El casamiento antes del suicidio: el pacto entre Hitler y Eva Braun en sus horas finales
Construyeron una relación íntima y secreta, luego del suicidio de la sobrina del jerarca nazi; el asesinato de sus perros y el enojo con Himmler y Göring
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Berlín, madrugada del domingo 29 de abril de 1945. Adolf Hitler se acaba de casar con su compañera Eva Anna Paula Braun en una ceremonia civil con pocos testigos, pero en lugar de pasar la noche de bodas con su flamante esposa, se encuentra dictándole a su secretaria personal, Traudl Junge, su última voluntad y su testamento político.
“He decidido antes de abandonar esta órbita terrestre convertir en mi esposa a la mujer que, después de años de fiel amistad, llegó por propia voluntad a la casi cercada ciudad para compartir su destino con el mío. La muerte nos compensará lo que mi trabajo al servicio de mi pueblo nos robó. Para evitar la vergüenza de la destitución o de la capitulación, mi esposa y yo elegimos la muerte”.
La escena ocurre en el Führerbunker, el refugio antiaéreo ubicado 8.5 metros bajo tierra en los jardines de la Cancillería del Reich, la última barrera de protección frente a las bombas soviéticas que desde hace algunos días reducen a escombros la capital alemana.
El Ejército Rojo está a punto de tomar Berlín y el Führer pronuncia sus últimas palabras. Cede cualquier objeto de valor al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, lega su colección de arte a una galería de Linz y algunos objetos de valor a quienes le han prestado servicios personales, como a su ama de llaves Anni Winter, y nombra a su secretario personal, Martin Bormann, como albacea.
Traudl Junge anota con serenidad. Al responsable del máximo genocidio de la historia todavía le falta la segunda parte de su relato, su testamento político, en el que asume toda la responsabilidad por la guerra iniciada en 1939, destituye a los jerarcas Heinrich Himmler y Hermann Göring por negociar la paz con los aliados a sus espaldas, y nombra como sucesor y presidente del Reich al almirante de la Kriegsmarine, Karl Dönitz.
Son las 4 de la mañana del 29 de abril de 1945 y firman al pie del documento el secretario Bormann y el exministro de Propaganda, y recientemente nombrado Canciller en ese mismo testamento, Joseph Goebbels. La caída del régimen nazi es un hecho.
Eva Braun permanece en su dormitorio mientras el sabor de la champaña francesa con la que brindó durante la ceremonia todavía permanece en su boca. Piensa en su sobrina, que nacerá en pocos días y será bautizada Eva en su honor. Le preocupa, además, el futuro de sus dos amados perros terrier, Negus y Stasi.
Los acontecimientos se suceden vertiginosamente. No ha tenido tiempo de lamentarse por el fusilamiento del marido de su hermana Gretl Braun, que está a punto de parir; su cuñado Hermann Fegelein, el general de división (Gruppenführer) de las Waffen-SS acaba de ser ejecutado, ebrio, sucio y desprolijo, totalmente fuera de sí, por orden del mismo Hitler, acusado de traidor.
Eva tiene 33 años y un cuerpo esbelto tallado por una actividad deportiva que nunca abandonó. Hitler tiene 56 años recién cumplidos, es vegetariano y no toma alcohol, aún cuando se ha permitido mojar sus labios con la fina champaña que tanto gusta beber Eva. Su última noche no duermen juntos; no es necesario, saben que en unas horas los espera un destino común e infinito.
La ceremonia de matrimonio había durado solo diez minutos y los novios, cuya relación de una década se había mantenido en secreto, ofrecieron una recepción con espumantes y bombones. Eva se había puesto un vestido oscuro de seda y Hitler tenía la misma ropa arrugada del día anterior; parecían desorientados, cuenta la historiadora Heike Görtemaker en el libro Eva Braun. Una vida con Hitler.
Hitler organizó todo para que su último plan saliera a la perfección. Le preocupaba una noticia de último momento: el duce Benito Mussolini, fundador del fascismo italiano e inspirador del incipiente totalitarismo nazi, había sido detenido y fusilado en Milán, y su cuerpo exhibido, colgado de los pies, para ser ultrajado por la muchedumbre.
