Acuerdos ilícitos y deserciones masivas: por qué las fuerzas afganas no opusieron resistencia a los talibanes
La victoria de los talibanes se encaminó con una serie de pacientes acuerdos y negociaciones con jefes regionales y militares
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KABUL.- El fenomenal colapso de las fuerzas armadas de Afganistán que hizo posible el ingreso triunfal de los talibanes en Kabul empezó con una serie de acuerdos de las milicias extremistas con algunos funcionarios de bajo rango del gobierno afgano en las aldeas rurales del país.
Los talibanes empezaron a ofrecer ese tipo de acuerdos a principios del año pasado bajo la forma de un “alto el fuego”, pero en realidad ofrecían dinero a cambio de que las fuerzas del gobierno entregaran sus armas, según varios funcionarios afganos y norteamericanos.
Durante el siguiente año y medio, esos acuerdos fueron alcanzando nivel distrital, y después involucraron directamente a las capitales provinciales, hasta culminar en una vertiginosa serie de rendiciones negociadas por las fuerzas del gobierno, según entrevistas con más de una docena de oficiales, policías, tropas especiales y otros soldados afganos.
En menos de una semana, los combatientes talibanes ocuparon más de una docena de capitales provinciales y marcharon sobre Kabul sin encontrar resistencia, precipitando la huida del presidente afgano y el colapso de su gobierno. Las fuerzas de seguridad afganas en los distritos que rodean Kabul y en la propia ciudad simplemente se licuaron. Para el domingo a la noche, los retenes policiales habían sido abandonados y las milicias extremistas recorrían libremente la ciudad.
La velocidad del derrumbe dejó pasmados a varios funcionarios norteamericanos y numerosos observadores internacionales, obligando al gobierno de Estados Unidos a acelerar drásticamente la evacuación del personal de su embajada en Kabul.
Los talibanes capitalizaron la incertidumbre que generó el acuerdo sellado en febrero de 2020 en Doha, Qatar, entre el movimiento extremista y Estados Unidos, que llamaba a un retiro total de las tropas norteamericanas del territorio de Afganistán. Algunas fuerzas afganas entendieron que en poco tiempo más ya no contarían con el apoyo de la fuerza aérea y otras tropas de Estados Unidos, y se volvieron permeables a las ofertas de los talibanes.
“A algunos los arreglaron con dinero y listo”, dice un oficial de las fuerzas especiales afganas en referencia a los primeros que aceptaron reunirse con los talibanes. Pero en el compromiso de Estados Unidos de un retiro total otros vieron una “garantía” de que el movimiento talibán volvería al poder y quisieron asegurarse un lugar bajo el sol. Para dar su testimonio, el oficial afgano no reveló su nombre porque no está autorizado a dar información a la prensa.
Tropas desmoralizadas
El acuerdo de Doha, pensado para poner fin a la guerra en Afganistán, tuvo el efecto de dejar desmoralizadas a las tropas afganas y dejó expuesta la venalidad y la tenue lealtad de muchos militares afganos hacia el gobierno central de su país. Algunos agentes de policía se quejan de no haber cobrado su sueldo en más de seis meses.
“Para muchos, ese acuerdo era el fin”, dice el oficial en referencia a la mayoría de los afganos alienados con el gobierno. “Las cosas empezaron a cambiar el mismo día que se firmó el acuerdo. A partir de ahí, fue cada cual para sí mismo. La sensación generalizada era que Estados Unidos nos dejaba librados al fracaso”.
Esas rendiciones negociadas fueron multiplicándose poco a poco en los meses que siguieron a la firma del acuerdo de Doha, según un militar norteamericano y un funcionario afgano. Luego, en abril de este año, cuando el presidente Joe Biden anunció el retiro incondicional de las tropas norteamericanas para el mes de julio, empezó el efecto cascada de rendiciones en todo el territorio.
