Comenzaron a buscar sonidos para llevar al espacio y ser escuchados por los extraterrestres; sin embargo, se enamoraron en el lugar menos pensado
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A unos 320 millones de kilómetros de distancia hay dos asteroides en órbita perpetua. Giran alrededor del Sol, y sus órbitas son como dos anillos de boda entrelazados. El primero se llama 2709 Sagan, en honor al famoso científico planetario Carl Sagan. El otro es 4970 Druyan, por su esposa y colaboradora Ann Druyan.
La pareja se enamoró mientras trabajaba en un proyecto verdaderamente extraordinario: hacer un disco recopilatorio para extraterrestres, patrocinado por la NASA, que sigue viajando a través del espacio a bordo de dos sondas espaciales robóticas.
En ese disco hay un mensaje especial sobre la experiencia de estar enamorado. Si los extraterrestres alguna vez se apoderan de él y descubren cómo descifrarlo, será el amor de Ann por Carl lo que pasará a la historia como el prototipo.
“No hagas preguntas estúpidas”
De cierta forma, Ann no parecía la persona ideal para el trabajo de elegir los mayores éxitos de la humanidad para la NASA. Fue una buena estudiante en Queens, Nueva York, en los años 50, hija de un trabajador de la confección y una escritora frustrada. Pero un día se desencantó de la educación formal cuando una profesora la humilló.
“Nos estaba hablando de Pi y cuando dijo que el valor de era 3.14, etc. empecé a tener una experiencia casi mística. Me invadió un sentimiento de alegría en expansión. Levanté la mano, muy emocionada, y dije ‘señora Ramírez, ¿está diciendo que la relación del radio con la circunferencia de un círculo es la misma para todos los círculos de todo el Universo?’ Y ella me miró, furiosa, y dijo ‘no hagas preguntas estúpidas’”.
“La alegría del descubrimiento se convirtió en algo vergonzoso. En ese momento perdí el entusiasmo por las matemáticas o ciencias”. Se matriculó en la universidad, pero la dejó y se entregó a la contracultura.
“Nuestros ojos se encontraron”
“Cuando llegaron los años 60 fui tan feliz. Tras las restricciones y la supresión de los años 50, llegó una apertura mágica de todo. Fui a cada manifestación y participé en todo el júbilo de la contracultura”. Salió con el sobrino de Duke Ellington por un tiempo, conoció a la familia y se la pasaba con la “gente elegante”, en reuniones con músicos, como John Lennon, y escritores y cineastas, como Nora Ephron, quien un día la invitó a cenar.
“Recuerdo vívidamente escuchar esa risa fantásticamente libre, atractiva y cautivadora proveniente de este hermoso hombre que estaba acostado en la alfombra de la sala de estar de Nora con las manos entrelazadas detrás de su cuello”.
“Nuestros ojos se encontraron. Y lo que siguió fue una conversación maravillosa sobre el béisbol y León Trotsky, y prácticamente todo bajo el Sol: el comienzo de una relación absolutamente espectacular”. No hubo nada romántico entre Ann y Carl en ese momento ni durante los siguientes tres años.
“Trabajamos juntos en un proyecto y nos dimos cuenta de que estábamos sincronizados y teníamos una hermosa complementariedad y así, para mi alegría eterna, cuando el proyecto discográfico Voyager se hizo realidad, una de las primeras personas a las que Carl recurrió fue a mí... y ¡qué suerte tuve de que lo hiciera!”
“Fue increíble”
El proyecto planeaba enviar un mensaje a los extraterrestres a bordo de las sondas Voyager 1 y Voyager 2. Corría el año 1977. La misión era ir más allá de lo que cualquier nave espacial había ido antes: sobrevolar Júpiter y Saturno, transmitiendo imágenes y datos a la Tierra. Luego a Neptuno y Urano antes de explorar los confines de nuestro Sistema Solar y finalmente el espacio interestelar.
