Lo que para el primero fue un conflicto en menor escala, para el segundo representó la única guerra que haya librado contra otro país de América Latina en su historia
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Lo que para Colombia representó la única guerra que haya librado contra otro país de América Latina en su historia, para Perú fue un conflicto de menor escala. Quizás por eso se le conoce con dos nombres diferentes: “la guerra colombo-peruana” y “el conflicto de Leticia”. Sobre las fechas sí hay consenso: empezó el 1 de septiembre de 1932 y terminó el 23 de mayo de 1933, hace ahora 90 años.
Durante esos ocho meses ocurrieron hechos dignos del realismo mágico, hasta el punto de que el escritor colombiano Gabriel García Márquez quiso llevar esa historia a la literatura. Según dijo: “Difícilmente se puede concebir una fábula más inverosímil y desternillante que este esperpento histórico”.
Su idea era escribir un libro con su colega peruano y amigo Mario Vargas Llosa. Cada uno se encargaría de la versión de su propio país.
“Planeamos escribir esa novela a cuatro manos sobre la guerra peruano-colombiana, un proyecto que finalmente quedó en nada”, contó Vargas Llosa en una entrevista en 2010.
“Hablábamos de ello, cambiábamos ideas. Se trataba de una guerra fantochesca por un pedazo de la Amazonia, pero era más divertido hablarlo que realizarlo”.
En BBC Mundo consultamos textos e historiadores de los dos países para entender ese conflicto que ocurrió hace 90 años, que representó un proyecto de libro entre dos premios Nobel de literatura y que, al final, determinó la suerte de una parte importante de la Amazonia.
Tensión por las fronteras
A principios del siglo XX los límites de los países de América Latina no eran del todo claros. Colombia y Perú, como la mayoría, reclamaban sus territorios apelando a una jurisprudencia propia. La demarcación de las fronteras no contaba con un tratado que tuviera una base jurídica reconocida a nivel internacional.
“En el primer siglo de vida independiente de Perú y Colombia no se había cumplido este requisito. Las cancillerías de ambos países no lograban ponerse de acuerdo acerca de las líneas que debían separarlos y, por lo tanto, delimitarlos”, explica el historiador Carlos Camacho en sus libros El conflicto de Leticia (1932-1933) y Los ejércitos de Perú y Colombia.
La cartografía tampoco era precisa. Aunque había croquis de los dos países, estos no eran detallados ni reconocidos en todos los rincones geográficos, y en el caso del Amazonas era aún menos fiel la representación gráfica dadas las complejidades del territorio.
Fue en 1931, solo un año antes del conflicto, cuando “se publicó por primera vez en Colombia el que sigue siendo hasta hoy, con algunas modificaciones, el mapa oficial”, escribe Camacho. Y aunque las cancillerías lograron llegar a acuerdos y finalmente se dieron los tratados con los que los gobiernos acordaron los límites de sus territorios, el sentir popular era otro.
A ambos lados había una sensación de que el territorio se estaba encogiendo, que se había cedido tierra propia. “La idea de encogimiento del territorio tenía bases históricas firmes en ambos países: en Perú era la pérdida de Tacna y Arica en la Guerra del Pacífico [con Chile]—el Tratado de 1929 sólo devolvió Tacna—, y en Colombia, la secesión de Panamá con el apoyo de Estados Unidos”, según el texto del historiador.
Aunque ese era el ambiente, los gobiernos respetaban los acuerdos, así que para los años 30 no había operaciones militares en las fronteras, ni se vislumbraba una posible guerra entre vecinos. No era predecible, pero sucedió.
Patriotismo peruano
El 1 de septiembre de 1932 fue un jueves. Ese día llegaron a Leticia, la ciudad que es hoy capital del departamento del Amazonas en Colombia, soldados, oficiales y suboficiales peruanos. Entre ellos se encontraban el ingeniero civil Oscar Ordóñez y el alférez Juan Francisco La Rosa.
El grupo peruano llegó disparando a las casas de los habitantes colombianos, sin causarles heridas. En menos de una hora, 46 ocupantes tomaron como prisioneros a seis funcionarios y a 19 colonos-policías colombianos.
