El bombardeo de Dresde, ¿un crimen de guerra de los aliados que quedó impune?
Una sobreviviente del ataque a la capital cultural de Alemania, recordó la noche de febrero de 1945 en que los británicos lanzaron una tormenta de fuego con 4000 toneladas de bombas sobre la población civil; hubo 25.000 muertos
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“Durante el bombardeo de Dresde pensaba que era el fin del mundo”, recordó a LA NACION Nora Lang, que tenía 13 años en febrero de 1945 en el momento en que 1300 aviones británicos de la Royal Air Force (RAF) hicieron llover su tormenta de fuego con 4000 toneladas de bombas sobre la capital cultural del este alemán en la que, casi sobre el final de la guerra, no había objetivos militares de importancia. El propósito explícito fue destruir y desmoralizar a la población civil. El número más creíble de víctimas ronda los 25.000 muertos. Pero las atrocidades cometidas por el nazismo relegaron al olvido cualquier posibilidad de considerar eventuales crímenes cometidos por los aliados.
Aunque la historia la escriben los vencedores, a sus 90 años Nora Lang sigue dando entrevistas, lo que recuerda que el tiempo les da voz a las víctimas. Sin embargo, prefiere soslayar el debate sobre el bombardeo de Dresde como un crimen de guerra. “Doy vuelta la frase. Toda guerra es un crimen”, afirmó en diálogo con LA NACION desde su ciudad natal, hoy reconstruida.
Ya en 1942 el primer ministro británico Winston Churchill había dado permiso al jefe del Comando de Bombarderos de la RAF, Arthur Harris, apodado “Bomber” (”bombardeador”), para destruir objetivos civiles alemanes, aunque no tuvieran interés militar. Y el propio “Bomber” escribió: “la meta es la destrucción de las ciudades alemanas, el asesinato de trabajadores alemanes y la interrupción de la vida comunitaria civilizada en toda Alemania”.
Esa declaración encuadra con lo que la Carta del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg definió como crimen de guerra en su artículo 6 (b): “la destrucción sin sentido de ciudades, pueblos o aldeas, o la devastación no justificada por una necesidad militar”. Pero como el objetivo de ese tribunal era condenar el horror del nazismo, se prefirió evitar cualquier conflicto con las acciones cometidas por los aliados -desde los bombardeos de ciudades sin objetivos militares hasta las matanzas de Stalin-. Y, para evitar paralelismos, ni siquiera se juzgó a los jerarcas nazis por los ataques a Londres, Varsovia o Rotterdam.
En seis años de guerra, los aviones británicos y estadounidenses descargaron sobre Alemania 1,5 millones de toneladas de bombas que acabaron con la vida de 600.000 personas. Las autoridades estiman que el 15% de los artefactos no explotó y algunos quedaron enterrados a varios metros de profundidad. Incluso esta semana estalló una bomba de la Segunda Guerra junto a la estación de trenes de Múnich dejando varios heridos. Otro remanente de la lucha contra el régimen nazi.
La familia de Nora Lang no era precisamente cercana al nazismo. Su abuelo fue un activo militante gremial del Partido Comunista por lo que con la llegada de Adolf Hitler al poder en 1933 lo llevaron prisionero algunos meses al campo de concentración de Hohnstein, a 45 km de Dresde. Los judíos no eran todavía el blanco principal de la furia del Führer.
Pero Lang supo siempre que la oposición al nazismo era un secreto del ámbito familiar.
A partir de 1940 los aliados siguieron los pasos alemanes en Londres y Varsovia, y perdieron cualquier reparo en bombardear objetivos civiles, solo para desmoralizar al enemigo. Antes de Dresde, “Bomber” Harris había lanzado su mayor ofensiva en 1943 contra Hamburgo, un importante astillero y ciudad industrial. Allí murieron al menos 37.000 civiles.
“Los ataques aliados eran en el oeste alemán, y mucha gente era evacuada hacia el este. Por eso, en la escuela tenía muchos compañeros que eran refugiados venidos de otras ciudades”, recordó Lang. Dresde era una ciudad industrial, pero también reconocida por el valor de su arquitectura barroca, museos, teatros, y actividades artísticas.
El bombardeo ocurrió pocos meses antes del final de la guerra. El 13 de febrero de 1945 fue martes de carnaval, y en la ciudad los padres habían debatido sobre si era lógico que en medio de una Guerra Mundial los chicos celebrasen la tradicional fiesta como todos los años, vestidos con sus disfraces por las calles.
“Mi mamá y mi abuela decidieron que no era justo privarnos de la posibilidad de festejar, y me hicieron un disfraz de holandesa, con cuadros azules y delantal blanco, e incluso el típico sombrero blanco con alas”, recordó Lang. Disfrazadas, junto con sus amigas, prepararon una bolsa grande de papel picado y serpentinas con la que subieron al cuarto piso de uno de los edificios del barrio e hicieron caer su lluvia de papeles de colores por el hueco central de la amplia escalera. Casi fue un trágico presagio de la lluvia de fuego que caería esa noche.
