El asalto al Capitolio revela las redes de la ultraderecha global
BERLIN.- Cuando los insurrectos tomaron por asalto el Capitolio, a principios de este mes, los extremistas deultraderecha festejaron de ambos lados del Atlántico. Jürgen Elsässer, editor en jefe de una de las publicaciones de ultraderecha más conocidas de Alemania, siguió las imágenes en vivo desde el sofá de su casa en Berlín.
"Estábamos pegados a la pantalla, como con el fútbol", dice Elsässer.
Cuatro meses antes, Elsässer participó en Berlín de una marcha en la que una fracción de los manifestantes ultraderechistas se desprendió de la columna principal para intentar forzar su ingreso al palacio del Bundestag, el Parlamento alemán. Para Elsässer, las similitudes son evidentes.
"El mero hecho de que hayan logrado ingresar es muy esperanzador, porque significa que hay un plan", dice Elsässer. "Quedó claro que todo formaba parte de algo mucho más grande".
Y así es. Los adeptos de los movimientos racistas de ultraderecha que existen en todo el mundo comparten una causa común: extremistas alemanes que viajan a Estados Unidos para competencias de francotiradores, neonazis norteamericanos que cruzan el Atlántico para visitar a sus cofrades europeos, militantes de distintos países que forjan lazos de unión en campos de entrenamiento en Rusia, Ucrania, Sudáfrica y más allá.
El extremismo de ultraderecha funcionó durante muchos años en los márgenes de la sociedad y en los lugares más recónditos de internet, donde sus partidarios intercambiaban posturas ideológicas y aspiraciones a futuro. Pero los hechos del 6 de enero en el Capitolio norteamericano dejaron al desnudo la violencia que entraña.
En los chats de sus redes online, muchos de ellos rechazaron la revuelta al calificarla de "chapucería de aficionados". Algunos se hicieron eco de las falsedades que emanaban de los canales vinculados con QAnon en Estados Unidos, y que aseguraban que la insurrección fue montada para justificar la represión contra los seguidores de Trump. Pero para muchos otros fue un momento de aprendizaje en vivo y en directo, que les señalaba un camino a seguir: cómo lograr el objetivo de tumbar gobiernos democráticos de manera más concreta y coordinada.
Y esa es una amenaza que Alemania y su aparato de inteligencia se toman muy en serio, a tal punto que mientras se sucedían los hechos de violencia en Estados Unidos, las autoridades de Berlín reforzaron la seguridad del edificio del Bundestag, donde el 29 de agosto habían intentado ingresar por la fuerza los ultraderechistas locales, con las mismas banderas y símbolos que ahora se veían frente al Capitolio norteamericano.
El presidente Biden también ordenó una evaluación profunda de la amenaza que representa el extremismo interno en Estados Unidos.
Ánimo revolucionario
"Los extremistas de ultraderecha, los coronaescépticos y los neonazis están muy inquietos", dice Stephan Kramer, director de inteligencia local de Turingia, un estado oriental de Alemania. "Es un cóctel explosivo de euforia por lo lejos que llegaron los norteamericanos, y de frustración porque no fueron a fondo, hasta desatar una guerra civil o un golpe", señala el funcionario de inteligencia alemán.
Es difícil saber qué tan profundos y estables son los vínculos entre la extrema derecha de uno y otro lado del Atlántico. Pero esa red de vínculos internacionales difusos es una preocupación creciente para las autoridades, y temen que la era Trump y los hechos del 6 de enero hayan envalentonado aún más a los extremistas.
Un reciente informe encargado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania puntualiza que en la última década "ha surgido un nuevo movimiento de ultraderecha violenta y transnacional, sin líderes y de mentalidad apocalíptica".
Quedó claro que todo formaba parte de algo mucho más grande
El informe concluye que a los extremistas los animan las mismas teorías conspirativas y relatos sobre el "genocidio blanco" y "el gran reemplazo" de las poblaciones europeas por inmigrantes. Sus integrantes circulan por los mismos foros online y también se encuentran personalmente en festivales de música de extrema derecha, eventos de artes marciales mixtas y manifestaciones callejeras.
"Los círculos neonazis están bien conectados", dijo Kramer, el funcionario de inteligencia de Turingia. "No hablamos de un like en Facebook: son neonazis que viajan, se conocen y marchan juntos".
Muchos extremistas de derecha de inmediato interpretaron el 6 de enero como una victoria simbólica y una derrota estratégica de la que tienen que aprender.
"Cuando llega la hora de la verdad, cuando se quiere derrocar al régimen, se necesitan un plan y una especie de estado mayor", escribió Elsässer.
Uno de los que se sintieron alentados por la movilización del 6 de enero es Martin Sellner, líder austríaco del Movimiento Identitario, una corriente de ultraderecha europea que predica la no violencia, pero que difunde ideas como la del "gran reemplazo".
Después del asalto al Capitolio, Sellner escribió: "La ira, la presión y el ánimo revolucionario del bando de los patriotas es, en principio, una fuerza positiva".
"Aunque se diluyó en la nada y quedó todo reducido a unos memes y videos virales, sobre la base de ese estado de ánimo se podría planear un abordaje más organizado", escribió Sellner.
Expectativas diferentes
Pero incluso entre los extremistas de derecha hay desacuerdo sobre el valor o la viabilidad de la cooperación internacional. Para muchos de ellos, la idea de un "nacionalismo internacional" es una contradicción en sí misma.
El austríaco Sellner reconoce que "a pesar de ese ánimo en común, y el intercambio de ideas, memes y logos, Europa y Estados Unidos tienen campos políticos muy distintos".
Otros, como el norteamericano Matthew Heimbach, organizador de la violenta protesta de ultraderecha de 2017 en Charlottesville, Virginia, no están de acuerdo.
"Hace décadas que los grupos nacionalistas blancos y los estadounidenses de ultraderecha estamos tratando de que Europa nos conteste las llamadas", dice Heimbach, que pasó varios años trabajando para forjar alianzas con grupos afines en República Checa, Grecia y Alemania.
Por Katrin Bennhold y Michael Schwirtz
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