En 1985, la revista Forbes posicionó a Iván Boesky como una de las 400 personas más ricas de EE.UU.; fue detenido por uso y malversación de “información privilegiada”
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“La avaricia, a falta de una palabra mejor, es buena. La avaricia es correcta. La avaricia funciona. La avaricia impulsa, encuentra caminos y captura además la esencia del espíritu evolutivo. La avaricia en todas sus formas da impulso a la vida, al dinero, al amor, al conocimiento y ha determinado la evolución de la humanidad. Y la avaricia, piénsenlo bien, no solo salvará esta empresa, sino a la otra empresa enferma llamada Norteamérica”.
Esto es lo que decía cuando estaba en la cima de su poder Gordon Gekko, el personaje protagonista de la película Wall Street, que le valió el Oscar al mejor actor a Michael Douglas en 1988. Pero ni Gekko ni sus palabras eran, en realidad, pura ficción.
Este personaje se inspiró en buena medida en Ivan F. Boesky, un agresivo agente de bolsa que encarnó la codicia que imperaba en los años 80 en la bolsa de Wall Street, donde llegó a ser el agente mejor pagado antes de caer en desgracia al protagonizar el mayor escándalo por operaciones ilícitas realizadas con información privilegiada que se conociera hasta entonces.
Boesky, quien falleció el pasado 20 de mayo a los 87 años, también había dado un recordado discurso en el que defendía la avaricia. “La avaricia está muy bien, por cierto. Creo que la avaricia es saludable. Puedes ser avaricioso y aún así sentirte bien contigo mismo”, dijo Boesky durante la ceremonia de graduación de los estudiantes de la Escuela de Negocios de la Universidad de California en Berkeley en 1986. Poco tiempo después, sería la avaricia la que le llevaría tras las rejas.
Apostando en grande
Al igual que Gordon Gekko, Boesky triunfó en Wall Street en una época muy marcada por las compras y fusiones de grandes empresas. Con un estilo agresivo, Boesky sacudió un sector de las finanzas que solía ser muy conservador y en el que normalmente los interesados solían hacer pequeñas inversiones en acciones de empresas cuya posible compra ya había sido anunciada, con la esperanza de que luego su precio subiera.
Boesky, en cambio, trataba de identificar a estas empresas antes de que las ofertas de compra o fusión fuera anunciada y hacía adquisiciones millonarias de acciones. Muchas de estas operaciones las hacía con dinero ajeno, aunque en el momento de repartir las ganancias (él tomaba 40%) o las pérdidas (él asumía 10%) siempre se aseguraba de estar en el lado más favorecido. Así llegó a consolidar un portafolio de inversiones valorado en unos US$3000 millones y a acumular una fortuna personal por US$280 millones, de acuerdo con cifras publicadas por The New York Times.
En 1985, la revista Forbes lo ubicó en su lista de las 400 personas más ricas de Estados Unidos con una fortuna estimada en US$150 millones (unos US$425 millones de 2024). Entre sus operaciones más exitosas estuvo la que hizo a propósito de la adquisición por parte de Chevron de la también petrolera Gulf. Ocurrida en 1984, fue la mayor fusión de la época y le proporcionó a Boesky unas ganancias de US$65 millones.
Al año siguiente participó en la adquisición por parte de la tabacalera Philip Morris de la empresa General Foods Corporation por un monto de US$5800 millones. En ese entonces, fue la fusión de mayor valor fuera del sector petrolero y con ella Boesky ganó unos US$50 millones.
Otras operaciones notables fueron la compra que hizo Texaco de la también petrolera Getty Oil; la fusión entre la empresa Nabisco Brands y la tabacalera R.J. Reynolds; o la reestructuración de la empresa química Union Carbide. En algunas de estas fructíferas jugadas, sin embargo, Boesky había contado con algunas ventajas ilegales.
Un icono de la era “yuppie”
Boesky era conocido en Wall Street por dos apodos: Piggy (codicioso) e Iván el terrible. Y, ciertamente, parecía cumplir con algunos de los clichés que solían rodear a los “yuppies” de la década de 1980.
