El ciclo sin fin de abusos y venganzas
En Mali, acusan al ejército de desquitarse con los derrotados
KONNA, Mali.- Edisa Maiga tiene una expresión ausente. No llora ni está enfadado con las tropas francesas y malienses, a pesar de que sus helicópteros dispararon contra su casa en Konna y mataron a su mujer y a sus hijos.
"Es la voluntad de Alá en esta guerra", dice. La localidad, tomada hace dos semanas por los radicales islamistas y liberada hace cinco días, está salpicada de municiones, vehículos destartalados y edificios destruidos por los bombardeos.
El avance contra los extremistas va viento en popa. Las tropas de la operación francesa Serval ya están en Gao y se aproximan a Tombuctú, los dos grandes bastiones de los insurrectos en el norte de Mali. Pero el éxito de la misión contrasta con una fea imagen, un secreto escondido en un pozo de la localidad de Sevaré, en el centro del país. Tiene un metro de ancho y una profundidad infinita y la apariencia de la venganza.
Al asomarse, el olor a descomposición es más que evidente, se aprecian bultos flotando en el agua y las moscas revolotean junto a los ladrillos, salpicados con manchas oscuras. Según varios testigos, las tropas malienses habrían ejecutado por venganza a colaboradores de los jihadistas y habrían lanzado sus cuerpos a la oscuridad de este agujero negro.
La organización Human Rights Watch abrió una investigación por abusos supuestamente cometidos por el ejército maliense desde el inicio de la guerra.
A bordo de un convoy militar francés de camino a un puesto de vigilancia, la población saluda a los soldados. "Estamos muy a gusto porque estamos apoyando a los soldados malienses; son ellos los que nos han pedido venir a su país", dice el capitán Sébastien, vocero en la zona de la operación Serval.
Los franceses se encargan de los bombardeos y apoyan a las tropas de Mali por tierra en las ciudades tomadas por los jihadistas, que se dispersaron, se cortaron la barba y se mezclaron con la población.
El puesto de control está a unos kilómetros de Sevaré. Tanques y otros vehículos vigilan el Nordeste, de donde viene la amenaza. "Hay algunos elementos residuales que huyeron de la ciudad de Douentza y se han refugiado en las montañas y podrían venir hacia aquí, aunque es poco probable", dice el capitán Saifer.
"¡Y si vienen armados, tenemos todo lo que hace falta!", exclama el sargento Prokopik, sonriendo al tiempo que arranca el tanque. Varios soldados malienses completan el dispositivo, en puestos estratégicos situados sobre una pequeña montaña desde la que se divisa un paraje desértico espectacular. El sol dibuja sus siluetas recortadas con las Kalashnikov a la espalda, observando a través de los prismáticos cualquier movimiento, sobre todo el de camionetas, el vehículo del enemigo.
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