El agente preferido de Hitler que liberó a Mussolini y terminó trabajando para su enemigo
Otto Skorzeny fue el elegido del Führer para realizar operaciones especiales y llegó a ser coronel de las Waffen-SS; participó en la ruta de escape criminales nazis a la Argentina y fue contratado por el Mossad
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La cicatriz que le había valido el apodo de «cara cortada» le daba un aspecto de veterano de guerra que el joven Otto Skorzeny no tenía en la práctica, aquella primavera europea de 1940, cuando las tropas nazis invadieron Francia y él era un ingeniero austríaco que hacía su debut como oficial de reserva de las Waffen SS.
Mientras se desempeñaba como encargado de los vehículos de la división Das Reich que ocupó Burdeos, a su primera víctima la mató de tres disparos: el muerto no fue un soldado enemigo sino un tigre que había escapado del circo, aturdido por los estruendos de la invasión. Terminó en el mostrador de un carnicero.
“Me avergoncé de darle muerte, pero mi hazaña tuvo recompensa”, contó más tarde Skorzeny, cuando el matarife le devolvió la piel al cazador y le regaló además una docena de chorizos elaborados con la carne del tigre.
Así comenzó la Segunda Guerra Mundial para Skorzeny, el comando preferido de Adolf Hitler y “el hombre más peligroso de Europa”, fama que se ganó después de haber liberado a Benito Mussolini de su confinamiento en una de las montañas más altas de Italia, il Gran Sasso.
Su performance táctica batió un récord y fue objeto de estudio en las academias militares: tomó el dominio del hotel y del prisionero en un punto inaccesible, en solo tres minutos y sin disparar un solo tiro.
Tras el final de la guerra, el primer tribunal que lo juzgó no lo halló culpable de crimen alguno, y cuando un segundo juicio estuvo por incriminarlo se fugó como el comando de operaciones especiales que era.
Deambuló por la Europa de posguerra, se radicó en España y viajó a Sudamérica con relativa libertad, operando en la ruta de escape de los criminales nazis hacia la Argentina, como Adolf Eichmann, a través de la red Odessa (Organización de Antiguos Miembros de la Schutzstaffel-SS).
Durante sus visitas al país, frecuentes a partir de 1949, trabó amistad con el presidente Juan Domingo Perón, con quien compartía su pasión por la esgrima, e intentó acercarse, también, a la primera dama, Eva Duarte, luego de haber evitado un atentado en su contra.
Otto Skorzeny: «Vive peligrosamente»
La vida de película de Otto Skorzeny ha quedado plasmada en varios libros, incluidos los dos tomos que componen sus memorias, Vive peligrosamente y Luchamos y perdimos, un relato sobre el ascenso meritocrático de un ingeniero civil sin experiencia militar dentro de las SS.
En ellas Skorzeny no hace una sola mención a la cuestión judía o a los campos de exterminio que se cobraron la vida de más de seis millones de personas, y sólo se refiere a las leyes raciales de 1935 cuando dos oficiales SS fueron sancionados con arresto por frecuentar a una prostituta “mulata” en un burdel de Francia.
Publicadas en 1962, año en el que selló su pacto con los servicios secretos israelíes, Skorzeny narra al detalle su participación en la guerra, su paso por Holanda, Rusia y Francia, donde debutó guiando a su sección con ayuda de las guías turísticas Michelin. “Comprobamos que eran perfectas”, dijo una vez. “Los detalles más insignificantes figuraban en ellas”.
Para agosto de 1943, cuando se reunió por primera vez con Adolf Hitler y Heinrich Himmler con el fin de liberar a Mussolini, el recién ascendido capitán de 35 años ya era todo un veterano con probadas muestras de sagacidad en el campo de batalla.
En los Balcanes logró rendir a una compañía de soldados serbios con solo veinte hombres, lo que le valió su primer ascenso y su primera Cruz de Hierro, y en Rusia se perfeccionó en el arte de reglar las batidas de artillería en el campo enemigo, entre el amor por las campesinas ucranianas y el respeto que le inspiraban los soldados rusos “que peleaban hasta el último hombre”.
Antes de viajar a Roma para planificar el rescate del Duce, Skorzeny redactó, por primera vez en cuatro años de guerra, su primer testamento. Sabía que era una misión imposible, casi suicida, pero estaba dispuesto a concretarla porque, sea cual fuera el resultado, se haría famoso en todo el mundo.
Las cartas de la guerra estaban echadas en 1943: el fracaso de la invasión alemana a Rusia era un hecho; en mayo habían caído los Afrika-Korps, en julio Sicilia fue tomada por los aliados luego de cruentos bombardeos y Mussolini estaba arrestado en Roma luego de una reunión con el rey Víctor Manuel III.
Cuando asistió al cuartel general en Berlín, Hitler le había aclarado, antes de desearle la mejor de las suertes, que se vería “obligado a afirmar que era un loco que había actuado por su propia cuenta” si la operación no resultaba de acuerdo a lo planificado.
Asentado en la parte de Italia ocupada por los nazis, Skorzeny y su comando de 150 hombres montaron un aparato de inteligencia paralelo al Ejército Alemán y lograron detectar que el gobierno de transición del presidente Pietro Badoglio había ocultado al Duce al pie de la cumbre del Gran Sasso, en la cordillera de los abruzos.
Sus mandos dudaron del dato. Los aliados difundían noticias falsas con frecuencia sobre el paradero del creador del Partido Nacional Fascista, diciendo que había sido trasladado en barco desde el puerto de Génova hacia el África.
El 12 de septiembre de 1943, 12 planeadores con nueve comandos armados con pistolas, granadas y dos ametralladoras por equipo fueron remolcados por aviones y desenganchados a 3500 metros de altura sobre los montes abruzos.
