El arrepentimiento no basta: debe dar un paso al frente
Un sueño de los católicos irlandeses era no morirse "sin antes haber visto al papa". Lo vieron la última vez hace 39 años. Fue con la visita de Juan Pablo II. Ahora, Francisco volvió al país donde ser católico ha sido siempre más que una fe, debido a la guerra de religión que lo ensangrentó y dividió.
En septiembre de 1979 acompañé al papa Karol Wojtyla a aquel viaje a Irlanda como enviado. El tema entonces, escribí, era "La guerra del Ulster como tema de fondo". Casi 40 años después, Francisco llegó a Irlanda con otro escenario y otra violencia: la perpetrada por miembros del clero de aquel país contra menores inocentes.
El tema de la pederastia en la Iglesia, que el Papa abordó ayer en Dublín con un grupo de ocho víctimas, tomó dimensiones mayores luego del informe de la Corte Suprema de Pensilvania, en Estados Unidos, que denunció 300 casos de "sacerdotes depredadores" sexuales que desde 1940 abusaron de más de 1000 menores bajo la connivencia de la jerarquía.
El tema oficial del viaje de Francisco es el del Encuentro Mundial de Familias. Tiene lugar con ese motivo un congreso teológico pastoral, titulado "El Evangelio de la familia, alegría para el mundo". Francisco, como sus antecesores, exaltó las virtudes de la familia, y también reconoció "las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente".
Francisco agotó todos los sustantivos para denunciar esos delitos de la Iglesia contra los menores, por los que siente, dijo, "vergüenza y arrepentimiento". ¿Bastará eso? ¿No podría dar un paso más para anunciar su propósito de acabar, por ejemplo, con el celibato obligatorio del clero, seguramente una de las causas, aunque no la única, de esa multiplicación de los abusos contra los menores?
El celibato no es ningún dogma de fe. Lo saben muy bien los teólogos. Todos los apóstoles y primeros obispos estuvieron casados. Quizás hasta Jesús. El celibato obligatorio es algo que no tiene sentido ya en una sociedad moderna donde, si acaso, lo que está en crisis es el modelo tradicional de familia. Hoy los sacerdotes casados podrían dar ejemplo de familias que, como reza el título de ese congreso teológico, sean "alegría para el mundo".
Límites
La Iglesia ha tocado todos los límites en el abuso de sus representantes célibes contra los menores. No bastan ya palabras de arrepentimiento y vergüenza por parte del Papa. Necesita dar un paso adelante.
Cuando en 1979 Juan Pablo II fue a la Irlanda en guerra, se quedó en la frontera de la Irlanda del Norte sin atravesarla. Todo un símbolo. Fue acusado de "pedir resignación sobre la violencia". Entonces era la violencia de la guerra entre hermanos.
Hoy no basta la condena abstracta de la pederastia por parte del Papa. Francisco podría recordar en Irlanda el pasaje de los tres Evangelios sinópticos (Mateos, Marcos y Lucas), en los que el pacífico Jesús pidió hasta la pena de muerte para quien hiciera daño a un pequeño: "Más le valdría que le colocaran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al mar".
Hoy son otros tiempos. Bastaría con que los causantes del dolor de esas familias encontraran un castigo justo, con que la Iglesia dejara de mirar para otro lado.