El audaz experimento de una isla del Caribe para mantenerse a salvo durante la pandemia
21 viajeros con un ingreso mínimo de 70.000 dólares desembarcaron en las playas volcánicas de Montserrat, para quedarse por dos meses. ¿El objetivo? Que no se corte la entrada de dinero, pero sí la de Covid-19
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Cada mediodía suena una campana en la isla caribeña de Montserrat, cercana a Puerto Rico. Durante casi dos meses, Krystal Bajkor, una visitante de Carolina del Norte, creyó que era un reloj que marcaba la hora.
“Pensé que era una característica adorable de la pequeña isla”, dijo Bajkor, una exanalista financiera que actualmente escribe un libro para niños.
En junio, su esposo, un consultor, se enteró de que el “reloj” de sonido agradable era una prueba diaria del sistema de alerta volcánica. El volcán Soufriere Hills, que transformó grandes partes de la isla en rocas y cenizas, a fines de los 90, continúa activo y produce una nube de gas caliente que parece flotar sobre su cráter.
El significado de la alarma es una de esas cosas que Bajkor podría haber pasado por alto si fuera una turista cualquiera. Antes de la pandemia, la mayoría de los visitantes que llegaban a Montserrat pasaban el día flotando en el agua, con sus veleros anclados, paseando en ferry o haciendo caminatas.
Pero, ahora, para que un turista pueda poner su pie en las playas de arena negra, debe cumplir con un riguroso protocolo y ganar, al menos, 70.000 dólares al año. Hasta hace poco, incluso, también debía comprometerse con quedarse durante dos meses en la isla.
¿Qué se obtiene a cambio? Acceso casi exclusivo no solo a las playas sino, también, a una realidad alternativa, de un tamaño parecido al de Manhattan, donde el coronavirus parece no existir.
Poco después de que el territorio británico de ultramar detectara sus primeros casos de coronavirus, en marzo de 2020, el gobierno local cerró sus fronteras a los turistas. En abril de 2021, más de un año después, las reabrió cautelosamente con un programa para trabajadores remotos, que requería que los visitantes vacunados y no vacunados se pusieran en cuarentena durante dos semanas y, luego, se sometieran a un test de coronavirus antes de salir a explorar la isla.
Hasta el momento, han participado del programa 21 viajeros de siete familias.
Ciertamente, la isla de Montserrat no es el único lugar que ha diseñado formas creativas de atraer visitantes durante la pandemia. Los países de todo el mundo han elaborado y reformulado una amplia gama de sistemas para tratar de mantener el flujo de dinero, sin poner en peligro la salud de la población local.
Malta, por ejemplo, prohíbe el ingreso de turistas no vacunados de más de 30 países, pero proporciona vouchers de hotel a los visitantes que se consideran seguros. A partir del 19 de septiembre, Israel comenzó a permitir la entrada de turistas, pero solo si están vacunados y viajan en grupos de más de cinco personas.
Numerosas islas del Caribe han intentado atraer a trabajadores remotos con “visas digitales nómadas” que permiten a un visitante quedarse por un año o, incluso, más.
Restricciones del programa
Pero el programa de Montserrat se destaca en el mar de experimentos poco convencionales porque la isla decidió cambiar el plazo estándar de una visa -la cantidad máxima de tiempo que alguien puede quedarse-, requiriendo una visita mínima de dos meses.
También es inusual porque, mientras que otras islas han procurado que sea fácil la visita de los trabajadores remotos, Montserrat parece orgullosa de hacer que sea difícil unirse a su burbuja de 5000 personas, donde pocos usan máscaras o cierran sus puertas.
“Son muy selectivos a la hora de dejar entrar”, dijo David Cort, profesor de sociología en la Universidad de Massachusetts, Amherst, quien pasó tres meses trabajando desde Montserrat con su esposa, una analista de riesgos de viajes, y su hija. “Me dijeron que en realidad rechazaron a gente”.
En lo que respecta a si el programa ha beneficiado a la isla, depende de a quién se le pregunte. Todos están de acuerdo en que muchas cuestiones se ponen en juego.
El principal motor de la economía local es la exportación de arena volcánica, no el turismo. Aún así, Rose Willock, una locutora que perdió su hogar por la erupción del volcán, señaló: “Siempre es un desafío cuando no tenemos suficientes personas que vienen a nuestra isla”. Antes de la pandemia, las empresas locales contaban con la llegada de entre 18.000 y 21.000 turistas al año, según la autoridad de turismo.
Pero más urgente es, por supuesto, el virus. Hasta el 15 de septiembre, 33 personas habían dado positivo en los 18 meses anteriores, según el Ministerio de Salud. En abril de 2020, mucho antes de que se permitiera la visita de los turistas, murió una persona infectada. Dado que solo alrededor del 23% de la población fue completamente vacunada, existe un entendimiento generalizado de que si el virus rebrota en la isla, el sistema médico no podría manejarlo.
