresión y las artes, los ideales que son los cimientos de esta micronación”, considera Carolyn. Regularmente se llevan a cabo discusiones sobre la compra de tierras para que vivan los ciudadanos de Ladonia.
“Es una cuestión de dinero. Los terrenos cerca de Ladonia son desmesuradamente caros. Nuestros ciudadanos quieren que compremos terrenos en España o Italia. Pero debemos comprar terrenos en un país que no se abalanzará sobre nosotros y nos aplastará”, resalta.
Parte de su función es garantizar que la comunidad de Ladonia no provoque la ira de las autoridades y amenace su propia existencia. “Nos burlamos de las estructuras existentes. Si te tomas demasiado en serio, comienzas a atraer la atención negativa de las naciones más grandes. Nadie quiere separatistas en sus fronteras”, dice.
Excesos
Cruickshank vio con consternación como algunos fundadores de micronaciones llevan las cosas demasiado lejos. El Principado de Hutt River en Australia Occidental nació en 1970 cuando Leonard Casley intentó separarse de Australia por una disputa sobre las cuotas de producción de trigo.
En 1977, el Príncipe Leonard -como se hacía llamar- declaró brevemente la guerra cuando se enteró de que lo perseguían por deudas tributarias impagas.
Hutt River se ganó el título de la micronación más antigua del mundo, pero finalmente terminó con una factura de impuestos de US$2,2 millones. Calsey abdicó a favor de su hijo en 2017, y en 2020 se vio obligado a vender la propiedad y disolver el exitoso sitio turístico para pagar la deuda.
“El príncipe Leonard era un tipo astuto, pero también tenía algunas ideas extrañas. Me dio algunos documentos con cálculos numerológicos y extrañas referencias cabalísticas que básicamente estaban diseñadas para mostrar que él es una persona especial”, detalla Cruickshank.
“Las micronaciones que tienen más problemas son aquellas que actúan como si estuvieran en competencia con otro Estado”, dice Harry Hobbs de la Universidad de Sídney. “Los estados no quieren renunciar a la jurisdicción sobre el territorio que perciben como suyo, o que puedan desear en el futuro”.
Líneas difusas
La línea entre la fantasía y la realidad a menudo se vuelve borrosa. La reina Carolyn solía trabajar como informática en el Chicago Tribune, donde un editor instruía en broma a sus pasantes que se pusieran de pie cuando la “reina” entrara en la habitación y que nunca le dieran la espalda.
“Un día entré a la sala de redacción y una becaria se puso de pie y estaba tratando de que otros también se pusieran de pie. Otra vez trajo algo a mi oficina: me lo entregó y luego hizo una especie de reverencia y se retiró”, cuenta.
Cruickshank describe Atlantium como un “proyecto de arte escénico sostenido”. “Soy lo suficientemente inteligente como para saber que no soy un monarca real con poder real. Pero cuantas más personas aceptan algo como un hecho, más real se vuelve”, precisa.
“La gente me trata con deferencia en los eventos oficiales y recibo cartas dirigidas a mí como ‘Su Majestad Imperial’. No puedo ser impertinente en respuesta”. También existe la posibilidad de malentendidos trágicos, explica Hobbs al respecto.
“Existen casos en los que personas que escapan de situaciones desesperadas, pagan una tarifa para convertirse en ciudadanos, y luego la micronación tiene que decirles que no es un país real. Y la persona dice: ‘¿Qué clase de broma es esta?’ Aquí es donde entra en la vida real”.
Micronaciones con objetivos
Australia es considerara “la capital mundial de las micronaciones” porque tiene más de una decena de ellas. Algunas son divertidas, como Atlantium, mientras que otras se formaron con un objetivo específico en mente.
El Reino de Gays y Lesbianas de las Islas del Mar del Coral se formó en 2004 en respuesta a la negativa del gobierno australiano a reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo. Obtuvo una gran atención de los medios y se disolvió en 2017 cuando los australianos votaron a favor de legalizar el matrimonio homosexual.
Hobbs cree que el micronacionalismo es consistente con la cultura australiana, que “celebra el burlarse de la autoridad”: “Australia está bastante segura de su soberanía. Es un continente con una población escasa. El gobierno dice algo así como: ‘Realmente no nos importa, siempre y cuando sigas pagando impuestos’”.
Medida de éxito
Ninguna micronación logró convertirse en un país, pero eso no significa necesariamente un fracaso. El éxito depende de lo que una micronación se proponga lograr. La República Libre e Independiente de Frestonia se formó en Londres en 1979 después de que las autoridades amenazaran a 120 residentes con desalojarlos.
Frestonia tenía su propio periódico y el servicio postal honraba los sellos postales frestonianos. El ministro de Hacienda en la sombra, Sir Geoffrey Howe, (del partido opositor) publicó una carta de apoyo.
Incluso ganó una disputa legal sobre su reclamo de no ser parte de Reino Unido a los efectos de la proyección de una película. Logró proteger el área del desarrollo y existió hasta 1983.
“Causó una agitación política que obligó al gobierno a cambiar sus planes”, indica Hobbs. Mientras tanto, el Reino de Elgaland y Vargaland reclama la soberanía sobre las áreas entre las fronteras de países de todo el mundo. “Te hace pensar en las regiones fronterizas más que en el territorio mismo”, añade.
Y aún originales son los Estados Libres Ambulatorios de Obsidia, que es una roca de obsidiana de un kilo que su fundador, el Gran Mariscal Yagjian, lleva en un maletín oficial del estado. Formada en 2015, la micronación afirma estar “ubicada en la confluencia del feminismo y la geografía”.
“El futuro de las micronaciones es sombrío si el objetivo es crear un Estado, porque eso nunca funciona. Sin embargo, el tema de la comunidad es brillante. Siempre habrá personas que disfruten creando una comunidad de personas con ideas afines y participando en prácticas diplomáticas”, completa el profesor universitario.
Por Jessica Mudditt
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