Sólo ocho naves llegaron a destino, dos no lograron despegar y otras dos se estrellaron entre las cumbres. El planeador de Skorzeny fue el primero en aterrizar a solo 15 metros del hotel donde se encontraba Mussolini.
Al grito de “mani in alto” los alemanes se apoderaron del hotel y Skorzeny llegó hasta la habitación del Duce sin que los soldados italianos que lo custodiaban presentaran resistencia. No los había desarticulado la superioridad numérica del enemigo sino la sorpresa del ataque, realizado a la hora de la siesta y con la presencia de un general de policía italiano, Fernando Soleti, quien convenció a los centinelas de que lo mejor eran rendirse.
Ese mismo día Skorzeny llevó a Mussolini a entrevistarse con Hitler y la plana mayor del III Reich. Allí recibió la Cruz de Caballero, la máxima condecoración alemana, además de un ascenso a Sturmbannführer, comandante de campo SS. La operación «Roble» había sido una “gran audacia militar”, dijo el primer ministro británico Winston Churchill.
Más tarde participó de otras operaciones célebres, como el intento de asesinato del líder trotskista yugoslavo José Broz Tito; el asalto al regente de Hungría, Miklós Horthy, o la infiltración de las líneas enemigas vestido con uniforme estadounidense, pero ninguna igualó al peligroso rescate del duce fascista en las altas cumbres italianas.
Perón y el benefactor Skorzeny
Amante del coñac y del buen tabaco, en mayo de 1945 Skorzeny se rindió ante los norteamericanos; estuvo preso en el campo de desnazificación de Darmstadt, de donde se escapó en julio de 1948, antes de enfrentar un nuevo juicio.
A pesar de no contar con los papeles que avalaran su emigración, pudo asentarse en España y viajó varias veces a la Argentina donde, de acuerdo con la investigación del periodista irlandés Kim Bielenberg, conoció al presidente Perón, se convirtió en su asesor militar y fue guardaespaldas de Evita.
Tiempo después se conoció que Skorzeny, a través de su esposa, igual que muchos jerarcas nazis, había girado dinero hacia la Argentina mucho antes del final de la guerra.
De acuerdo con La auténtica Odessa. Fuga nazi a la Argentina, escrito por Uki Goñi, el comando austríaco se destacó como agente «estrella» de la División de Inteligencia Exterior del SD, a la que pertenecía Horst Alberto Carlos Fuldner, el espía y militar argentino-alemán que en 1947 integró el primer gobierno Justicialista como funcionario del Departamento de Migraciones.
“Los rumores de que Evita se había reunido en Madrid con el coronel de las SS Otto Skorzeny y en Roma con el sacerdote croata y salvador de nazis Krunoslav Draganovic resultan difíciles de confirmar. Pero ciertamente la esposa de Perón se reunió con el general Franco y con el papa Pío XII, y su sola presencia en Europa probablemente envió un mensaje tranquilizador a los nazis fugitivos diciéndoles que la ayuda estaba en camino”, cuenta Goñi.
El autor señala además al agente preferido de Hitler como benefactor de la fuga y posterior estadía en la Argentina de Adolf Eichmann, el jerarca que instrumentó la “solución final” o el genocidio judío en el campo de concentración de Auschwitz.
Y agrega: “Dice la leyenda que finalmente Skorzeny logró seducir a Evita. Ciertamente la pareja presidencial estaba encantada de tenerle cerca y de escuchar las hazañas bélicas de aquel héroe con cicatrices en el rostro”.
El extraño caso del nazi que se convirtió en un sicario israelí
Skorzeny vivió tranquilamente en España junto a su joven esposa Ilse Lüthje, sobrina del ministro de finanzas durante los primeros años del Tercer Reich y presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht.
En esos tiempos, durante una noche de copas en un bar de Madrid, una pareja de espías del servicio secreto israelí Mossad contactó al coronel SS para hacerle una propuesta que no rechazaría.
De acuerdo con una investigación publicada en el diario israelí Haaretz por los periodistas Dan Raviv y Yossi Melman, Skorzeny comenzó a colaborar con los servicios secretos israelíes en la época en que el mandatario egipcio Gamal Abdel Nasser Hussein había contratado a científicos alemanes para desarrollar armas y bombardear Israel.
Cuando los espías israelíes le ofrecieron dinero a Skorzeny a cambio de matar al científico alemán que colaboraba con el programa de armas de Nasser, cara cortada rechazó el pago: “Dinero no me falta”. Lo único que necesitaba era “que Simón Wiesenthal elimine mi nombre de su lista”.
Se refería al famoso cazador de nazis que lo había incluido en sus archivos como a un criminal de guerra, “y yo no soy ningún criminal de guerra”, dijo Skorzeny. “Nosotros nos encargaremos de eso”, dijeron los espías.
Según Haaretz, el Mossad intentó persuadir a Wiesenthal para que eliminara al comando de su lista de nazis fugitivos, pero este se negó: “El Mossad, con el típico descaro, falsificó una carta, supuestamente dirigida a Skorzeny desde Wiesenthal, declarando que su nombre había sido limpiado”. Todo había quedado listo para dar comienzo a la Operación Damocles.
El 11 de septiembre de 1962 el científico alemán Heinz Krug salió de su casa hacia la oficina y ya no regresó. Había trabajado en el programa de cohetes nazi y luego había vendido todos sus conocimientos a Egipto. Su cuerpo jamás fue hallado.
Desde entonces Skorzeny vivió sin sobresaltos, sin que ningún Estado pidiera su extradición a España y sin que el Mossad lo secuestrara, como había hecho con otros nazis célebres.
Murió en Madrid, en julio de 1975.
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