Aunque normalmente se iba a dormir a las ocho, con la excitación de la jornada Lang se quedó despierta hasta tarde en torno de la mesa familiar en esa noche de invierno. Allí los adultos escuchaban en la radio los alertas noticiosos sobre una inminente ofensiva de los aliados. Una nube de bombarderos había despegado por la tarde desde suelo británico.
“La primera alarma sonó a las 21.45. Entonces empezaron a caer desde el cielo los ‘árboles de navidad’, las bengalas de magnesio que iluminaban los objetivos que iban a atacar, y corrimos al sótano de nuestro edificio”, recordó Lang.
Luego comenzó la interminable sucesión de estruendos.
Los blockbusters rompieron tejados, puertas y ventanas y las corrientes huracanadas alimentaron el fuego de las bombas incendiarias que literalmente derritieron la ciudad vieja en pocos minutos. Los restos hallados por los arqueólogos muestran que en algunos lugares las temperaturas alcanzaron los 1000 grados.
“23 minutos que para mi fueron horas”
“Aunque luego supe que la primera oleada duró 23 minutos, para mi fueron horas”, dijo Nora. En la oscuridad del pequeño sótano estaban escondidas las seis familias que vivían en el edificio, iluminadas con velas. Pese al estruendo y los estallidos que sacudían el lugar, la reacción de Lang a sus 13 años no fue gritar ni llorar. “No podía parar de temblar... Una vecina se lo advirtió a mi mamá, pero ella también estaba paralizada”.
Cuando salieron del sótano el cielo estaba rojo y toda la ciudad ardía. Era peligroso caminar por la calle porque de los edificios caían escombros encendidos. En medio del griterío, Lang y su hermano de 5 años se extraviaron de sus padres y de su hermano mayor, de 15 años. Pero en las conversaciones familiares de los meses previos habían acordado que, en caso de bombardeos, debían huir al pequeño campo de los abuelos maternos, en una barriada alejada del centro.
Para la segunda oleada a la 1 de la mañana, toda la ciudad estaba iluminada por el fuego. Uno de los pilotos de los bombarderos, Douglas Hicks, escribió: “Casi prevalecían las condiciones de luz diurna. El cielo estaba iluminado por el horrendo infierno en tierra que ahora era nuestro objetivo”.
En tierra, esta segunda oleada y la tercera del mediodía, sorprendieron a Lang y a su pequeño hermano camino a la propiedad de los abuelos, escapando del fuego y las bombas, y escondiéndose junto a desconocidos en diferentes búnkeres. “La pregunta que más me venía a la cabeza en ese momento era por qué estaban haciendo eso contra nosotros. Esa pregunta me tortura hasta el día de hoy”.
Lang recordó que por la tarde comenzó a ver pasar los primeros camiones con muertos, pilas de cadáveres encimados uno arriba del otro en la parte de atrás de los vehículos.
Al día siguiente, toda la familia se reencontró finalmente, con alguna que otra herida menor, en la propiedad de los abuelos.
Son muchos los historiadores que consideran que el ataque de Dresde fue un crimen de guerra. Entre otros el norteamericano Gregory Stanton, presidente de Genocide Watch. “El Holocausto nazi fue uno de los genocidios más perversos de la historia. Pero el bombardeo de Dresde por parte de los aliados y la destrucción nuclear de Hiroshima y Nagasaki también fueron crímenes de guerra... Todos somos capaces de cometer el mal y debemos ser restringidos por la ley“, escribió.
Matthias Neutzner, fundador de la organización pacifista de Dresde, Memorare Pacem, tiene una visión más equilibrada. “Las acciones del pasado hay que juzgarlas en un contexto histórico”, dijo a LA NACION. “Y los ataques aéreos contra civiles eran una herramienta ampliamente aceptada en aquel momento de la guerra. Por supuesto que el bombardeo de Dresde no fue una acción que pueda ser justificada desde el punto de vista moral. Ahora las víctimas civiles en las guerras se incrementan cada vez más, por lo que habría que buscar la forma de impedirlo”.
Otros expertos sugirieron que el propio Churchill podría haber sido juzgado. El historiador alemán Jörg Friedrich, autor de un libro sobre los bombardeos aliados de ciudades alemanas, llegó a decir que “Churchill fue el mayor asesino de niños de todos los tiempos”.
Sin embargo, “Bomber” Harris, quien incluso cuenta hoy con un memorial en Londres, defendió siempre su decisión, y años después dijo: “Volvería a atacar Dresde nuevamente”.
Como colaboradora de la organización Memorare Pacem, hace algunos años Nora Lang visitó Coventry, de donde partieron los bombarderos británicos. Al final de la charla, se le acercó un anciano, temeroso y conmovido, y le dijo que como piloto de la RAF había formado parte del escuadrón que atacó Dresde. Le tomó las manos y le pidió perdón.
Lang se sintió confundida porque siempre consideró a los civiles y a los soldados solo como una parte de la maquinaria gobernada por los políticos. Su respuesta fue invitar al piloto a hacer suyo uno de los lemas del encuentro: “No more bombings in my name. No more killings in my name” (”No más bombardeos en mi nombre. No más asesinatos en mi nombre”).
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