Los talibanes extendían su control territorial y los gobiernos distritales iban cayendo sin dar pelea. La semana pasada, Kunduz se convirtió en la primera ciudad clave ocupada por las milicias extremistas, tras días de negociaciones entre el consejo de ancianos tribales, que finalmente entregó a los talibanes la última base controlada por el gobierno.
Poco después, las negociaciones en la provincia occidental de Herat terminaron en la renuncia del gobernador, de los máximos funcionarios de inteligencia del Ministerio del Interior, y de cientos de soldados. El trato se cerró en una sola noche. “Me dio mucha vergüenza”, dice un funcionario del Ministerio del Interior con sede en Kabul, en referencia a la rendición de Abdul Rahman Rahman, alto funcionario del ministerio en Herat. “Si él con el cargo que tiene hace eso, ¿yo que no soy nadie qué podía hacer?”
El mes pasado, la provincia sureña de Helmand también fue escenario de una rendición en masa. Y cuando los combatientes talibanes se aproximaban a la provincia de Ghazni, en el sureste del país, el gobernador huyó bajo la protección de los talibanes, para luego ser arrestado por el gobierno afgano en su camino de regreso a Kabul.
Motivación
De la lucha del Ejército afgano contra los talibanes participaron varias unidades de élite muy capaces y motivadas. Pero por lo general eran despachadas para dar apoyo a las unidades del Ejército y la policía menos entrenadas, que se entregaban de un momento a otro bajo la presión de las milicias extremistas.
Un oficial de las fuerzas especiales afganas estacionado en Kandahar que había sido asignado para proteger un crucial paso fronterizo recuerda que un comandante le ordenó que se rindiera. “¡Queremos luchar! Si nos rendimos, los talibanes nos van a matar”, le dijo a sus jefes el oficial de las fuerzas especiales.
“No disparen un solo tiro”, les ordenó el comandante cuando los talibanes invadieron el área. La policía de fronteras se rindió de inmediato, dejando sola a la unidad de fuerzas especiales. Un segundo oficial confirmó el relato de su colega.
No dispuestos a rendirse ni a luchar en desventaja, las topas de la unidad dejaron las armas, se vistieron de civil y huyeron de sus puestos. “Me avergüenza lo que hice”, dijo el oficial. “Pero si no escapaba, mi propio gobierno me habría vendido a los talibanes.”
Un oficial de policía afgano justifica la evidente falta de motivación de su fuerza en los meses de salarios impagos. Antes de la caída de Kandahar, varios policías afganos de la ciudad confirmaron que no les pagaban desde hacía seis o nueve meses, así que las recompensas que ofrecían los talibanes eran cada vez más atractivas.
“Sin Estados Unidos, ya nadie tenía miedo de ser atrapado por corrupción. Y partir de entonces salieron a la luz todos los traidores que hay en nuestro Ejército”, dice el oficial de policía afgano.
Varios oficiales de la fuerza policial de Kandahar insisten que la verdadera culpable del colapso fue la corrupción, más que la incompetencia. “Francamente, no creo que tenga arreglo. Creo que hay que empezar todo de cero”, dice Ahmadullah Kandahari, un oficial de la fuerza policial de Kandahar.
En los días previos a la captura de Kandahar, el número de bajas en la policía era más que visible. Bacha, un comandante de policía de 34 años, venía cediendo terreno desde hacía tres meses. Estaba exhausto y tenía el uniforme hecho jirones. Al ser entrevistado, dijo tener el orgullo militar herido, después de tanto ceder terreno ante los insurgentes. Pero lo que verdaderamente lo desesperaba era no cobrar su sueldo.
“La última vez que me entrevistaron los periodistas”, dice Bacha, “los talibanes estaban ofreciendo 150 dólares a quien se rindiera y se sumara a sus filas”. “¿Saben cuánto ofrecen ahora?” No se rió, pero varios de sus hombres se inclinaron hacia adelante y pararon la oreja para escuchar la respuesta.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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