El Brasil de Lula: la nostalgia de los “años de oro” puede más que la causas de corrupción
El expresidente centró parte de su campaña en reivindicar el crecimiento del país durante sus dos mandatos y la corrupción quedó en un segundo plano
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SÃO BERNARDO DO CAMPO.- El paulista Claudio Ribeiro, de 40 años, recuerda con nitidez el 2005, año en el que encontró su primer trabajo formal en una fábrica. “Desde adolescente hacía changas y ayudaba a mi padre, la vida era muy difícil. Pero mi situación laboral, como la de muchos otros acá, empezó a cambiar en esos años”, dice, en alusión a la primera etapa de Luiz Inacio Lula da Silva como presidente de Brasil. Ribeiro habla frente a la fábrica de Volkswagen en São Bernardo do Campo, en el cordón industrial de San Pablo, un bastión político del exmandatario y donde se formó como dirigente sindical en los años 70.
Ese mismo lugar, cargado de simbolismo, fue el elegido por Lula el 16 de agosto para lanzar su campaña para las elecciones del domingo, en las que tras un proceso traumático, que incluyó 580 días en prisión por una causa de corrupción , buscará volver al poder después de 12 años con un triunfo ante su principal enemigo político, el presidente Jair Bolsonaro. Una apuesta a la añoranza por los años del boom económico y la movilidad social de Brasil en la primera década del siglo como pilar de su estrategia.
“Con Bolsonaro la situación no hizo más que empeorar. Cómo enfrentó la pandemia, la inflación... Espero que con Lula todo vuelva a ser como antes”, dice Ribeiro a LA NACION.
La principal bandera de Lula en esta campaña fue la promesa de repetir los logros de sus dos mandatos (2003-2010), que llevaron al dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) a ser uno de los líderes más reconocidos del planeta en esos años y dejar el poder con más de 80% de popularidad en 2011. Esa nostalgia de millones de brasileños, sumada al elevado rechazo a Bolsonaro (51%), explican, según los expertos, por qué Lula, a pesar de su condena y de las causas por corrupción que golpearon a la cúpula PT, es hoy el gran favorito en las encuestas, incluso con la posibilidad de ganar en primera vuelta.
Sin embargo, politólogos y economistas también advierten por las dificultades con las que se podría topar, por un contexto global muy distinto al de sus mandatos, cuando había un boom en los precios de las materias primas que impulsó la producción en Brasil y América Latina, con crecientes exportaciones, ingresos e inversiones.
“Lula implementó una visión hacia el pasado. Hay una campaña basada en la nostalgia. Muchos electores recuerdan que en sus gobiernos había más plata en los bolsillos, más comida en la mesa, más trabajo y los hijos estudiaban en la universidad”, señala Mauricio Santoro, politólogo y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). “Mucha gente siente esta idea de que los gobiernos de Lula fueron la edad de oro de Brasil, y que si ahora volviera a la presidencia los tiempos dorados podrían regresar”.
Según estudios de la Fundación Getulio Vargas, el gobierno de Lula sacó a 28.000.000 de brasileños de la pobreza y redujo drásticamente los niveles de desnutrición infantil y desescolarización con el plan de ayuda social Bolsa Familia, creó 14 millones de empleos fijos, y a nivel internacional llevó al país a convertirse en una de las economías emergentes estrella, junto a China, la India, Rusia y Sudáfrica (los Brics).
También cosechaba grandes elogios de la prensa internacional. En 2009, Lula fue nombrado “personaje del año” por Le Monde y El País, y uno de los “protagonistas de la década” por Financial Times. Y al año siguiente, sobre el fin de su mandato, la revista Time lo eligió como una de las personas “más influyentes” del mundo. Hasta el entonces presidente norteamericano Barack Obama lo llamó “el político más popular del planeta”.