Si eso sucediera, podría hacer retroceder a Montserrat por años, una isla en la que dos tercios de la población fue expulsada por la erupción volcánica de los ‘90 y se ha recuperado, pero lentamente.
“No podemos permitirnos que la pandemia supere nuestra situación”, dijo Willock.
Playas sin turistas
La familia de Bajkor fue la primera en participar en el programa. Cinco meses después, todavía están en Montserrat.
“Recuerdo que hacia el comienzo de la pandemia, pensé, hombre, me pregunto si hay lugares en el mundo que no estén lidiando con esta locura”, dijo la Bajkor. En Montserrat, cree haber encontrado un lugar así.
Ha podido respirar sin mascarilla en eventos artísticos y dejar a sus dos hijos en la guardería con poco miedo al virus.
“No hay nada que pueda matarte aquí, excepto el volcán”, concluyó.
Durante las dos primeras semanas del inicio del programa, los visitantes se refugiaron en sus casas alquiladas. No se podía acceder a alquilar un auto hasta no completar la cuarentena, según contó Patrick Bennett, cuya familia lo visitó en mayo y junio. “Ellos te controlan”, dijo. “De vez en cuando escuchas que un auto pasa lento por tu casa”.
Él no se sentía atrapado dado que, junto a su esposa y sus hijos de 7 y 10 años, venían de un apartamento de 110 metros cuadrados en la ciudad de Nueva York. Ahora, de repente, tienen una enorme galería.
El Sr. Bennett dirige un sitio web de viajes llamado Uncommon Caribbean, que hace foco en lugares que están fuera de los circuitos habituales. Incluso para él, vivir una isla sin turistas fue novedoso. Lo que encontró aún más interesante fue el compromiso de los lugareños: ellos eran los únicos que se habían quedado después de que el volcán alejara a miles de personas.
El mínimo de dos meses no pareció excesivo, agregó Bennett. No es hasta el segundo mes cuando “empezás a acostumbrarte a las cosas”.
El Dr. Cort, el profesor de sociología, está de acuerdo en que la estadía mínima es parte del atractivo. Su familia se quedó por tres meses.
“Esta pandemia brinda la oportunidad de conocer a otras personas y lugares de una manera más íntima”, dijo el Dr. Cort, quien normalmente reside en Laurel, Maryland.
Ser los únicos clientes en los restaurantes también tiene sus ventajas. “Hablás con con los propietarios y ellos te cuentan sus historias”, dijo.
Por las noches, la familia caminaba por Little Bay, que se prepara para convertirse en la nueva capital de la isla, desde que el volcán acabó con la original. “Estaría bastante desierto”, dijo Cort.
Pero hay cosas peores que la baja densidad de población durante una pandemia.
Qué opinan los residentes
“No diría que ha sido un gran éxito”, dijo Clover Lea, que dirige Gingerbread Hill, un pequeño hotel. Admitió que su respuesta estuvo sesgada por el hecho de que no ha recibido a ningún trabajador remoto en su hospedaje.
Andrew Myers, dueño de una tienda de buceo, cuestionó por qué solo se convocaban a las personas que ganaban más de 70.000 dólares. Técnicamente, el solicitante principal debe ganar ese monto, pero los miembros de su familia pueden ganar menos.
“No creo que esa fuera la mejor opción”, dijo. Al bajar los estándares financieros, quizás la isla hubiera atraído a más solicitantes. Aún así, señaló que ha “funcionado bien” en tanto “Montserrat se mantuvo a salvo”.
Pero no está claro qué tan seguro. A partir de esta semana, había cinco casos activos de coronavirus en la isla, pero todos correspondientes a personas en cuarentena, según Cherise Aymer, portavoz de la cartera de Turismo.
Más allá de los 21 turistas, trabajadores técnicos y residentes de Montserrat también han ido y venido durante la pandemia, pero el Ministerio de Salud se negó a identificar a quién correspondían los contagios, y si si algún trabajador remoto había dado positivo.
Los residentes parecían complacidos de ver caras nuevas, dijeron los turistas. Pero el Dr. Cort también conoce a habitantes de Montserrat que lamentaron que los miembros de sus familias no pudieran visitarlos desde las islas cercanas, porque se había detenido el servicio de ferry.
Los parámetros de este experimento pronto cambiarán. El 1° de octubre, todos los turistas, si están vacunados, serán bienvenidos en la isla. El programa de trabajadores remotos continuará sin el requisito de vacunación. Y aunque las autoridades no anunciaron el cambio, el territorio también dejó de requerir una estadía mínima de dos meses, dijo Aymer. Eso significa que la isla nunca tendrá que enfrentarse a tomar la decisión de qué hacer si un turista intenta irse antes de que se acabe el tiempo.
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