El ataque a Donald Trump: un disparo que nos recuerda nuestra propia fragilidad
El atentado en el acto de campaña del expresidente de EE.UU. pertenece a ese tipo de episodios en los que súbitamente sentimos que algo puede cambiar
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Era un sábado de vísperas deportivas: aquí se palpitaba la definición de la Copa América, mientras del otro lado del océano se notaba la ansiedad por las finales de la Eurocopa y de Wimbledon. De golpe, esa atmósfera apacible, si se quiere recreativa, se ve interrumpida por los tiros, la sangre y la violencia en el corazón del mundo occidental. Un disparo alcanza al expresidente norteamericano Donald Trump. Y, en pocos minutos, ciudadanos de todo el mundo quedan shockeados frente a sus celulares, sus computadoras o sus televisores mientras confirman, una vez más, que la locura está demasiado cerca y que, en un segundo, puede cambiar el curso de la historia.
El mundo está atravesado por fanatismos de distinto signo; lo sabemos. Ahora mismo, dos guerras simultáneas (una provocada por la invasión de Rusia a Ucrania y otra por la brutal incursión del terrorismo de Hamas en Israel) nos muestran todos los días escenas desgarradoras. Pero hay hechos e imágenes que nos recuerdan con una potencia impactante la fragilidad en la que vivimos. El disparo contra Trump pertenece a ese tipo de episodios en los que súbitamente sentimos que algo puede cambiar. Y que, de una u otra forma, eso nos puede afectar.
El mundo nunca ha sido un lugar seguro, pero los habitantes de este siglo vivimos en un clima de incertidumbre y desasosiego que parece no dar tregua. Desde el atentado a las Torres Gemelas (en 2001), el mundo ha vivido en estado de zozobra. Nuevas formas de violencia acosaron a las potencias occidentales, pero también a países como la Argentina, donde las postrimerías del siglo XX habían visto hechos verdaderamente salvajes, como la voladura de la AMIA (hace exactamente treinta años) o el atentado contra la embajada israelí.
Estados Unidos tiene un penoso historial de magnicidios y crímenes conmocionantes. Nunca ha terminado de cerrar, por supuesto, la inmensa herida que provocó, hace 60 años, el asesinato del presidente John F. Kennedy, seguido después por el de su hermano Robert. Lo de ayer, aunque afortunadamente incomparable y con un saldo aparentemente leve, parece recordar que la historia tiende a repetirse. Y que, lejos de evolucionar y madurar, la humanidad cae una y otra vez en la trampa de su propia locura.
Por supuesto que no pueden compararse hechos de dimensiones y características distintas, ocurridos además en contextos históricos muy diferentes. Pero más allá de las consecuencias concretas, el episodio que conmocionó ayer a Estados Unidos y que tuvo un fuerte impacto global nos recuerda en algún punto nuestra propia vulnerabilidad. ¿Cómo sería hoy el mundo si esa bala que rozó la oreja derecha de Trump hubiera impactado un centímetro más arriba, en el medio de su cabeza? La sola pregunta nos conecta con la incertidumbre, que ha sido, desde la pandemia, quizá el sentimiento más dominante en las sociedades de todo el mundo.
Hay hechos que parecen lejanos, pero que sin embargo pueden afectarnos de manera más o menos directa. ¿Cómo será Trump después de haber sido rozado por una bala? ¿Cómo será Estados Unidos después de haberse asomado otra vez a su pasado trágico? ¿Cómo cambiará la vida en los aeropuertos, los estadios y las ciudades norteamericanas después de este impactante episodio? No son preguntas de política internacional, sino que tienen que ver con nuestra propia vida cotidiana.
Hechos de tanta relevancia política y social pueden tener consecuencias y dejar esquirlas difíciles de detectar con rapidez y a simple vista. Líderes de otros países suelen hacer sus propias y particulares interpretaciones de un hecho como este, y eso puede llevarlos a acomodar sus “relatos” o a exacerbar sus posiciones de acuerdo con el nuevo contexto. Sin ir más lejos, el presidente Javier Milei se apresuró a avalar una primera reacción en la que se vincula el atentado contra Trump con el rol de los medios en distintos países. Algo parecido a lo que había hecho el kirchnerismo cuando la exvicepresidenta sufrió también un atentado fallido. La violencia, aunque sea lejana, siempre puede ser utilizada en el barro de la política local.
Millones de personas se “pegaron” anoche a las noticias no solo por la sorpresa y el estupor que provoca un atentado de esta envergadura, sino porque esa imagen de un Trump ensangrentado nos habla de la fragilidad y la inestabilidad de un mundo cada vez más imprevisible. Nos habla también de democracias cada vez más fragmentadas y astilladas, en un contexto de extrema polarización.
Los miles de argentinos que hoy colmarán el Hard Rock Stadium de Miami para la final de la Copa América con Colombia tendrán, seguramente, un registro de un país más obsesionado por la seguridad en espacios públicos. Será apenas una muestra de que el mundo vive con el corazón en la boca. Anoche, cuando una bala irrumpió en un sábado que parecía apacible, todos recordamos eso: vivimos sin paz y sin certezas. Por eso, anoche nos fuimos a dormir más preocupados.
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