Creado junto al FMI y el Banco Mundial, suponía un cambio en el comercio alrededor del mundo; la fuerte oposición de Estados Unidos
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En el verano de 1944, cuando un mundo en llamas por la Segunda Guerra Mundial empezaba a vislumbrar la derrota de la Alemania de Adolf Hitler y sus aliados, el pequeño lugar de descanso de Bretton Woods, en New Hampshire, Estados Unidos, se convirtió en el escenario de una cita crucial.
Delegados de 44 países se reunieron durante 22 días con el objetivo de sentar las bases de la economía mundial cuando llegara la ansiada paz. Pasó a la historia como la Conferencia de Bretton Woods y allí se acordó la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el embrión del Banco Mundial, organismos multilaterales que todavía hoy juegan un papel clave en la economía global.
Pero una idea de las ideas más revolucionarias planteadas en la conferencia fue desechada: el bancor, una moneda común para todos los países del mundo que hubiera supuesto un profundo cambio en el comercio y las relaciones entre las naciones.
La muerte antes de nacer del bancor supuso el fin del último freno posible a la hegemonía del dólar estadounidense y permitió que se consolidara como la moneda mundial de referencia. Esta es la historia de la moneda mundial que nunca fue.
Keynes en Bretton Woods
El bancor fue una idea del insigne economista británico John Maynard Keynes, que participó en la conferencia como líder negociador de la delegación de su país. Para entonces, Keynes era ya considerado el gran gurú de la economía mundial por sus conocidos trabajos sobre los desequilibrios económicos que habían llevado a la Gran Depresión de 1929 y a dos guerras mundiales. Su prestigio traspasaba fronteras.
“Keynes quería acabar con los factores que, en su opinión, habían llevado a las dos guerras y los tremendos problemas económicos de la primera mitad del siglo XX, como el desequilibrio comercial entre los países, las guerras comerciales y las guerras monetarias”, explicó en conversación con BBC Mundo James Boughton, experto del Centro para la Innovación en la Gobernanza Internacional (CIGI) de Canadá.
“Hay que tener presente que todos esos hombres que participaron en la conferencia pertenecían a una generación que había vivido siempre en guerra o en depresión, por lo que su gran objetivo era acabar con esos males que habían sacudido al mundo en los últimos cuarenta años”, continúó Boughton.
Keynes tenía muy presente que las sanciones impuestas a Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial y el castigo sufrido por su población habían sido una de las principales razones del descontento que aupó al poder a los nazis, y uno de los incentivos para que Hitler se embarcaran en un agresivo expansionismo militar en Europa junto con su aliado, el líder de la Italia fascista, Benito Mussolini.
También sabía que los desequilibrios en el reparto del comercio mundial, agravados por guerras comerciales, los aranceles y la depreciación competitiva de las divisas, habían dañado la economía mundial y la confianza entre gobiernos y pueblos, por lo que, en palabras de Boughton, “tenía la firme creencia de que la mejor manera de preservar la paz en el mundo era contar con economías fuertes que comerciaran unas con otras”. Ese anhelo chocaba con la realidad de un mundo en guerra. Las hostilidades habían dificultado los intercambios en todas partes, pero no era ese el principal problema, sino la falta de confianza.
En un mundo conmocionado por los combates, con las principales potencias enfrentadas en bloques irreconciliables en una guerra total, y sin organismos supranacionales aceptados por la comunidad internacional, la mayoría de la monedas no eran intercambiables por las de otros países, al contrario de lo que sucede en el mundo actual.
En 2024 uno puede cambiar pesos mexicanos por soles peruanos y estos por euros, libras esterlinas o cualquier otra moneda fiable, pero ese no era el caso en 1944. Keynes aspiraba a un mundo en el que todas las naciones pudieran prosperar y comerciar. Y para eso lo primero que necesitaba era una moneda aceptada y convertible para todos. Así concibió su bancor, una moneda común a todos los países con la que todos podrían comerciar.
Y como toda moneda, el bancor necesitaría un organismo que la respaldase y regulase, en este caso uno al que Keynes llamó Unión Internacional de Compensación (UIC), cuya junta directiva estaría formada por representantes de todos los países y que se complementaría con un nuevo Banco Mundial.
El bancor sería la moneda utilizada en los intercambios entre los países adheridos al sistema y su valor estaría respaldado por una combinación de divisas en poder de los bancos centrales nacionales. Cada país recibiría una cuota anual de bancores proporcional a su participación en el comercio mundial. Si la balanza de pagos de alguno caía en déficit, se le entregarían bancores que la equilibraran; si la de algún otro acumulaba superávit, se le descontarían bancores de su cuota.
Según la visión keynesiana, esto animaría a los países a equilibrar su comercio de bienes y servicios, lo que pondría fin a los aranceles y las guerras comerciales que habían obstaculizado el comercio internacional en la década de 1930.
Keynes quería evitar que los países más fuertes acumularan un excesivo superávit en su balanza comercial mientras los más débiles se veían atrapados en un déficit y una deuda cada vez mayores que impedían su recuperación económica y lastraban el crecimiento global. Para ayudar a estos países en apuros, Keynes concibió el FMI y el bancor. Era una propuesta radical que pretendía reducir las diferencias entre países ricos y pobres y favorecer la prosperidad de todos. Pero su propio creador era consciente de las dificultades de la nueva moneda.