“[El alférez La Rosa] Me manifestó que él estaba exponiendo su cabeza con su gobierno, puesto que su actuación era en un todo ajena a la misión que como militar le correspondía, pero que lo hacía sólo por un sentimiento de patriotismo”, declararía luego el alcalde de Leticia.
Pero La Rosa no era el único. En Iquitos, un grupo de ciudadanos que se autodenominaron junta patriótica decidió “recuperar Leticia”. Armaron un plan no oficial con la esperanza de que, una vez llevado a cabo, el gobierno lo respaldara.
El ingeniero Ordóñez, por su parte, le expresó a un técnico inglés encargado del telégrafo que “había decidido recapturar Leticia, pese al tratado con Colombia, y declarar su independencia del resto del país si el gobierno central los desautorizaba”, reseña el texto de Camacho.
“Había una necesidad [para Perú] de afirmar presencia en territorios amazónicos tras la derrota en la Guerra del Pacífico con Chile”, argumenta Juan Carlos La Serna, historiador especializado en la Amazonía y profesor de la universidad Nacional Mayor de San Marcos.
“Muchos historiadores que estudian la época -y se puede ver en la prensa de entonces- afirman que intelectuales peruanos consideraban que la reconstrucción del país pasaba por afianzar la presencia en territorios amazónicos”. Eso explica que los ciudadanos peruanos, sin autorización del gobierno, buscaran entonces recuperar una tierra que consideraban propia y que por eso hubieran iniciado el conflicto con Colombia.
Un triángulo amoroso y una tierra
Hay una versión novelesca sobre el origen del conflicto colombo-peruano y que está consignada en las memorias del expresidente colombiano Alfonso López Michelsen, hijo del también presidente Alfonso López Pumarejo, quien reemplazó a Enrique Olaya Herrera y estuvo a cargo del fin del conflicto en su primer mandato (1934-1938).
Según su relato, en Leticia existió una mujer llamada Pilar que fue amante del alférez peruano La Rosa, encargado de una guarnición militar cerca de la población. La mujer también era pretendida por el intendente colombiano del Amazonas Alfredo Villamil Fajardo.
Al parecer, cuenta López Michelsen en sus memorias, ambos hombres compitieron por Pilar, pero ella escogió a La Rosa y se estableció con él en la guarnición peruana. El problema es que Villamil no se resignó y “optó por raptarse a la bella, acompañado de tres o cuatro agentes de policía que la obligaron a volver a Leticia”.
Y para acabar de completar, el ingeniero Oscar Ordóñez administraba una hacienda ubicada en la frontera. La familia de Ordóñez intentaba negociar con el gobierno de Colombia, pero este se negaba a pagar la cifra que le pedían.
“El mismo ingeniero tenía algunos contratos de ejecución de obras en Leticia, cuando todavía estaba bajo el dominio peruano, y el gobierno de Colombia con inexcusable ligereza intentó desconocerlos”, escribió el expresidente.
Es por eso que, según López, los intereses sentimentales del alférez y los intereses económicos del ingeniero jugaron un papel importante en el origen de la guerra. Camacho cita el pasaje de López, al ser parte de la narrativa de lo ocurrido, pero aclara que en su investigación no encontró archivos contundentes sobre la supuesta historia amorosa.
Fortalecimiento colombiano
La noticia sobre la toma de Leticia llegó a Bogotá al día siguiente. Enrique Olaya Herrera, presidente colombiano de la época, intentó la vía diplomática, pero sin descuidar el fortalecimiento del ejército.
Olaya Herrera “nombró al general Alfredo Vázquez Cobo encargado de adquirir barcos y material militar en Europa. Colombia sólo contaba con tres embarcaciones militares antes del conflicto y Vázquez Cobo consiguió para el país cuatro barcos nuevos, ametralladoras y cañones”, explica Juan Camilo Vargas en su texto El conflicto de Leticia: un capítulo desconocido.
Además contactó al piloto Herbert Boy, ciudadano alemán y piloto de la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta). Colombia pasó así de tener una fuerza aérea naciente que contaba con 16 aviones, a integrar y adaptar los aviones comerciales de la aerolínea Scadta.
