El calvario de España
El posible gobierno de coalición de Sánchez sería un verdadero revoltijo de siglas y causas radicales que condenarían a España a un periodo de enorme inestabilidad
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MADRID.- La gobernabilidad de España está seriamente amenazada tras unas elecciones generales que no han dejado un claro ganador. Un país cuya transición de la dictadura a la democracia fue hace tiempo un modelo para todo el mundo y que durante décadas fue ejemplo de estabilidad dentro de la natural alternancia en el poder, se ve ahora condenado a una crisis política que se venía fraguando desde hace más de un lustro y que compromete gravemente su futuro.
Por resumirlo, España se encuentra en este momento abocada a una disyuntiva endemoniada: ser gobernada mediante el pacto y bajo las condiciones que impongan los partidos separatistas más radicales –uno de ellos, Bildu, cómplice y extensión en el pasado del grupo terrorista ETA, y otro, Junts per Catalunya, cuyo líder, Carles Puigdemont, es actualmente un prófugo de la justicia española– o se verá obligada a repetir las elecciones, sin muchas posibilidades de que éstas acaben arrojando un resultado distinto del de las celebradas el pasado domingo.
El Partido Popular (PP), de centroderecha, ha fracasado en su intento de obtener una mayoría holgada para gobernar en solitario. Aunque ha mejorado mucho su posición respecto a las elecciones anteriores y ha sido el partido más votado, con 136 diputados, se ha quedado lejos de sus expectativas y de la mayoría de los pronósticos. Ni siquiera ha alcanzado la cifra necesaria para poder gobernar en coalición con Vox, de extrema derecha, por lo que las posibilidades de que su líder, Alberto Núñez Feijóo, sea el próximo presidente del gobierno son en este momento prácticamente nulas. Tras esta campaña y estas elecciones, incluso cabe dudar de que vaya a ser presidente alguna vez.
En el otro lado, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), de Pedro Sánchez, ha obtenido mejor resultado que el que anticipaban las encuestas. Aunque ha quedado por detrás del PP, sus 122 diputados son más de los que el partido aspiraba a conseguir e incluso mejoran levemente los datos que los socialistas alcanzaron en las elecciones anteriores.
Este éxito se debe principalmente al mérito de haber conseguido trasladar a una buena parte de los ciudadanos el miedo a Vox. Sánchez hizo coincidir estas elecciones generales con el proceso de formación de los gobiernos municipales y autonómicos tras las elecciones regionales del pasado mes de mayo. Ese proceso ha puesto en evidencia el retroceso que suponen algunas medidas defendidas por Vox y la insensatez de muchos de sus dirigentes. Vox no es un partido fascista, pero hace todo lo posible por parecerlo.
Los pactos del PSOE
Vox ha perdido 19 escaños en estas elecciones, pero el PP no ha sido capaz de rentabilizar del todo esa caída. Paradójicamente, pese a estar por detrás en el cómputo de votos y asientos en el Parlamento, Sánchez dispone de mayores opciones de continuar como presidente de gobierno, ya que, mientras que el PP sólo puede pactar con Vox –cuya suma resulta insuficiente–, el PSOE está actualmente abierto a pactar con cualquiera que sirva para darle la mayoría, sin prestar mucha atención a la ideología, la naturaleza o el proyecto que defiendan sus posibles socios.
De tal manera que, para continuar como presidente del gobierno, Sánchez tendría que pactar no sólo con los ya mencionados aliados de ETA y fugitivos de la justicia española, sino también con Sumar, una coalición de diversos partidos radicales y nacionalistas que giran en torno al Partido Comunista, Esquerra Republicana, que abanderó el referéndum inconstitucional de 2017 en Cataluña, el Bloque Nacionalista Gallego, una fuerza de extrema izquierda que propugna la independencia de Galicia, y el Partido Nacionalista Vasco, un partido nacionalista moderado, pero que ahora se ve obligado a aumentar sus exigencias porque está en riesgo de ser superado en el País Vasco por los radicales de Bildu.
Como se puede ver, el posible gobierno de coalición de Sánchez sería un verdadero revoltijo de siglas y causas radicales que condenarían a España a un periodo de enorme inestabilidad, quién sabe con qué consecuencias. El mayor riesgo es que, tanto independentistas catalanes como vascos, han anunciado ya que condicionarán su apoyo al gobierno de Sánchez a la convocatoria en algún momento de un referéndum de autodeterminación en Cataluña y el País Vasco.
Prácticamente descartada la opción de que el PP forme gobierno, si las negociaciones para la creación de esa disparatada coalición en torno a Sánchez acaban fracasando, España tendría que volver a las urnas a finales del próximo otoño o comienzos del invierno. Como decía, nada garantiza que unas segundas elecciones despejaran el complejo panorama actual.
Punto muerto
¿Cómo ha llegado España hasta este punto muerto? No es sencillo de responder. Naturalmente, la crisis actual no obedece a una sola razón sino a un conjunto de ellas, que se remontan a la irrupción de Podemos en el panorama político en 2014 y que tienen que ver con la explosión populista que en los últimos años se ha producido en muchos otros países del mundo. Nuestro Brexit, por decirlo así, fueron Pablo Iglesias y el separatismo.
Pero es preciso señalar a la personalidad política y la conducta de Pedro Sánchez entre los principales causantes de la situación a la que nos enfrentamos. Por un lado, su falta de escrúpulos para aceptar pactos con las fuerzas más extravagantes y contrarias al orden constitucional español ha roto por completo el consenso constitucional que ha sostenido a España desde los primeros años de su democracia. Nunca antes un socialista se había atrevido a firmar acuerdos con los aliados del terrorismo. Al mismo tiempo, Sánchez ha alejado al Partido Socialista de su campo tradicional de la socialdemocracia y lo ha arrastrado hacia el radicalismo y el caudillismo. El socialismo de Sánchez se encuentra más cómodo al lado de Bildu que del PP.
Eso hace imposible la que sería hoy, sin duda, la mejor opción para el futuro de España: un pacto entre el PP y el PSOE. Ambos partidos han crecido en estas elecciones hasta llegar a juntar 258 diputados. Es el único bloque que garantizaría estabilidad y constitucionalidad. Es el único bloque que representaría a las dos Españas. Cualquiera que interprete los resultados del pasado domingo sin un sesgo sectario, admitirá que esa es también la fórmula que desea una mayoría de los españoles.
Pero hay casos en los que la política está reñida con el sentido común y este es uno de ellos. Se esgrimen múltiples argumentos en contra de ese pacto, que supondría la desaparición del PP, que dejaría a los extremistas como dueños de la oposición, que agudizaría la presión separatista… Habría riesgos, por supuesto, pero no creo que tantos como los que España afrontará si ese pacto no se produce. La verdadera razón por la que es casi imposible que llegue a ocurrir es porque Sánchez ha convertido al PP no en un rival sino en un enemigo y ha elevado a los radicales al nivel de socios preferentes y permanentes. Con Sánchez, el PSOE ha renunciado a la moderación y a su vocación de partido mayoritario y defensor de los intereses de todos los españoles.
Veremos qué es lo que nos deparan los próximos días. Cuánto exigen los separatistas y hasta dónde está dispuesto a ceder Sánchez. La experiencia del primer gobierno de Sánchez nos obliga a ser pesimistas al respecto. España se encuentra, en todo caso, en una encrucijada muy difícil en la que está en juego la calidad de su democracia y su futuro como nación.
* Antonio Caño fue director del diario El País entre 2014 y 2018
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