“La propuesta es complicada y novedosa, y quizá utópica en el sentido, no de que sea imposible de llevar a la práctica, sino de que presupone un mayor entendimiento, espíritu de innovación valiente, y de cooperación y confianza internacional del que es razonable asumir”, dijo Keynes.
Gran parte de lo que se dio en llamar el sistema de Bretton Woods, como el FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, que luego se integraría en el Banco Mundial nació de las ideas del economista británico. Pero el bancor nunca pasó de sus cuadernos de notas a la realidad. Alguien muy poderoso y también presente en Bretton Woods se opuso: Estados Unidos.
Por qué Estados Unidos se opuso al bancor
En realidad, pese al tono idealista de sus comentarios, la propuesta de Keynes buscaba también defender los intereses de su país, cuyo liderazgo en el comercio mundial había sido superado por el de unos Estados Unidos cada vez más fuertes y que, al contrario que Inglaterra, no habían sufrido los estragos de la guerra en su propio territorio.
“Si hubiera habido una manera de que los británicos siguieran vendiendo mercancías a los dominios que formaban su imperio usando la libra esterlina, Keynes nunca hubiera propuesto su bancor, pero a esas alturas eso estaba fuera de discusión porque el dólar se había convertido ya en la moneda de referencia internacional”, le dijo a BBC Mundo Ben Steill, autor del libro “La batalla de Bretton Woods”.
Así, mientras soldados de Estados Unidos y Gran Bretaña combatían codo con codo al enemigo común del Eje en los diferentes frentes de la guerra, ambos países entablaron a partir de 1942 una dura negociación acerca del diseño del sistema monetario y la economía mundial que habría de llegar tras la victoria en los campos de batalla.
Fueron dos años de conversaciones previas a la cita de Bretton Woods en los que Keynes se las vio con otro personaje clave en esta historia, el funcionario del Tesoro estadounidense Harry Dexter White. Keynes y White eran, en símil del periodista Tony Barber, “tan distintos como el bourbon y el té de la tarde”.
Si Keynes encajaba en el arquetipo del “gentleman” inglés de la época, procedente de una familia acomodada, graduado en Cambridge y distinguido con el título de barón por la Corona británica; White era el hijo de un ferretero, nacido en Massachusetts en el seno de una familia de inmigrantes judíos llegados de Lituania, y tuvo que interrumpir varias veces sus estudios universitarios para contribuir en el negocio familiar por la temprana muerte de sus padres.
Había llevado a cabo un oscuro trabajo como funcionario hasta convertirse en el principal asesor del secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, quien lo eligió para liderar la delegación estadounidense en Bretton Woods. Las fricciones entre dos personajes tan diferentes como White y Keynes no tardaron en aparecer.
Tras las reuniones iniciales, Keynes llegó a decir de White que “no tenía la menor idea de cómo observar las reglas del intercambio civilizado” y describió el primer borrador que presentó el estadounidense como “la obra de un lunático”. Y, según Steill, White “se ponía literalmente enfermo cada vez que tenía que reunirse con Keynes por temor a ser humillado ante sus colegas”. Pero, pese a las diferencias, Steill sostuvo que ambos “se tenían una admiración a regañadientes el uno por el otro”.
White también quería fomentar el comercio y el crecimiento internacional propiciando un marco económico estable y compartido, pero se opuso al bancor porque la situación e intereses de Estados Unidos eran radicalmente opuestos a los británicos. “Reino Unido era la potencia declinante. Las dos guerras mundiales la habían arruinado, mientras que Estados Unidos era la ascendente”, señaló Boughton.
En el siglo XIX y los comienzos del XX, Gran Bretaña había cimentado su hegemonía mundial en la relaciones comerciales con su vasto imperio y en el prestigio de su moneda, la más usada entonces para los intercambios internacionales. Pero aquel era un mundo aún basado en el patrón-oro, por el que el valor de una moneda dependía de la capacidad del estado emisor de canjearla por oro. Y el esfuerzo bélico en las dos guerras mundiales, así como la dinámica internacional, habían hecho que los británicos agotaran sus reservas de oro aceleradamente.
Todo lo contrario había sucedido con Estados Unidos. “Hacia 1944, EE.UU. concentraba el 60% del oro mundial y el dólar era la única moneda en la que se confiaba en todo el mundo, por lo que se había convertido en la más utilizada”, explicó Steill.
La propuesta de Keynes de crear una moneda mundial alternativa hubiera permitido a Londres conservar al menos parte del control del sistema monetario internacional, que, de otra manera, quedaría totalmente en manos de la Reserva Federal de Estados Unidos. Para los estadounidenses, que la mayoría de los intercambios se realizaran en dólares en ese momento no era un problema, sino una ventaja, debido a que convertía a su industria en el proveedor principal para todo el mundo. Y el objetivo keynesiano de ayudar a los países en apuros a reducir su deuda tampoco era visto como una prioridad en Washington, ya que por aquel entonces era el principal prestamista mundial.
Por todas esas razones, “White respondió a Keynes que la moneda mundial fuerte y fiable que quería crear ya existía; era el dólar, que desde entonces se consolidó como la divisa de referencia”, indicó Boughton.
Los británicos acabaron cediendo porque para reconstruir su economía tras la guerra necesitaban ayudas que solo Estados Unidos estaba en condiciones de aportar. Uno de los representantes británicos en Bretton Woods resumió claramente por qué: “Necesitábamos la plata”. La idea del bancor quedó para siempre archivada en los cajones de la historia. Y la economía mundial se movió desde entonces principalmente en dólares.
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