El aparato represivo de Pekín no encuentra la respuesta adecuada
El Partido Comunista chino tiene amplia experiencia en sofocar disturbios. Para lograrlo, ha recurrido durante años a una hábil mezcla de censura, arrestos, uso de la fuerza armada, y cada vez más al dinero, para reprimir o acallar las demandas de un cambio político.
Pero a la hora de enfrentar las crecientes protestas callejeras que presionan por más democracia en el territorio de Hong Kong, resulta notable que la caja de herramientas del presidente chino, Xi Jinping, parece carecer de los instrumentos que podrían conducir a una solución a largo plazo y aceptable para todos los involucrados.
Hong Kong ya es un enclave maduro y próspero, que ha crecido relativamente inmune a las lisonjas de mutua prosperidad que ayudaron a mantener estable el territorio durante los 16 años que lleva bajo gobierno chino. Y como es una ex colonia británica con sus propias leyes y tradiciones de libertad, la represión brutal de esas protestas mayormente pacíficas seguramente tendría un efecto rebote, en especial a los ojos de la comunidad internacional.
"En China continental, mientras se tenga el control de las calles con soldados y armas, uno puede sofocar las protestas, porque todo lo demás ya está controlado: los medios, Internet, las escuelas, cada barrio y cada comunidad", dijo Xiao Shu, escritor de China continental y académico residente de la Universidad Nacional de Chengchi, en Taiwán. "En Hong Kong, las calles no son el único campo de batalla, a diferencia de lo que ocurre en el continente."
Desde que los manifestantes desafiaron la represión policial y ocuparon vastas áreas del distrito financiero de la ciudad, el lunes pasado, las protestas marcaron un punto de no retorno épico que el presidente Xi tiene muy pocas maneras evidentes de desactivar.
Hong Kong está bajo la soberanía de Pekín desde hace suficiente tiempo como para que la más modesta concesión sea interpretada del otro lado de la frontera como una señal de que las protestas masivas obtienen resultados, una muestra de debilidad que Xi parece decidido a evitar. Además, es improbable que con concesiones modestas se aplaquen los ánimos de los muchos habitantes de Hong Kong que se han volcado a las calles. Sin embargo, cualquier intento de desalojar a los manifestantes por la fuerza generaría inevitables comparaciones con la matanza de los manifestantes prodemocráticos en Pekín en 1989.
El futuro de Hong Kong, por lo tanto, tal vez descanse sobre todo en la influencia, la habilidad y la visión de Xi para imaginar una solución que logre estabilizar el territorio sin que se disparen llamados similares en lugares más cercanos a Pekín.
"No tienen una estrategia para desactivar el conflicto pacíficamente, porque para eso sería necesario negociar, y no creo que el presidente Xi lo permita. Y si cede, mostrará debilidad, algo que claramente detesta", dijo Larry Diamond, miembro de la Hoover Institution de la Universidad Stanford, que estudia el desarrollo de las democracias.
Hasta el momento, el historial de Xi -los rasgos distintivos de su gobierno han sido una inflexible oposición a la liberalización política y a las protestas públicas- sugiere que es un político que aborrece hacer concesiones. Xi se ha configurado a sí mismo como un caudillo que China no veía desde los tiempos de Deng Xiaoping y Mao. De hecho, ese estilo caudillista tal vez haya contribuido a generar esta crisis.
Los manifestantes reclaman la elección libre del máximo funcionario de Hong Kong, que lleva el título de jefe ejecutivo. China ha acordado permitir que ese cargo sea electivo por voto popular a partir de 2017.
Pero el mes pasado, la legislatura "escribanía" de China rechazó cualquier cambio en las reglas electorales que abriría la puerta a candidatos no vetados por un comité que sea confiablemente pro-Pekín.
"Si hubiese negociado desde una posición de fortaleza, y hubiese seguido una estrategia de lograr «progreso gradual y ordenado» hacia una democracia en Hong Kong, por más que fuese con un cronograma más paulatino que el esperado por los demócratas, Xi podría haber prevenido esta tormenta", dice Diamond. En cambio, las señales indican que Pekín sólo endurecería su posición.
Xi tiene otro motivo para no dar el brazo a torcer con los manifestantes, según Deng Yuwen, ex editor del Study Times, un diario del Partido: cualquier concesión significativa alentaría marchas alrededor de otras demandas en China continental.
De todos modos, si Xi se decide, tiene margen para hacer concesiones. Una de ellas sería reemplazar a Leung, un personaje detestado por los prodemocráticos. Su salida es un reclamo generalizado entre los manifestantes.
Esa movida tal vez sería suficiente para calmar los ánimos de los manifestantes, aunque difícilmente satisfaga sus demandas. Si Leung fuese desplazado, es casi seguro que Pekín instalaría alguien igualmente anuente con el Partido e igualmente ilegítimo a los ojos de muchos residentes de Hong Kong.
También podría haber mecanismos para que Pekín conceda a los votantes de Hong Kong más participación en la elección de los miembros del comité electoral, que, según se ha dicho, elegirá a dos o tres candidatos para el puesto de jefe ejecutivo. Eso podría hacerse sin que Pekín ceda verdaderamente el control, pero como sería visto como una concesión, es probable que sea más de lo que Xi está dispuesto a tragar.
Traducción de Jaime Arrambide