El asalto a Brasilia: qué puede pasar ahora en Brasil y por qué Lula tiene una oportunidad única
El episodio tuvo semejanzas y diferencias con la toma del Capitolio de EE.UU.
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Este artículo fue publicada originalmente en Americas Quarterly.
NUEVA YORK.- El 8 de enero, miles de partidarios del expresidente Jair Bolsonaro inundaron el centro de Brasilia e invadieron el Congreso, la Corte Suprema y el palacio del Planalto, sede de la presidencia.
Las fuerzas policiales lograron recuperar el control de los edificios públicos tras la decisión del presidente Luiz Inacio Lula da Silva de decretar la intervención federal de la capital para garantizar la seguridad. El Congreso y la Corte Suprema estaban en receso, y el presidente Lula estaba de visita en una ciudad afectada por las recientes lluvias, así que no había funcionarios presentes en ninguno de los edificios de la Plaza de los Tres Poderes. Pero las oficinas quedaron destrozadas, y se registraron robos y daños de objetos y documentos. Según los medios locales, fueron arrestadas más de 1000 personas vinculadas al ataque.
Esta es la opinión de los analistas sobre los episodios registrado en Brasilia.
Brian Winter, editor en jefe de Americas Quarterly
Las similitudes con los hechos del 6 de enero de 2021 en el Congreso de Estados Unidos son evidentes y ya han sido comentadas ampliamente en diversos medios, así que analicemos lo que diferencia a ambos hechos.
Mientras que en los hechos de 2020-2021 los militares norteamericanos permanecieron siempre fieles a la Constitución, las inclinaciones de las fuerzas armadas y la policía de Brasil son mucho más ambiguas. Es cierto que el domingo los militares no respondieron, ni remotamente, al reclamo de los insurrectos, pero siguen sintiendo afinidad por Bolsonaro y su cruzada conservadora, en especial los de menor rango. La posibilidad de una purga, sobre todo si se confirma que miembros de las fuerzas de seguridad colaboraron solapadamente con los insurrectos, podría desestabilizar la política brasilera durante meses.
Así que Lula tiene un delicado desafío por delante. Por un lado, debe dejar en claro que en Brasil prevalecerán la ley y la democracia, y castigar a los culpables. Pero debe hacerlo sin entrar en conflicto con las instituciones ni tildar de golpistas al 49% de brasileros que votaron por Bolsonaro. Creo que Lula tiene buenas chances de éxito en ese acto de malabarismo: en sus palabras del domingo, se lo vio firme pero tranquilo. Pero en las próximas semanas habrá pedidos de juicio contra figuras políticas y reclamos para coartar o regular el discurso político en las redes sociales, por ejemplo.
Pienso que para Bolsonaro todo esto fue desastroso. Debido a su exilio autoimpuesto en Florida y su relativo silencio desde que perdió la elección, ahora la carrera para sucederlo como líder del movimiento conservador en Brasil cobrará más impulso que nunca. Así como los hechos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio aceleraron el ocaso de Trump, ya vemos a importantes figuras de la oposición brasilera que toman distancia del expresidente.
Oliver Stuenkel, profesor de la Fundación Getúlio Vargas
Como son muchos los analistas que vienen advirtiendo desde hace dos años sobre el riesgo de un “6 de enero” brasilero como resultado de un triunfo de Lula, la invasión del Congreso, la Suprema Corte y el palacio presidencial no sorprendió demasiado a nadie. El único elemento tal vez inesperado fue el momento elegido: el ataque no fue entre la elección presidencial y la asunción del nuevo gobierno, sino una semana después de la toma de posesión de Lula.
De todos modos, dada toda la evidencia —incluida la fuerte presencia de bolsonaristas acampando desde noviembre frente al cuartel general de las fuerzas armadas para pedir un golpe de Estado—, el fracaso de la policía para impedir la invasión suscita muchas dudas: ¿Las fuerzas de seguridad de la capital, a cargo de Ibaneis Rocha, gobernador de Brasilia y aliado de Bolsonaro, ignoraron deliberadamente el riesgo, o lo que es peor, apoyaron tácitamente a los vándalos? Rocha fue suspendido de su cargo por 90 días por la Corte Suprema, y se investigará su responsabilidad o su participación en los hechos.
Eso revela una gran diferencia entre el 6 de enero de 2021 en Estados Unidos y el 8 de enero de 2023 en Brasil: mientras que el presidente Joe Biden no tenía motivos de preocupación en cuanto a las tendencias antidemocráticas de las fuerzas armadas y policiales de Estados Unidos, los episodios de Brasilia muestran que Lula tal vez deba priorizar poner freno a los sentimientos autoritarios de parte de su aparato de seguridad. La democracia en Brasil estuvo a un paso del abismo en octubre, y se salvó, pero sigue en el desfiladero. Las consecuencias de la toma por asalto de Brasilia sin duda ocupará gran parte del debate público y del debate interno del flamante gobierno, restándole a Lula el tiempo y la energía que podría dedicarle a los otros numerosos y acuciantes problemas que tiene Brasil, sobre todo en lo económico.
