El caos de las democracias, un caldo de cultivo para nuevos modelos
LONDRES.- En todo el mundo, la gente está cuestionando verdades que durante mucho tiempo consideró evidentes por sí mismas, desestimando algunas de ellas como "noticias falsas" y reemplazando tradiciones que creía inmutables por reinvenciones al azar.
En Francia, quienes se sienten dejados atrás por un mundo en proceso de globalización se han pasado las últimas semanas manifestándose en las calles y sublevándose para protestar contra un gobierno al que tildan de elitista y ajeno a sus problemas cotidianos. El gobierno francés, cuya sordera inicial pareció confirmar todas las sospechas de los descontentos, finalmente se vio obligado a cambiar de estrategia.
Gran Bretaña sigue estremecida por el resultado de un referéndum al que su gobierno convocó para taparles la boca a sus detractores, y lo que consiguió es que esos detractores ganaran la apuesta. Ahora el gobierno está a punto de colapsar.
Y en Estados Unidos , un presidente al que algunos acusan de subvertir los ideales más caros a esa nación está abandonando violentamente el protocolo y las costumbres que marcaron la conducta de una docena de sus predecesores. Su núcleo duro de votantes está encantado.
Para colmo, son hechos que no solo se producen en la tierra de la "libertad, igualdad y fraternidad", en la tierra de la Carta Magna o de la Declaración de la Independencia, sino en todo el mundo occidental.
Para entender cómo llegamos a esto hay que retroceder una década, al comienzo de la crisis del sistema financiero. Los siguientes años de recesión y austeridad sumaron presión al incumplimiento de la garantía que había mantenido en pie al establishment político durante décadas: que cada nueva generación viviría mejor que la anterior.
Esa mezcla explosiva detonó en 2016, y la nube hongo todavía sigue creciendo. En junio de ese año, Gran Bretaña celebró un referéndum con la intención -según palabras del entonces primer ministro David Cameron- "de definir esta cuestión europea" de una vez por todas. En noviembre de 2016, el turno de revelarse contra la tradición le llegó a Estados Unidos con Donald Trump .
El paso siguiente lo dio Francia en mayo de 2017, cuando un joven banquero se las arregló para convencer a los votantes de que era un outsider de la política. El hiperglobalismo de Emmanuel Macron era opuesto a la xenofobia de Trump, pero ambos aseguraban que sanearían el pantano y defenderían a la gente común. Esa promesa se desvaneció de inmediato. Macron pasó a ser "el presidente que gobierna para los ricos".
Las reglas de juego están cambiando para los políticos en todo el mundo. Desde el filipino Rodrigo Duterte hasta el brasileño Jair Bolsonaro , los candidatos que ganan las elecciones lo hacen a pesar de -o tal vez gracias a- declaraciones y actitudes tan políticamente incorrectas que hasta hace poco les habrían garantizado una derrota.
¿Estamos frente a un momento bisagra en la historia política? Los tópicos de las revoluciones democráticas de Occidente siguen siendo más relevantes que nunca, aunque hayan cobrado nueva forma.
Resta saber si esas voces nuevas representan un flamante camino hacia la libertad y si redundarán en esa mayor igualdad que tantos dicen anhelar.
La mirada de los intelectuales
Cuatro pensadores reflexionan sobre el desafío de los "chalecos amarillos"
Alain Touraine
- Sociólogo francés
- Edad: 93 años
- Origen: Hermanville-sur-Mer
"Durante su campaña presidencial, Emmanuel Macron había intelectualizado esa fractura entre la 'Francia de arriba' y la 'Francia de abajo', sin percibir su existencia concreta. Lo que los 'chalecos amarillos' le reprochan precisamente es no haberse sentido afectado por esa situación y no tener conciencia del terrible miedo al desclasamiento que los anima. Para ellos, Macron es la encarnación de una élite detestada. En todo caso, el desafío del presidente es el mismo: la elevación del nivel general de calificaciones de la gente para poder hacer frente a una 'hipermodernidad', caracterizada por reglas económicas desconocidas. En Francia, todo está en París y toda una parte de Francia se siente abandonada y está obligada a ir a la capital para encontrar trabajo [...]. Necesitamos aumentar nuestra capacidad de negociación, reducir las desigualdades y, sobre todo, tener confianza en nosotros mismos".
Bernard-Henri Lévy
- Filósofo y escritor francés
- Edad: 70 años
- Origen: Beni Saf (Argelia)
"Por primera vez, un movimiento popular provoca en mí, desde el comienzo, serias y persistentes dudas, a pesar de que coincido con muchos de sus reclamos [...]. Me pregunto si, en esas explosiones de auténtica furia y en el 'no al mañana' que a veces los acompaña, no está presente la conjunción -paradójica, aterradora y terrible- entre dos preocupaciones que deberían ser incompatibles: preocupación por 'el fin del mundo' y preocupación por 'el fin de mes'. Es decir, entre el desesperado esfuerzo por salvar el planeta y la igualmente desesperada defensa del poder adquisitivo. En términos filosóficos, el resultado de esa oposición es el nihilismo. En el cual el llamado a una nueva sociedad deja el paso al llamado a ninguna sociedad. En el cual la aspiración por un mundo mejor se transforma en una llamada a odiar ese futuro mundo, antes de que tenga tiempo de aparecer".
Jacques Attali
- Economista y funcionario francés
- Edad: 75 años
- Origen: Argel (Argelia)
"En el mundo actual, todos o casi todos, 'chaleco amarillo' o 'chaleco dorado' [los privilegiados], solo se preocupan de sí mismos. Cada uno piensa que todo se le debe, que todo lo que es vital debe serle proporcionado gratuitamente, que nadie puede privarlo de lo superfluo y que, incluso, tiene derecho a considerar lo superfluo como vital. Todos afirman además que el poder adquisitivo disminuye. Pues no es así. La verdad es que está repartido en forma injusta y desigual. Para los ciudadanos contemporáneos, el gasto público, financiado por los impuestos, no es una obligación. Sin embargo, ese gasto es esencial para otros, que no son los 'chalecos amarillos' ni los 'chalecos dorados': las generaciones futuras. En consecuencia, preparar el futuro solo puede hacerse en detrimento de la satisfacción de los deseos inmediatos de los contemporáneos. Ya se trate de los 'chalecos amarillos', como de los 'chalecos dorados'".
Michel Wieviorka
- Sociólogo y escritor francés
- Edad: 72 años
- Origen: París
"Los 'chalecos amarillos' no son un movimiento con objetivos utópicos. Se trata más bien de gente que no quieren ser los olvidados de un cambio de sociedad. Si bien el movimiento es en cierto aspecto defensivo -¡y eso es muy respetable!-, también es perjudicial, pues el hecho de no tener en cuenta la transición ecológica tendrá un impacto muy negativo en la capacidad de Francia de proyectarse en el futuro. En otras palabras, es un movimiento justo en lo esencial de sus reivindicaciones, pero catastrófico para el porvenir del país. La violencia recuperó una legitimidad que había perdido completamente. Y eso es nuevo en nuestro país. No obstante, Francia está hoy atrapada entre dos tipos de violencia. Una totalmente reprobada, que es terrorista y criminal, y otra, que la gran mayoría de los 'chalecos amarillos' no deseó, pero se convirtió en funcional y permitió al movimiento ganar en visibilidad frente al poder".
Traducción de Jaime Arrambide
Niko Price
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