El Führer buscaba eludir aquella humillación. Por la tarde de ese domingo 29 de abril pidió que le administrasen una ampolla de cianuro a su pastora Blondi, recientemente madre de cinco cachorros, para comprobar la efectividad del veneno, orden que fue cumplida por la mañana del lunes.
Aquel lunes 30 de abril, Hitler almorzó pasta con salsa de tomate, junto a sus secretarias, pero Eva no estuvo presente. Esperaba a su amado en una habitación común. Quedaba poco tiempo y la flamante esposa necesitaba ordenar sus últimos recuerdos, que se sucedían uno detrás del otro sin un orden aparente: sus días de juventud cuando solo tenía 17 años y había conocido a un tal “Wolf”, aquel hombrecillo pintoresco 23 años mayor que ella, que portaba unos bigotitos “simpáticos”, habían quedado muy lejos. Las giras por el país acompañando discretamente al hombre más poderoso del mundo, también.
Hitler y Eva se habían conocido cuando ella era asistente en Photohaus Hoffmann, el estudio fotográfico de Heinrich Hoffmann, el retratista personal del Führer, pero entonces el futuro conductor de la Alemania nazi no se había fijado en ella, quizá porque su libido estaba puesta en el obsesivo amor que lo ligaba con su sobrina Geli Raubal.
Geli se suicidaría en 1931 en Múnich, en el departamento que compartía con su tío, como una manera de escapar de una relación que se había tornado asfixiante, disparándose un balazo en el pecho. Entonces sí, a pocos meses de todo aquello, Eva comenzó una relación de amor incondicional con Hitler que se mantendría en las sombras incluso mucho después de la muerte de ambos.
A Eva el suicidio tampoco le era ajeno. En agosto de 1932 quiso emular a Geli Raubal, se disparó en el pecho con la pistola de su padre pero falló. Hitler no se permitiría perder un gran amor por segunda vez en su vida y, desde entonces, el poco tiempo que le quedaba libre se lo dispensó exclusivamente a su nuevo amor.
En todo aquello pensaba Eva Anna Paula Braun aquel mediodía del lunes 30 de abril de 1945 en el Führerbunker de Berlín. Su vida parecía sacada de una película 16 mm como la que ella solía utilizar para filmar a su amante durante los eventos públicos del Reich.
Eva había tenido una última oportunidad de salvarse, unos días antes, cuando Hitler le ordenó a ella y al ministro Goebbels que abandonaran el búnker y se ocultaran en un lugar seguro. Ninguno de los dos quiso obedecerlo.
Cuando su amado “Wolf” ingresó en la habitación luego de comer la pasta con salsa de tomate, y cerró la puerta, ambos se sentaron en un sofá. Cerca de las 15.30 se oyó un disparo seco. Luego de golpear la puerta y no recibir respuestas, los asistentes ingresaron.
Hitler estaba doblado sobre sí mismo y tenía un agujero del tamaño de una moneda en la sien derecha. Eva yacía a su lado, descalza, con su rostro apoyado sobre el hombro de su amado, como dormida. Habían ingerido el veneno mortal suministrado por su médico, el teniente coronel Ludwig Stumpfegger, el mismo ácido prúsico que había liquidado a la pastora Blondi pocas horas antes.
Él, apenas puso el cianuro en su boca, se disparó además con su pistola Walther PPK calibre 7.65, como para no tener ninguna oportunidad de sobrevida. Ella también tenía un revólver en su mano, pero no le hizo falta accionarlo. El veneno la mató en el acto. Sus dos terriers Negus y Stasi, así como los cachorros de Blondi también los acompañarán en este viaje fuera de “la órbita terrestre”: serían ejecutados a tiros por Fritz Tornow, el entrenador de perros de Hitler, ese mismo día.
Los cuerpos de Eva Braun y Adolf Hitler fueron retirados del Führerbunker y ubicados en una fosa de mediana profundidad en los jardines de la Cancillería del Reich, rociados con combustible e incinerados.
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