Thomas Traumann, periodista y consultor independiente brasilero
Hay una paradoja en las escenas de terrorismo político que se vieron durante la invasión a las sedes de la presidencia, el Congreso y la Corte Suprema de Brasil. Visualmente, las imágenes mostraban a miles de seguidores del expresidente Jair Bolsonaro desbordando las vallas policiales, vandalizando oficinas, rompiendo vidrios y destruyendo obras de arte. La versión tropical del 6 de enero de 2021 en Estados Unidos fue planeada como una demostración de fuerza de ese 49% de brasileros que no votaron por Lula da Silva en las elecciones de octubre. Sin embargo, los actos terroristas que se sucedieron en Brasilia podrían convertirse en la gran oportunidad de Lula para ampliar su base de poder y arrinconar a Bolsonaro.
La demostración de fuerza de los bolsonaristas que vandalizaron las sedes de los tres poderos estuvo dirigida contra Lula. Las protestas en Brasilia fueron un intento de jaquear la gobernabilidad de Lula, pero en los hechos socavaron la credibilidad de Bolsonaro como líder de la oposición. El domingo, en su primera declaración pública, Lula responsabilizó a Bolsonaro por los hechos vandálicos. “No solo provocó esto, no solo lo estimuló, sino que lo sigue estimulando en las redes sociales. Esto es su responsabilidad, y los partidos que lo apoyan y que apoyan todo esto serán identificados rápidamente y con toda la fuerza”, dijo Lula.
Nadie salió en defensa de Bolsonaro. Las principales figuras políticas que ocupan cargos, incluido Arthur Lira, presidente de la Cámara Baja y aliado de Bolsonaro, condenaron los hechos y respaldaron la decisión de Lula de intervenir el Distrito Federal. Hoy Bolsonaro se volvió contagioso.
Ahora Lula tiene una oportunidad única en la vida de aplastar a la oposición radicalizada y lograr la legitimidad nacional que los bolsonaristas pretenden desafiar. Los opositores moderados, como los gobernadores de San Pablo y Minas Gerais, bajaron el tono de sus críticas para no ser tomados por agitadores. Las agrupaciones de derecha y centroderecha que son democráticas pero se oponen a Lula tal vez ahora se convenzan de moderar su postura. Si Lula sabe aprovechar la oportunidad, puede ampliar su alianza en el Congreso y ganarse esa Luna de Miel que suele concederse a un nuevo gobierno, algo que hace apenas una semana parecía imposible.
Cecilia Tornaghi, editora de Americas Quarterly
Esta fue una crisis anunciada. Durante días, hubo mensajes de WhatsApp, Telegram y posteos en las redes sociales que convocaban para el 8 de enero, llamando a los brasileros de todo el país a movilizarse a Brasilia o a concentrarse en ocho distribuidoras de combustible estratégicamente ubicadas en distintas partes del territorio del país. La consigna era la misma: “Hay que parar el país”. Hasta el momento, bloquear al distribución de combustible en el resto del país no parece haber surtido efecto. Pero lo que pasó en Brasilia es algo muy diferente…
Yo misma recibí la invitación hace unos días, un mensaje reenviado de WhatsApp que decía: “Sumate a un paseo gratis a Brasilia este fin de semana”. Y no era una mensaje secreto compartido por una fuente periodística. Todo el mundo estaba al tanto, y de hecho a Brasilia ese día llegaron 100 micros llenos de manifestantes que se sumaron a los que acampan frente al cuartel general de las fuerzas armadas desde el 30 de octubre.
Los informes que llegaban durante los incidente, sin embargo, mostraban que las fuerzas de seguridad no estaban preparadas en absoluto. Los recién llegados tenían intenciones de invadir edificios públicos y no tuvieron que enfrentar resistencia policial. De hecho, muchos videos muestran justamente lo contrario: policías charlando con los “manifestantes”, o comprándole tranquilamente una bebida a una vendedor callejero, mientras los edificios de los tres poderes democráticos de Brasil era arrasados.
¿Quién tuvo la culpa? Por supuesto que el jefe de seguridad de la ciudad era el primero en la línea de responsabilidades, y oh casualidad, resulta que había sido ministro de Justicia de Bolsonaro. Ese mismo funcionario, que fue removido de su cargo mientras el Congreso, la Suprema Corte y el palacio presidencial estaban sumidos en el caos, curiosamente estaba de vacaciones en Florida. Pero el problema es más profundo y tiene otros alcances. Los integrantes de las fuerzas de seguridad han sido firmes partidarios de Bolsonaro, y también son presa fácil de quienes buscan convencer a los seguidores del expresidente de la estrafalaria idea de salvar la democracia con un golpe de Estado.
El nudo es muy difícil de desatar…
Traducción de Jaime Arrambide
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