Si los extraterrestres alguna vez se topaban con las sondas, encontrarían un disco con imágenes y sonidos destinados a reflejar a los terrícolas. Carl estaba a cargo y reunió un pequeño equipo, que incluía a su esposa Linda, además de su amiga Ann y su novio Tim. “Fue increíble. Había abandonando la universidad. Tenía 4 o 5 empleos para mantenerme, y escribía mi primera novela”.
“Carl sabía de mi pasión por la música, y también le gustaba mi forma de pensar. Tan pronto como la NASA aprobó el proyecto, me dijo ‘quiero hacer esto contigo’; le dije ‘voy a necesitar un título’, porque, como mujer, estaba acostumbrada a no ser escuchada, interrumpida e invisible. Además sabía que como no tenía ninguna credencial académica, sin un título, sería muy difícil acceder al tipo de material que soñaba con poner en el disco. Dijo ‘puedes ser la directora creativa’. Me quedé atónita. Significaba que podía decir ‘hola. Soy la directora creativa de un proyecto de la NASA para crear un mensaje interestelar’. Aunque algunos pensaban que estaba loca, sonaba muy bien”.
El sonido del mundo
Ann fue la encargada de crear la lista de reproducción del disco de oro de las Voyager. “La idea era acudir a varios etnomusicólogos para que el disco no fuera una producción imperial de la música de Estados Unidos, o sólo música europea. Realmente quería que fuera completamente global y averiguar qué piezas eran consideradas grandiosas en otras culturas en lugar de incluir las pocas de otros países que los estadounidenses y los europeos se dignaban escuchar. “La otra cosa que Carl me pidió que hiciera fue crear un ensayo sonoro: contar la historia de nuestro planeta con los sonidos de la Tierra”.
¿Cuáles sonidos?
“Quise contar la historia en orden cronológico, empezando con los sonidos geológicos de la Tierra -volcanes, terremotos, rayos, vientos, lluvia, mar-. Luego, los sonidos de la vida -cantos de pájaros, elefantes y animales de todo tipo- hasta que empiezas a escuchar los sonidos de los primates. Y en última instancia, la risa de un humano. “Es la de Carl, la misma que escuché por primera vez cuando nos conocimos”.
“Después de eso, la tecnología humana -trenes, código morse, sirenas de barcos- para pasar al sonido de un beso y el rugido de la multitud en un estadio. Además, me conectaron durante una hora a todo tipo de maquinaria que parecía de muy alta tecnología en 1977 para detectar el movimiento ocular, ondas cerebrales, el sonido de mi corazón, mientras yo meditaba sobre la historia de nuestro planeta, y -al final- sobre la gran gloria del amor. Así que, al final, está esa grabación personal de mi meditación, junto con el sonido más distante jamás registrado en ese momento: la frecuencia de un púlsar, una estrella de neutrones que gira rápidamente. Ese sonido del púlsar y el sonido de mis ondas cerebrales son los sonidos más íntimos y los más distantes del disco... y son muy similares”.
¿Y lo malo?
Todo suena maravilloso, pero ¿qué decir de las voces levantadas en la ira o de la guerra, de esos aspectos menos positivos pero igual de humanas? “Ese fue uno de los grandes debates. La pregunta era: ¿contamos toda la historia sobre nosotros? Porque también había 116 imágenes en el disco y nos cuestionamos si debíamos mostrar la nube de hongo, Auschwitz, Camboya, lo que hicieron los belgas en el Congo...”.
“Dimos vueltas y vueltas y al final Carl quiso enviar sólo lo que era hermoso porque esas otras cosas podían ser malinterpretadas: ¿eran una amenaza? ¿un alarde? En su opinión, no se podía comunicar cuán profundamente nos duelen estos terribles crímenes que nuestra especie ha cometido”.
