El crudo relato de un soldado que vivió once meses en el infierno como prisionero de guerra de los rusos
Maksym Kolesnykov estuvo cautivo desde la caída de su batallón al comienzo de la guerra hasta comienzos de este año; fue maltratado física y psicológicamente y ahora quiere seguir peleando contra las fuerzas ocupantes para derrotar a la barbarie
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KIEV.- En febrero pasado, cuando fue liberado en un intercambio de prisioneros de guerra después de casi once meses de cautiverio en Rusia, la imagen de Maksym Kolesnykov comiéndose una manzana dio la vuelta al mundo. Entonces Kolesnykov, demacrado porque había perdido 30 kilos y rapado como en esas viejas imágenes en blanco y negro de los sobrevivientes del Holocausto, se convirtió en otra prueba concreta del espanto de los crímenes de guerra rusos.
His first apple since February 2022. After 11 months in russian captivity, he turned gray and lost a lot of weight.
— Defense of Ukraine (@DefenceU) February 4, 2023
Maksym Kolesnykov, a restaurateur, a manager, and a soldier. One of the 116 Ukrainian POWs released today. He went through hell, but didn’t lose his will to fight. pic.twitter.com/88w2PwGx7O
En una entrevista con medios latinoamericanos -entre ellos, LA NACION-, organizada por la ONG ucraniana Transatlantic Dialogue Center y con la ayuda de la International Renaissance Foundation, Kolesnykov, de 46 años y aun no recuperado del horror, contó su experiencia. Relató en detalle cómo fueron esos diez meses de infierno, reflejo del trato a los detenidos totalmente contrario a las reglas del Convenio de Ginebra que Rusia les da no solo a los prisioneros de guerra como él sino también a los civiles con los que compartió el horror.
Ucrania, en cambio, asegura que les da a los prisioneros de guerra rusos -cuyo número no revela-, un trato que respeta ese convenio: están detenidos en un centro accesible a la Cruz Roja, diplomáticos y ONGs, donde pueden llamar por teléfono a sus familiares y reciben un trato digno.
Lo que vivió Kolesnykov es totalmente distinto. “Nos pegaban al menos dos veces por día con lo que tenían: con las piernas, con las manos, con palos de madera, con tubos de metal, con alambres de metal. Sólo nos pegaban por pegarnos, a nosotros y a los civiles, y por supuesto nos insultaban tachándonos de nazis, de fascistas… Los más violentos eran los guardias chechenos”, relata Kolesnykov, que fue capturado en marzo de 2022 después de que su batallón, la Brigada 101, se rindiera porque no le quedaban municiones tras intensos combates en el norte de Kiev.
“Tuvimos suerte porque en un caso parecido, en el que un batallón se rindió, los rusos mataron a todos, como contó una mujer soldado que fue la única sobreviviente”, destaca. Tras ser capturado, Kolesnykov primero fue llevado a una cárcel en Bielorrusia y luego a una de criminales comunes de la localidad de Bryansk, en Rusia.
“Allí, al margen de pegarnos y torturarnos con picanas, violaban la Convención de Ginebra porque no pasaban nuestros datos a la Cruz Roja, no podíamos comunicarnos con nuestra familia ni con nadie. Estábamos aislados, sin información y todos los días nos decían que Ucrania no existía más… Pero nosotros no lo creíamos. Sabíamos que en Kiev iban a luchar hasta con una pala en la mano para no dejar pasar a los invasores rusos, tanto los militares como los civiles”.
Para Kolesnykov, que nació y creció en Donetsk -región del Donbass ocupada por Rusia-, sin contar la preocupación por no saber nada de su familia -su mujer, sus dos hijas, sus padres-, lo peor era el hambre, “un hambre total”. “Nos daban de comer dos veces al día unas raciones mínimas de una papilla, sin ningún tipo de proteína. Cuando regresé había perdido 30 kilos. Me diagnosticaron atrofia muscular y cuando fui a hacer masajes el fisioterapeuta me dijo que no tenía con qué trabajar: sólo tenía piel y no músculos”, evoca.