Él decía que se levantaba a las 4:30 de la mañana, luego de unas dos o tres horas de sueño, para hacer ejercicio antes de irse en su limusina a su oficina en Manhattan. Allí pasaba casi toda la jornada de pie, consumiendo café, casi sin comer y siguiendo la información de la bolsa que iba llegando a través de numerosos terminales y cables de noticia, así como controlando 160 líneas telefónicas y un grupo de pantallas que le permitían ver y escuchar lo que hacían sus empleados.
Fuera del trabajo, le gustaba hacerse notar y no ahorraba en gastos lujosos. Se dice, por ejemplo, que en los restaurantes solía pedir todos los platos del menú, pero tras probarlos se comía uno y dejaba el resto.
También se cuenta que en 1986 fue invitado a la que entonces fue una de las fiestas más lujosas que se hubieran celebrado en Nueva York y que tuvo lugar a bordo del crucero Queen Elizabeth 2, que había sido alquilado por casi US$1 millón (unos US$4 millones en la actualidad) por un empresario para celebrar el cumpleaños de su hijo. No pudiendo llegar a tiempo al puerto, Boesky voló en helicóptero hasta el barco cuando este ya había zarpado e hizo una entrada de película al bajarse de la aeronave vestido de rigurosa etiqueta. Le gustaba presumir de su éxito.
Se dice que fue el primer agente de Wall Street que contrató a una empresa para que se encargara de sus relaciones públicas y, en 1985, publicó un libro titulado “Merger Mania” en el que hacía alarde de sus habilidades para identificar empresas que podían ser objeto de adquisiciones.
Información privilegiada
Pero no fueron precisamente su olfato y sus habilidades los que le ayudaron a acumular su riqueza. Luego de una inversión millonaria que le salió mal, con la compra masiva en 1982 de acciones de la petrolera Cities Service -predecesora de la empresa venezolana Citgo-, Boesky quedó al borde de la ruina.
Para evitar la bancarrota, diseñó una trama corrupta para comprar información privilegiada que le permitiera “acertar” siempre en sus inversiones en bolsa. Uno de sus principales socios era Martin Siegel, quien trabajaba en el banco de inversiones Kidder, Peabody & Company.
A través de un mensajero, Boesky le enviaba a Siegel maletines con cientos de miles de dólares en efectivo que eran entregados en el lobby del hotel Plaza Nueva York. A cambio, Siegel le facilitaba información privilegiada sobre fusiones o adquisiciones que se estuvieran preparando. Se estima que Boesky le entregó a Siegel más de US$750.000 en distintas operaciones.
La caída
Pero la caída da Boesky no sería provocada por Siegel sino por un pez más pequeño. En mayo de 1986, las autoridades estadounidenses acusaron a Dennis Levine, quien trabajaba en el banco de inversión Drexel Burnham Lambert, de venta de información privilegiada. Durante la investigación, encontraron que tenía anotado entre sus apuntes el nombre de Boesky. Él era uno de los compradores de esa información privilegiada.
El 17 de septiembre de 1986, Boesky se entregó a las autoridades federales, con las que acordó colaborar para ayudarlas a atrapar a Michael Milken, quien era conocido como el “rey de los bonos basura” debido a su rol en el desarrollo del mercado de los bonos de alto rendimiento (aquellos que tienen un alto riesgo de caer en impago y, por tanto, deben pagar altos rendimientos).
Milken también trabajaba en Drexel Burnham Lambert y tenía una relación estrecha con Boesky, a quien le facilitaba gran parte del capital que este invertía en sus operaciones, así como en información privilegiada. En su acuerdo con las autoridades, Boesky accedió a llevar un micrófono oculto para grabar sus conversaciones con Milken, así como con otras personas involucradas en este esquema corrupto.
Gracias a esa colaboración, Boesky pudo llegar a un acuerdo con las autoridades para declararse culpable de operar con información privilegiada y accedió a pagar una multa por US$100 millones. En diciembre de 1987, fue condenado a 3 años de cárcel, de los que cumplió casi dos antes de recuperar su libertad.
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