Un honor para privilegiados
Esa es una muestra de cuán grande era la responsabilidad que tenían sobre sus hombros: representar a la humanidad para los extraterrestres. “El presupuesto era de apenas US$18.000, que era para transporte y cosas por el estilo. No se destinó dinero a ninguna de las personas involucradas, porque era un honor participar”. Así que la tarea estuvo en manos de seis personas blancas que podían permitirse el lujo de no ser pagadas durante seis meses, una sección muy privilegiada de la población mundial.
“Estábamos decididos a incluir música, sonidos, pensamientos, saludos, no solo en 59 idiomas humanos, sino hasta en el idioma de las ballenas jorobadas. Para las selecciones estadounidenses de música, por ejemplo, terminamos con sólo tres artistas, y todos eran afroamericanos. Y lo hicimos porque estábamos decididos a no agravar el pecado de la apropiación cultural de una forma de arte que, para EE.UU. y Europa en ese momento, solo era aceptable si se traducía en la obra de artistas blancos”.
¿Cuáles?
“Dark was the night” de Blind Willie Johnson, que era tan infravalorado como artista y ser humano que murió de exposición a los elementos; no podía permitirse el lujo de refugiarse de la lluvia. Incluimos “Melancholy Blues” de Louis Armstrong, una obra maestra. Y “Johnny B. Goode” de Chuck Berry.
“En cada reunión, cada vez que alguien mencionaba a Elvis Presley o alguien así, me ponía de pie y decía ‘Chuck Berry’ porque lo veía no sólo como uno de los grandes novelistas estadounidenses, pues podía crear una novela de tres minutos de duración que tenía toda la profundidad de la narración de un libro entero. Además hay música gamelan javanesa, percusión senegalesa, zampoñas y tambor peruanos, música de los aborígenes de Australia, el canto nocturno de los Indios Navajos, que suena como una canción de grillos...El disco Voyager estaba destinado a audiencias extraterrestres en algún momento de un futuro muy improbable, pero también a una audiencia terrestre, y queríamos decir que apreciábamos las voces de todos. Y creo que eso se sostiene”.
La melodía china
Al final, 27 piezas de música desde Mozart hasta el mariachi fueron incluidas. Y una en particular cambió la vida de Ann. “Fue una experiencia tan emocionante. Ninguno de los miembros del equipo había escuchado nunca una auténtica pieza de música china, y nos avergonzábamos de nuestra ignorancia”.
“Tras buscar mucho cuál incluir, un amigo me recomendó un etnomusicólogo de la Universidad de Columbia”. No dudó ni un momento: “¡Fácil! “Liu Shui” (‘Corrientes de agua’). Es una de las piezas más antiguas de la música china, y trata de nuestra relación con el cosmos”.
“La tocó, y me deslumbró. Volví rápido a mi apartamento en Manhattan y llamé a Carl, que estaba en Arizona dando una charla, y dejé un mensaje con el operador del hotel. Esperé alrededor de una hora, ansiosa de contarle sobre este descubrimiento, y finalmente timbró el teléfono y escuché esta magnífica y hermosa voz decir: ‘Regresé a mi habitación de hotel, y encontré el mensaje de que Annie llamó, y me pregunté: ‘¿por qué no me dejaste este mensaje hace 10 años?’”.
“Fue como si me hubiera caído un rayo. Le dije, nerviosa: ‘¿para siempre?’, y él dijo: ‘¿quieres decir casarnos?’ Recuerda, habíamos sido amigos por tres años, habíamos estado solos muchas veces, y nunca hubo un indicio, ni un guiño, ni una señal de que la relación fuera otra cosa que lo que era.
“Entonces dije ‘sí. Me caso contigo’. Y ambos colgamos el teléfono. Mi corazón latía como si se fuera a salir de mi pecho. Era como el descubrimiento de una verdad científica. Y luego volvió a sonar el teléfono, y entré en pánico porque pensé: ‘entró en razón y se dio cuenta de que ya está casado’. Me dijo ‘solo quiero asegurarme de que realmente sucedió. Nos vamos a casar, ¿cierto?’. Y le dije: ‘sí, nos vamos a casar’. Y eso fue todo”.
