El avance islamista despierta temores en la era post-Khadafy
Las agrupaciones de inspiración musulmana están mejor organizadas políticamente
TRIPOLI.- En la Libia que emerge tras la caída de Muammar Khadafy, el político más influyente es seguramente Ali Sallabi, que no tiene ningún título formal pero despierta un respeto generalizado como erudito islámico y orador popular que desempeñó un papel fundamental en la conducción del levantamiento masivo. Y el militar más poderoso del momento es Abdel Hakim Belhaj, ex líder de un grupo de línea dura que, según se creía, estaba alineado con Al-Qaeda.
La creciente influencia de los islámicos en Libia plantea difíciles preguntas sobre el carácter que tendrán el gobierno y la sociedad que surgirán para reemplazar a la autocracia del coronel.
Estados Unidos y los nuevos líderes de Libia dicen que los islamistas están manifestando signos de estar comprometidos con el pluralismo democrático. Pero tal como ocurrió en Egipto y en Túnez, después de que la insurrección depusiera a un dictador que había eliminado a los islámicos de línea dura, emergen algunos signos preocupantes sobre el tipo de gobierno que se instaurará.
No se sabe en absoluto en qué punto terminará Libia dentro de un espectro de posibilidades que van desde el modelo turco de pluralismo democrático, pasando por el desorden de Egipto, hasta, en el peor de los casos, la teocracia del Irán chiita o modelos sunnitas tales como el talibán o incluso Al-Qaeda.
Belhaj se ha vuelto tan poderoso últimamente que está procurando deponer a Mahmoud Jibril, un economista educado en Estados Unidos que es primer ministro del gobierno interino, después de que éste criticara indirectamente a los islámicos.
En una entrevista, Sallabi dejó sentado que él y sus seguidores quieren construir un partido político basado en los principios islámicos para intentar acceder al poder por medio de elecciones democráticas.
Muchos libios dicen que no están preocupados. "Los islámicos están organizados, por eso parecen más influyentes que lo que determina su peso real", dijo Usama Endar, un consultor de negocios que se contó entre los tripolitanos ricos que contribuyeron a financiar la revolución. "Cuando se asiente el polvo, sólo ganarán aquellos que atraigan a la mayoría, que no tienen la visión limitada de los fundamentalistas."
Sin embargo, un acto antiislámico convocado anteayer en la Plaza de los Mártires sólo atrajo a unas pocas decenas de manifestantes.
A algunos les preocupa la posibilidad de que los fundamentalistas ya hayan amasado demasiado poder, particularmente en lo referido al apoyo de la sociedad libia. Sallabi desestimó esos temores. "Si la gente elige a una mujer como líder, como presidenta, no tendremos problemas. Las mujeres pueden vestirse como quieran, son libres", sostuvo.
Adel al-Hadi al-Mishrogi, un destacado empresario que empezó a recaudar dinero para los insurgentes desde el primer momento de la revolución, no está convencido de las declaraciones islámicas de lealtad a los principios democráticos. "La mayoría de los libios no son intensamente islámicos, pero los fundamentalistas están mejor organizados, y ése es el problema", dijo. "Nuestras reuniones duran horas sin que lleguemos a ninguna decisión. Las de ellos son disciplinadas y van derecho al punto."
Durante los 42 años de gobierno de Khadafy, organizaciones clandestinas como el Grupo Islámico Combatiente de Libia y la Hermandad Musulmana eran la única oposición. Tenían una red establecida en las mezquitas que los opositores seculares del gobierno no podían igualar; eso les permitió ganar la delantera.
"Como los talibanes"
Fathi Ben Issa, uno de los primeros representantes del consejo de Trípoli, dijo que abandonó su cargo tras enterarse de que miembros de la Hermandad Musulmana en el consejo querían prohibir el teatro, el cine y las artes. "Eran como los talibanes", señaló. "No nos libramos de Khadafy para reemplazarlo con esta gente."
Casi todos los libios se irritan ante la sugerencia de que sus propios líderes islámicos puedan embarcarse en el mismo camino que Irán, donde, tras la caída del Mohammad Reza Pahlevi, el ayatollah Ruhollah Khomeini puso fin a un gobierno liberal de corta vida denunciando que la democracia no era islámica. Sallabi afirmó que esperaba que los libios encontraran un líder con el modelo de George Washington, a quien había estado leyendo últimamente.
Refiriéndose a Sallabi, Ben Issa, que alegó haber recibido amenazas de muerte tras su ruptura con los islámicos, replicó: "El sólo está escondiendo sus intenciones. Les dice una cosa a la BBC y otra a Al-Jazeera. Si usted le cree, es porque no conoce a los Hermanos Musulmanes".
Traducción de Mirta Rosenberg
David Kirkpatrick y R. Nordland
The New York Times