ARLINGTON, Virginia (The New York Times).- En el Cementerio Nacional de Arlington, el solemne ritual de los funerales militares con honores se repite decenas de veces al día, llueva o truene, para honrar a los efectivos de las fuerzas militares, desde presidentes hasta soldados rasos. Pero para preservar para las futuras generaciones esa tradición del cementerio militar más importante de Estados Unidos , el ejército norteamericano, a cargo de Arlington, asegura que tal vez deba negarles ese privilegio a casi todos los veteranos actualmente vivos.
En Arlington el espacio se está acabando. Lugar de descanso final de más de 420.000 veteranos y sus familiares, el cementerio viene sumando unos 7000 nuevos muertos por año. A este ritmo, y por más que el último resto de terreno libre que queda en sus bordes sea utilizado, en unos 25 años el cementerio estará repleto.
"Estamos contra la pared, literalmente", dice Barbara Lewandrowski, vocera del cementerio, parada sobre el césped, frente a una interminable hilera de lápidas que se extienden hasta al paredón de piedra que separa el camposanto de una autopista de seis carriles: hasta ese muro fue puesto en uso, y ahora está tapizado de nichos para cenizas que se elevan hasta la copa de los árboles.
El ejército norteamericano quiere que Arlington pueda funcionar al menos 150 años más, pero a falta de espacio para ampliarlo –el predio está rodeado de autopistas y desarrollos inmobiliarios–, la única forma de lograrlo es endurecer fuertemente los requisitos para ser enterrado en el lugar. Y obviamente eso ha suscitado un debate sensible sobre lo que Arlington significa para Estados Unidos y sobre cómo compatibilizar los ideales igualitarios con las limitaciones del espacio físico.
La propuesta más extrema que está evaluando el ejército es permitir exclusivamente el entierro de miembros del servicio activo que mueren en combate y de militares que hayan recibido la máxima condecoración militar de Estados Unidos: la Medalla de Honor. Con esas restricciones, en un año habría menos entierros que los que actualmente hay en una sola semana.
Una política de admisión como esa dejaría afuera a miles de veteranos de combate y oficiales de carrera que actualmente tendrían esa posibilidad y que tenían planeado descansar para siempre en Arlington, entre sus camaradas caídos.
"Me parece poco justo desdecirse de una promesa hecha a toda la comunidad de veteranos", dice John Towles, subdirector de asuntos legislativo de la organización Veteranos de las Guerras Extranjeras, soldados desplegados durante las guerras de Irak y Afganistán. La agrupación, que reúne a 1,7 millones de veteranos, se opone tajantemente a las nuevas restricciones.
"Que dejen que Arlington se llene de hombres y mujeres que sirvieron a su país", dice Towles, quien bajo la normativa actual podría ser enterrado allí, ya que fue herido en combate. "Podemos abrir un nuevo cementerio que con el tiempo sea tan especial como este."
En Estados Unidos, hay 135 cementerios nacionales a cargo del Departamento de Asuntos de los Veteranos desperdigados en todo el país. Pero Arlington es por lejos el más prominente, y restringir los entierros implicaría transformarlo más en un museo que en cementerio activo.
El ejército encargó una encuesta de opinión pública sobre el tema y se espera que su recomendación formal sea comunicada en pocos meses más.
"Queremos saber la opinión de la gente de nuestro país", dijo en una entrevista la directora ejecutiva de Arlington, Karen Durham-Aguilera. "Si la gente quiere que Arlington siga siendo especial y siga habiendo espacio disponible, entonces hay que hacer cambios."
Por una de esas ironías de la historia, el cementerio ahora amenazado por la superpoblación fue creado justamente para enfrentar la superpoblación: las ingentes bajas de la Guerra Civil de Estados Unidos colmaron rápidamente los cementerios de Washington. Desesperado por enterrar a sus muertos, el intendente general del ejército, Montgomery C. Meigs, le echó el ojo a una inmensa plantación, justo en la otra orilla del Potomac: era el hogar del infame general Robert E. Lee, cuya decisión de pasarse al bando de los Confederados le había ganado el estigma de traídos para muchos unionistas.
Los hombres de Meig empezaron a sepultar los cuerpos bajo sencillas cruces de madera en medio del campo, y luego, como una forma de revancha contra el propietario ausente, en el jardín de flores de la finca empezaron a sepultar a los oficiales caídos de la Unión, junto a la puerta de la casa, construyeron una tumba donde depositaron los huesos de 2.100 muertos desconocidos.
Al principio, Arlington no era en absoluto un lugar codiciado para el eterno descanso. La mayoría de los entierros eran de soldados cuyas familias no podían costear el traslado de los cuerpos a sus ciudades de origen. Pero a medida que los oficiales veteranos de la Unión empezaron a pedir ser enterrados allí, entre sus tropas, el prestigio del cementerio fue creciendo. La Tumba de los Desconocidos fue construida después de la Primera Guerra Mundial, y desde entonces, todos los años, el Día de los Caídos el presidente en funciones suele depositar una ofrenda floral.
La idea actual que se tiene de Arlington –un Campos Elíseos igualitarios donde los generales y los soldados rasos de todo credo y color son enterrados lado a lado–, recién apareció realmente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el cementerio abandonó la segregación, según Micki McElia, profesor de Historia de la Universidad de Connecticut.
"Muchos lo tomaron como ejemplo autoevidente de inclusión y pertenencia nacional, como una expresión de un todo que se construye con diversidad", dijo McElya en una entrevista. "A esa imagen de Arlington apuntaba Khizr Khan, padre del capitán del Ejército muerto en Irak y enterrado en el cementerio, le dijo al presidente Trump que visitara el cementerio."
Arlington ha estirado el espacio lo más que ha podido. Dio de baja, por ejemplo, la antigua práctica de enterrar a los familiares uno junto al otro, y ahora los apila en profundidad en una misma parcela. En las secciones que alojan solo restos cremados, los nichos son cada vez más estrechos. Pero los planificadores del cementerio dicen que no hay modo de estirarse más.
Según las normas vigentes, las parcelas están reservadas a los veteranos que sirvieron el tiempo suficiente como para jubilarse como militares, los soldados heridos en combate o que recibieron alguna de las tres más altas distinciones al valor, los exprisioneros de guerra, las tropas que murieron estando en servicio activo, y unos pocos civiles que ocuparon altos cargos de gobierno. Sus esposas y personas a cargo gozan del mismo derecho.
Propuestas
El ejército ha presentado varias propuestas para cambiar esas normas y lograr mantener Arlington abierto por más tiempo, pero incluso las opciones más drásticas harían muy poca diferencia, y para colmo, son las más resistidas por los veteranos.
"Todos queremos que Arlington siga abierto", dice Gerardo Avila, un veterano herido en Irak que habló frente al Congreso en nombres de la Legión Estadounidense. Avila dice que con gusto cedería su propia parcela para asegurarle un lugar a un futuro merecedor de la Medalla de Honor, pero aclara que esa es su postura personal y que la Legión, que tiene 2,3 millones de miembros, no comparte su opinión.
"Es como votar para quitarse derechos a uno mismo", dice Avila. "No creo que nuestros miembros tengan ganas de votar por eso."
Traducción de Jaime Arrambide
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