El registro de las ondas cerebrales de Ann mientras meditaba sucedió muy poco después de esa declaración de amor y al final, después de pensar en la evolución humana y demás, pensó en la naturaleza del amor.
“Pensé en el amor entre los padres y sus hijos, pero además, uno de los estribillos en mi itinerario mental era: ‘estamos en problemas en este pequeño mundo. Somos un peligro para nosotros mismos y para el resto de la vida con la que compartimos el planeta, pero tenemos algo que potencialmente podría ayudarnos. Tenemos amor. Y comencé a explorar mis propios sentimientos en ese momento, días después de ese magnífico descubrimiento. Esa una de las cosas hermosas que enviamos a las estrellas: pudimos enviar algo de la alegría de estar vivos, y de la mayor alegría, en mi opinión, ese sentimiento de conexión completa con otro ser humano”.
... Y vivieron muy felices...
Pero sus parejas también estaban trabajando en el proyecto y aún quedaban algunas semanas para el final. “No queríamos hacer cosas a escondidas. Además, si nos permitíamos comenzar nuestra relación antes de que se lanzara una de las naves espaciales con el disco, pondríamos en riesgo toda la misión, por lo que ejercimos un enorme autocontrol”.
“Esa llamada telefónica tuvo lugar el 1 de junio y no podíamos estar juntos ni decirle nada a nadie antes del 20 de agosto, el día del primer lanzamiento. Pero a la 1 en punto del 22 de agosto hablamos con nuestras parejas y les dijimos que nos habíamos enamorado locamente. A partir de ese momento nunca nos separamos”.
Ann y Carl se casaron, tuvieron dos hijos y trabajaron juntos durante muchos años. En particular, coescribieron la serie de televisión Cosmos, que se emitió en 1980 y contó la historia de los orígenes de la vida y el Universo. Hasta el día de hoy, se clasifica como una de las series científicas más exitosas de todos los tiempos.
¿Cómo fue trabajar, vivir y criar una familia juntos todo el tiempo? “Era el cielo. En serio. Porque para mí, estar con alguien a quien consideraba una de las personas más inteligentes de su tiempo, y que me tratara con tanto amor y respeto, me dio una confianza que nunca antes había tenido”.
“¿Que si discutimos a veces sobre palabras que estaban en los guiones finales? Sí. Por supuesto. Pero con Carl, si podías articular una buena razón por la que no estabas de acuerdo con él, ganabas, y eso es justicia. ¿Y dejaba calcetines o toallas mojadas en el suelo? Sí... pero esa molestia era tan mínima en comparación con lo demás. Fue gran padre, y un marido genial”.
...Hasta que...
Estuvieron 20 años juntos hasta 1996, cuando Carl murió a los 62 años. “Fue brutal. Todavía recuerdo vívidamente el sentimiento. Lo experimenté como una amputación masiva. Esa es la única forma en que puedo describirlo. Estaba profundamente deprimida y lo que rondaba mi cabeza una y otra vez era: ‘Quiero morir. No quiero vivir más. No puedes. Eres madre. Lidia con eso’, y eso es lo que hice: poner un pie delante de otro”.
“Lo mejor de Carl era que no hay ninguna fantasía que yo pudiera tener que fuera mejor que estar con él, y, de la manera más profunda posible, en todo tipo de situaciones, siempre me dejaba encantada”. Como tributo, Ann revivió su serie Cosmos e hizo otras dos temporadas. Mientras tanto, su disco de oro, el mensaje interestelar de la humanidad, continúa su viaje por el espacio. ¿Alguna vez imagina que un extraterrestre lo encontrará y decodificará?
“Constantemente, y me pregunto ¿disfrutará con Bach, Beethoven, la música china y pensará ‘¡wow, qué vida, qué creatividad, qué genialidad tenía este planeta!?’”.
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