Pero, esas adquisiciones tomaron tiempo. Fue un fortalecimiento que vio sus frutos más allá del conflicto y no como una estrategia que garantizó una victoria armada.
Lo cierto es que aunque al inicio de la guerra Perú tenía la ventaja militar, al terminarla Colombia había logrado superarlo. Puede decirse que el conflicto le sirvió para acelerar su equipamiento militar.
Estrategia política
A pocos días de la toma de Leticia, el presidente peruano Luis Miguel Sánchez Cerro envió emisarios a Iquitos con el ánimo de aplicar la diplomacia y disuadir los ánimos guerreristas.
El plan no salió como esperaba: allí la ciudadanía respaldaba la toma de Leticia, aunque no la hubieran iniciado. No había interés en escuchar algo diferente y menos contradictorio sobre la unión y expansión nacional.
Es ahí cuando el Gobierno de Lima, en lo que ha sido interpretado como una jugada política, decidió respaldar la toma y por tanto el conflicto con Colombia. La hazaña que habían iniciado La Rosa y Ordoñez, con su grupo, dio frutos. Consiguieron el respaldo.
El ministro de Perú en Bogotá recibió las siguientes instrucciones del ministro de Relaciones Exteriores desde Lima: “Muy reservadamente sepa usted que Gobierno abriga esperanzas de aprovechar esta oportunidad para iniciar revisión Tratado Salomón-Lozano. En consecuencia si es posible proceda usted muy discretamente sondear al respecto inteligentemente el cambio”.
Era conveniente. “Hay una instrumentalización por parte del gobierno peruano del conflicto que le permite reafirmar esa idea de unidad frente al discurso partidario que reclamaba la oposición”, explica el historiador La Serna.
Olaya Herrera se enteró el día siguiente, pues, según reseña Camacho, recibía copias de las órdenes secretas que llegaban a la legación peruana.
Desgaste final
En el conflicto no se vivieron muchos enfrentamientos y los que hubo no fueron especialmente dramáticos o significativos. El hecho que en realidad marcó el desenlace de la guerra fue el asesinato del presidente peruano Sánchez Cerro el 30 de abril de 1933. Ocurrió en Lima como resultado de en un atentado por las tensiones políticas que vivía el país para ese entonces.
“Su sucesor, Óscar Benavides, se mostró dispuesto a encontrar una solución más pacífica. El futuro presidente colombiano Alfonso López Pumarejo conocía a Benavides y éste último le invitó a Lima para hablar de paz”, reseña el texto de Vargas.
Ese relevo del poder llegó, además, con el desgaste de un conflicto que se llevaba a cabo en un territorio aislado de los centros administrativos y con un acceso muy limitado.“El conflicto era costoso y las propias necesidades internas de los países exigían llegar a un acuerdo. La presión internacional para que se solucionara también fue importante”, cuenta La Serna.
El fin de las acciones militares se dio finalmente el 23 de mayo de 1933 con la firma de un acuerdo en Ginebra. “Se establecieron comisiones binacionales con técnicos, ingenieros, militares y observadores internacionales brasileños. Eso permitió una real demarcación, siguiendo en gran parte los acuerdos que se habían establecido en la década de 1920″, concluye La Serna
Todo quedó saldado y oficializado en el acuerdo de Río de Janeiro que se firmó el 24 de mayo de 1934 y en el que se le ratificó a Colombia el dominio de Leticia.
Esta fue una historia que, como escribe Camacho, “Vargas Llosa no olvidó del todo, pese a que nunca escribió la novela a cuatro manos con García Márquez. En los primeros párrafos de ‘Pantaleón y las visitadoras’ puede leerse la siguiente conversación:
—Qué graciosa esta noticia en El Comercio—hace una mueca Pochita—
En Leticia un tipo se crucificó para anunciar el fin del mundo. Lo metieron al manicomio pero la gente lo sacó a la fuerza porque creen que es santo. ¿Leticia es la parte colombiana de la selva, no?
[…]—Ahora es Colombia, antes era Perú, nos la quitaron.
*Por Andrea Díaz Cardona
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