El asesinato de Jovenel Moïse en Haití: un balde de nafta en un país que ya estaba en llamas
El magnicidio suma la última gran crisis a un país marcado por la inestabilidad política, la pobreza y la violencia
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CARACAS.- El magnicidio de Jovenel Moïse ahonda la crisis eterna de Haití, el país prisionero de las tragedias, al que sus vecinos dominicanos han calificado como “la Somalia de América”. El terremoto del 12 de enero de 2010 no sólo provocó más de 300.000 muertos y un millón y medio de desplazados; también destruyó un Estado levantado a duras penas con ayuda internacional tras la dictadura de los Duvalier y sus ´tonton macoutes´, milicianos al servicio personal de Papa Doc y Baby Doc Duvalier.
En la pesadilla de los haitianos se repite desde entonces un sonido implacable, “¡Goudou, goudou!”, el mismo que salió de dentro de la tierra cuando bramó con tal fuerza que se tragó parte de su capital como si se tratase de una bomba atómica de la naturaleza lanzada con crueldad contra el país más pobre del continente. Treinta y cinco segundos interminables que dejaron al país en ruinas y desintegraron los avances alcanzados en el primer país que había logrado independizarse de sus colonos en América Latina, solo por detrás de Estados Unidos en todo el continente. El primero que puso fin a la esclavitud.
Tras el terremoto llegaron los gobiernos de Michel Martelly y de su sucesor, Moïse, quien ganó las elecciones de 2015 pero que no pudo comenzar a gobernar hasta 2017 por las denuncias de fraude y la repetición electoral. Una inestabilidad política que es endémica en Haití desde la caída de la dictadura, con 20 gobiernos en 35 años y con seis primeros ministros en el mandato del presidente asesinado. Cada elección provoca una gran crisis.
Protestas, elecciones y violencia
Reconciliados ahora para salir de la actual, sumado también el exprimer ministro Laurent Lamothe, Moïse apoyaba a Martelly de cara a las elecciones presidenciales del 26 de septiembre, con lo que se pretendía poner fin a la crisis política iniciada en 2018 con las protestas en contra de la suba del precio de la nafta.
Las protestas rebrotaron en 2019, uniéndose a las que se vivían entonces en Ecuador, Chile o Colombia. Protestas de distintos colectivos reprimidas con fiereza por la policía. El presidente acusó a sus enemigos de pagar a los manifestantes y les acusó de terrorismo, mientras los organismos de derechos humanos denunciaba la brutalidad de las fuerzas gubernamentales.
Desde entonces, la presidencia del asesinado Jovenel se convirtió en una imposible carrera de obstáculos. De hecho la oposición y parte de la sociedad civil tachaban de ilegítimo el ejercicio presidencial desde febrero, cuando el Consejo Superior del Poder Judicial decretó el fin del mandato y autoproclamó a uno de sus jueces, Joseph Mecene, sin respaldo internacional. El Parlamento terminó su legislatura el año pasado y tampoco fue renovado.
Golpeado también por la corrupción de PetroCaribe (el organismo puesto en marcha por Hugo Chávez para vender petróleo barato a cambio de apoyo político), Moïse se sintió un cruzado capaz de combatir contra poderes económicos y las mafias locales. Los oligarcas de toda la vida, como decía él, algunos de ellos vinculados a sectores clave como el eléctrico, como tantas veces denunció incluso vaticinando la posibilidad de un magnicidio como finalmente ocurrió.
A golpe de decreto, el mandatario asesinado ha intentado lidiar contra la pobreza, la pandemia y las bandas de delincuentes. “Desde junio asistimos a una increíble aceleración de la violencia”, advirtió Bruno Maes, representante de Unicef en Puerto Príncipe, que calcula que al menos 14.000 personas fueron desplazadas de sus hogares por la ola de terror. Hasta las comisarías son atacadas a balazo limpio.
Pandemia y crisis económica
El miedo a los gangsters de Puerto Príncipe ha provocado que el Covid-19 pase a un segundo plano, pese a la primera oleada que ahora satura hospitales por culpa de las variantes Alfa (Reino Unido) y Gama (Brasil). El gobierno declaró el estado de emergencia, cuando todavía no se ha iniciado la vacunación, luego de que Moïse rechazara las vacunas de AstraZeneca propuestas por el sistema Covax.
La pandemia ha castigado aún más la economía empobrecida de un país que en 2020 cayó en torno al 4% de su Producto Bruto Interno (PBI) y que la ONU sitúa en el puesto 170 de 187 en el índice de desarrollo humano. El Banco Mundial calcula que el 60% de sus 11 millones de habitantes están por debajo del umbral de la pobreza.
A Jovenel Moïse ni siquiera le iba bien con su vecino dominicano, tras desatarse una nueva crisis fronteriza en junio. El gobierno de Luis Abinader calificó como “inaceptable” la construcción de un muro para desviar al agua del río Masacre, que atraviesa los dos países.
Dos siglos después, ninguno de los sueños del libertador Toussaint Louverture se ha cumplido. Precisamente a los pies de su monumento en el Campo de Marte, frente al derruido Palacio Presidencial, miles de personas se juntaron en un campamento gigantesco para comenzar otra vida preñada de obstáculos tras el terremoto. Como si les hubiera caído una maldición tras semejante atrevimiento de sus ancestros, los esclavos negros que culminaron la gesta independentista en 1804. Una maldición que no cesa en Haití.
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