¿Simulaban ejecuciones? “No lo sé, pero sé que mataron a mucha gente. Recuerdo que cuando en mayo trajeron a otra celda a defensores de Mariupol escuchábamos unos gritos inhumanos y cada tanto, disparos de pistola. Enterraban a los que mataban en el patio de la cárcel porque vimos cómo cavaban fosas”, contesta.
En el infierno
Durante el cautiverio, en los primeros seis meses nunca lo dejaron salir de su celda. Además, los agentes del servicio secreto lo interrogaron cinco veces, haciéndole preguntas sobre sus familiares, sus preferencias políticas, sus redes sociales, sobre si las fuerzas armadas estaban preparando armas nucleares o si tenían armas extranjeras. Por otro lado, lo obligaron a filmar un video en el que debía decir que estaba de acuerdo en colaborar con la Federación Rusa y en dar información sobre los batallones nacionalistas ucranianos. Pero hay más.
“Nos hacían estudiar los 47 puntos del código de comportamiento de la cárcel, te interrogaban sobre eso y si te equivocabas, te pegaban. Nos levantaban a las 6 de la mañana y nos prohibían sentarnos durante todo el día, salvo en los diez minutos de la comida. Teníamos que estar todo el día parados, hasta las diez de la noche, que era el horario para dormir. Si había un guardia bueno, nos dejaban caminar. También nos forzaban a hacer ejercicios físicos, como sentadillas. Los chechenos nos prohibían hablar entre nosotros y si lo hacíamos, nos pegaban”, relata Kolesnykov.
Ojos celestes y barba, Kolesnykov logró salir de ese calvario luego de un complejo intercambio de prisioneros que se dio con la ayuda de Arabia Saudita como garante. “Sé que tres veces me sacaron de la lista, sin explicación, según me contó mi esposa. Es otra forma de presión psicológica”, aseguró, al precisar que si pudo sobrevivir a esos atroces diez meses y medio fue porque casualmente, antes del inicio de la guerra, había decidido comenzar a estudiar psicología.
“Uno de los cursos que había hecho era sobre los traumas y eso me ayudó muchísimo en el cautiverio, porque armé un plan en mi cabeza y eso hizo que pudiera ayudar a mis compañeros de celda”, cuenta.
“Me acordaba de los momentos felices de mi vida, de mi esposa, de mis dos hijas de 15 y 7 años, de mis viajes por el mundo, de mis libros, mi música… Adentro mío, cantaba y cuando no nos escuchaban cantábamos juntos y cuando cantás todo se vuelve más fácil. No teníamos libros y nos contábamos historias y cuando teníamos hambre intercambiábamos recetas”.
Kolesnykov confiesa que, luego de volver, tardó tres meses para entender en qué estado psicológico estaba. “Para algunos prisioneros de guerra es difícil volver al frente de batalla y el gobierno no los obliga. Pero otros, entre los que me incluyo, quieren volver porque necesitan vengarse. Yo quería volver rápido a las fuerzas armadas. El 23 de marzo volví a mi unidad, donde comencé a servir de otro modo, doy charlas a los prisioneros de guerra que logran volver, pero tengo todavía muchos dolores, tuvieron que operarme la rodilla izquierda, camino con bastón y necesito seguir al menos seis meses de tratamientos para recuperarme”, explica.
No hace falta decir que esta experiencia cambió dramáticamente su vida. “Cuando volví, me cambiaron los valores: al principio esta para mí era una guerra por la independencia y ahora es una guerra para que todas estas barbaridades ya no sucedan, para que haya justicia y por la libertad”, dice. “Después de lo que pasé y lo que ocurrió en Mariupol, en Izium, aquí al norte de Kiev, donde masacraron a centenares de civiles indefensos, los ucranianos no vamos a poder perdonar a los rusos. Esta no es una guerra entre soldados, es una guerra para matar a civiles y para destruirnos. Y no sé cómo se puede perdonar esto”.
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