El cambio de Obama: de rey de la ilusión a candidato convencional
El presidente no logra despertar el entusiasmo de 2008; su estrategia es más agresiva
WASHINGTON.– Noventa días antes de la cita electoral en la que busca un nuevo período, la campaña de Barack Obama refleja la transformación que 42 meses en la Casa Blanca operaron en este líder, cuya consagración hace cuatro años suscitó una fenomenal ola de entusiasmo y esperanza y que hoy tiene problemas para rescatar esa ilusión.
No sólo son las mentadas canas que ganó con la presidencia y que, para algunos, son más de las esperables para los 51 años que cumplió ayer.
La carga de la Casa Blanca y de la vida política en esta capital del poder lo acercaron mucho más al perfil de un político convencional y puso distancia de la figura del gran transformador que prometió ser cuando, en enero de 2009, hizo historia al jurar como el primer presidente negro en este país.
La metamorfosis se constata, para empezar, en los actos públicos. Aquellas legiones de seguidores que lo acompañaban cuando todo era entusiasmo se han reducido bastante y su campaña tiene que esforzarse mucho más para atraerlos.
No se trata de que Obama vaya a perder frente al republicano Mitt Romney. Al contrario, las encuestas dicen que está frente a una elección ajustada, pero que tiene muchas posibilidades de ganarle. De lo que se trata es de reflejar que el hombre que hoy pide una nueva oportunidad es distinto del que, hace cuatro años, obtuvo la primera.
El propio Obama demuestra ese sentimiento cuando pide el voto. Lo primero que hace es reconocer que el trabajo que prometió no está realizado; que "aún queda mucho" por completar de aquella primera agenda. Pero que aun con esos faltantes, él es "mejor opción" que su rival.
Obama hoy se presenta como eso, como una opción, lo que implica un matiz de peso en la percepción de aquel paladín del cambio que enamoró a multitudes.
Se muestra como un hombre que no está seguro de que el electorado "siga confiando" en él y que suele preguntarlo en una forma que parece ir más allá del recurso retórico. "Si siguen confiando en mí...", dice, antes de espetar una propuesta.
Pero, además del agotamiento, esta campaña incorporó la agresividad como receta en su oratoria proselitista.
Su discurso va dirigido a presentar a Romney "como parte del problema" de los Estados Unidos. Lo descalifica como un hombre que confunde "corporaciones con personas" y en unos de sus más recientes spots llega a sugerir que estafa al país al poner su dinero en paraísos fiscales. Pero hasta desde el pulmón de la campaña admiten que la cosa tiene su riesgo.
"Tenemos que ser muy cuidadosos con la idea de que el presidente tiene un estándar de comportamiento y que tiene un estilo del que se siente muy orgulloso", dijo su jefe de campaña, David Axelrod. "Pero creo que se puede ser duro y, al mismo tiempo, justo y basarse en hechos. Ahí es donde apuntamos", añadió.
Si, como dice Axelrod, esta agresividad no es "el estilo" real del presidente ni el que más le agrada, entonces, ¿cuál es?
Una de las hipótesis es que, más allá de los ataques a Romney, a Obama se le hace difícil centrar el discurso en sus logros de gobierno. Ellos existen, pero una de las características de su gestión ha sido –paradójicamente– no saber comunicarlos.
Jim Margolis, uno de los publicistas que se sitúa en el epicentro desde el que se elaboran los spots de los demócratas, reconoce la dificultad para insuflar optimismo. "Es difícil transmitir esa idea sin, al mismo tiempo, arriesgarse a parecer sordo a las dificultades que todavía padecen muchos norteamericanos", dijo.
Se sabe: el desempleo no baja y la economía crece a un exiguo máximo de 2% anual. En eso, la suerte de Obama es injusta: los republicanos le dejaron de herencia la peor recesión en décadas, pero la estabilización que él logró no alcanza para la alegría.
Según sugiere Margolis, allí anida la razón del cambio en su mensaje, de ese tránsito de la esperanza al bombardeo verbal. Le es más fácil despedazar a su adversario que hablar de una bonanza que el norteamericano medio, con un desempleo del 8,3% y sin mejoras a la vista, no aprecia.
Promesas incumplidas
Obama tuvo grandes éxitos en su presidencia. Entre ellos, la captura del líder terrorista Osama ben Laden y la aprobación de la reforma de salud, aunque esta última no sea muy popular. Es más, ni el propio Obama parece tener muchas ganas de hablar de ella, porque dividió a los norteamericanos y ahora, encima, se investiga en el Senado un supuesto tráfico de influencias.
El problema es que sus promesas fueron tan grandes que casi no hay sector social que no tenga motivo para estar enojado. Los hispanos, porque no alentó la reforma migratoria; los trabajadores, porque el desempleo no baja; la izquierda, porque no cierra Guantánamo; la derecha, porque el gasto público aumentó; los jóvenes, porque están endeudados hasta las cejas por sus créditos estudiantiles y no hay ni sombra de aquel paraíso prometido en miles de empleos en la industria de la energía verde.
A eso se suma la indignación de los "ocupas" de Wall Street, molestos con la industria financiera y, en el otro extremo, el enojo del Tea Party, que ve en Obama un "comunista" que quiere alterar las leyes del mercado. Los dos movimientos perdieron parte de su fuerza original, pero sirven para reflejar una misma insatisfacción desde dos caras opuestas.
Más allá de los extremos, es esa insatisfacción con su propia gestión lo que reconoce la campaña. Eso es algo que el nuevo Obama, macerado por la gestión, expresa con un discurso iracundo y, sus seguidores, con un entusiasmo menor y bañado de melancolía. Uno y otros no hacen sino relatar, a su manera, la cara y la ceca de una misma frustración.
Todas las campañas son únicas. Los candidatos, la economía, la circunstancia política y hasta esos "imprevistos de siempre", que aquí se definen como "las sorpresas de octubre", se combinan para poner esta carrera en la cúspide del drama político. Obama está posicionado para ganar la batalla y las encuestas dicen que es muy probable que lo logre. Sólo que, en todo caso, esta vez lo intenta con armas muy distintas a las que le valieron el histórico triunfo de 2008.
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