Sus críticos, en cambio, marcaban un excesivo personalismo, los problemas irresueltos de violencia y narcotráfico en Brasil, y que los programas sociales no solucionaban los problemas estructurales de la desigualdad. Todo en medio de un escándalo de compra de votos en el Congreso -el mensalão, que estalló en 2005- que comprometía a colaboradores cercanos de Lula y a miembros del PT, luego condenados, con casos emblemáticos como los de José Dirceu, exministro de la Casa Civil, y José Genoino, expresidente del PT, cuando Lula ya había dejado el poder.
En São Bernardo do Campo, donde se respira el aire triunfalista de los seguidores de Lula, pocos parecen recordarlo y lo atribuyen a maniobras políticas. “El objetivo fue siempre sacar a Lula del juego. Como pasó con la condena por el Lava Jato”, afirma convencida Anna Ferreira, una empleada doméstica de 43 años, frente a otro lugar emblemático aquí para el expresidente: el Sindicato de los Metalúrgicos, donde se entregó a la policía el 7 de abril de 218, y el primer sitio al que fue luego de ser liberado en Curitiba, el 8 de noviembre de 2019.
“En esta campaña la corrupción tiene una presencia mucho menor que en 2018, cuando el Lava Jato estaba más fresco. Hoy la economía es lo central”, apunta Santoro. “Lula no habla de los escándalos de Bolsonaro y sus hijos porque no le conviene, por sus problemas con la Justicia”, añade.
“Como el de Lula fue el mejor periodo de ocho años en los últimos 35, es natural que las personas tengan un recuerdo positivo. No solo el Bolsa Familia, sino los aumentos reales y significativos del salario mínimo. Prácticamente no había desempleo y el ambiente era muy optimista. Brasil se había convertido en una de las grandes promesas de la economía mundial”, apunta Paulo Roberto Feldmann, economista de la Universidad de San Pablo. “Pero Lula también tuvo derrotas importantes, como no haber aprobado las reformas fiscal y política”.
Pobreza y hambre
El retroceso de Brasil en indicadores claves de pobreza y hambre en la gestión bolsonarista, con impacto pleno de la pandemia, también ayudaron a impulsar a Lula, que tiene mucho apoyo entre las clases bajas. “Tiene un carisma natural que lo convierte en un político muy importante, especialmente entre los más pobres”, señala Feldmann.
El país superó con creces las cifras de hambre registradas en 2020 (19 millones de personas), hasta alcanzar los 33 millones de brasileños que viven bajo esa condición este año, según un informe de junio de la Red Brasileña de Pesquisa en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan). Un enorme retroceso en comparación a 2014, cuando la ONU retiró a Brasil del Mapa Mundial del Hambre.
La gran apuesta de Bolsonaro para combatir la pobreza extrema fue el programa Auxilio Brasil, una reformulación del Bolsa Familia. Aumentó el beneficio a 400 reales mensuales (75 dólares) durante la pandemia y a 600 reales (112 dólares) en 2022, una medida con validez hasta diciembre que causó polémica por estar prohibida en un año electoral, y que fue aprobada por una enmienda a la Constitución. El propio ministro de Economia, Paulo Guedes, rebatió el informe de la Red Penssan. “Es mentira que 33 millones de personas pasan hambre, por más que haya habido inflación”, afirmó.
Lula prometió lanzar un Bolsa Familia “renovado y ampliado”, que sumaría a los 600 reales mensuales otros 150 (28 dólares) por cada hijo menor de seis años.
Pero pese al optimismo de sus votantes, los expertos ahora ponen el foco en las dificultades que enfrentaría Lula en un eventual tercer mandato. “El problema fundamental es que las cosas cambiaron mucho en Brasil y el mundo respecto a la primera década del siglo, sobre todo por el boom de las commodities y China que crecía al 10%”, señala Santoro. “Lula promete cambios rápidos y profundos, pero la situación financiera de Brasil es grave. Hay una crisis fiscal por el aumento de los gastos de Bolsonaro para la campaña y será difícil lograr el equilibrio fiscal”.
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