El adiós a Merkel: un legado de estabilidad para una Alemania que tiene mucho por hacer
Tras las elecciones de hoy que definirán a su sucesor, la canciller le pondrá fin a 16 años en el poder; liderazgo en tiempos de crisis, el debate migratorio y las divisiones este-oeste, ejes del país que deja
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BERLÍN.- Su partida definitiva dependerá del tiempo que lleven las negociaciones que empezarán después de conocidos los resultados de las elecciones generales de hoy. Pero los alemanes ya la extrañan. Más de siete de cada diez –y en particular los jóvenes– se declaran satisfechos con su trabajo. Su nivel de popularidad provoca la envidia de los dirigentes extranjeros y va más allá de las fronteras alemanas: si pudieran elegir a un presidente de la Unión Europea (UE), más del 40% de los ciudadanos del bloque votaría por Angela Merkel. Pero después de 16 años de ejercicio del poder, la canciller deja un país en el que hay mucho por hacer.
Aunque durante los primeros diez años de su gobierno estuvo lejos de preocuparse por ellos, Merkel entrará con seguridad en la historia como la canciller de los refugiados.
Su actitud cambió en septiembre de 2015, cuando –acuciada por la falta de mano de obra y el peso que un crecimiento demográfico negativo hace pesar sobre el futuro social y económico alemán– decidió abrir las puertas de su país a más de un millón de solicitantes de asilo procedentes de Siria y de los Balcanes. Seis años después, a pesar de los obstáculos, Alemania parece haber absorbido con éxito la ola migratoria.
En vísperas de elecciones y bajo un cielo de plomo en la capital alemana, un puñado de extranjeros espera en silencio para penetrar en los locales del centro de ayuda social de Moabit, un barrio desfavorecido de Berlín. La atención se limita a 15 minutos por persona o familia, el tiempo de recibir un consejo, beber un café o intercambiar algunas palabras de aliento. “El rescate en alta mar no es un crimen”, afirma una banderola colgada en la entrada.
“Progresivamente nos profesionalizamos. Comenzamos con los refugiados, pero ayudamos también a todo tipo de gente que lo necesita”, explica Diana Hennings, directora de esa asociación independiente fundada en 2013, cuya familia murió en el Holocausto.
Como la asociación Moabit Hilfe, gran parte de la sociedad alemana acompañó la política de recepción de inmigrantes inaugurada por Merkel hace seis años, imponiendo la imagen de un país generoso.
La frase “Wir schaffen das” (lo lograremos) que pronunció entonces, podría definir sus cuatro mandatos. Esa divisa se volvió igual de emblemática que su decisión de abandonar la industria nuclear después de la catástrofe de Fukushima, en Japón. En 2018 acordó 544.000 permisos de residencia (dos veces más que en Francia). El año pasado volvió a ser el país europeo que más asilos otorgó (116.3225). Los cursos de alemán dispensados en las escuelas públicas están repletos y los alcaldes de la CDU, el partido de la canciller, se declaran dispuestos a seguir recibiéndolos en sus comunas durante los próximos 15 años.
Pero la euforia del comienzo desapareció. Muchos señalan la “enorme inocencia” de los responsables –en particular industriales– en 2015, que predecían un “milagro económico” gracias a la masiva llegada de inmigrantes.
“Subestimamos el trabajo inmenso que significa integrar a más de un millón de personas”, admiten hoy. Porque todo lleva su tiempo.
“Hace cinco años que llegué y aún no tengo papeles, lo cual me impide asistir a un curso de alemán u obtener un trabajo”, confirma Ahmad, un refugiado iraquí de 27 años que entró en Alemania en octubre de 2015 y vive con una ayuda pública mensual de 400 euros.
El flujo de migrantes tuvo además otro efecto negativo: dopó los resultados electorales del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), un fenómeno particularmente visible en la ex Alemania del Este.
En Chemnitz, donde la imagen de las mujeres veladas ya forma parte del paisaje, la extrema derecha obtiene cerca de un cuarto de los votos.
“Con su política solitaria de la inmigración, Alemania se aisló en Europa”, denuncia el líder de la AfD, Jorg Meuthens.
Aun cuando la violencia de los primeros tiempos contra alojamientos de refugiados y agresiones racistas hayan cesado, y si bien los Verdes y los socialdemócratas apoyan a Merkel, la realidad de una sociedad dividida se impone cada vez más en la opinión pública.
“Fue un error aceptar en forma masiva a toda esa gente. Yo intenté dar trabajo a muchos de esos jóvenes, pero la barrera del idioma y las diferencias culturales suelen ser imposibles de superar”, reconoce Hans Schmith, gerente de la cervecería Erdinger, en el corazón del elegante barrio Mitte-Berlin.
Tercera fuerza política del país, aunque en franco retroceso en los sondeos, AfD no consiguió sin embargo capitalizar la crisis sanitaria para avanzar. El papel asumido por el partido liberal Protest-Partei (Partido de Protesta) explica en parte ese estancamiento. Pero son sobre todo sus divisiones internas y su radicalización que lo desacreditan como potencial partido de gobierno.
Es verdad, después de 30 años de reunificación, la fractura entre alemanes del Este y del Oeste aún existe. Pero cada vez se reduce más. La pandemia del Covid-19 afectó al conjunto del país y, ahora, el debilitamiento económico y demográfico de ciertas zonas del oeste tiende a convertir en obsoleta esa antigua división. Ciertas regiones de la ex Alemania del Este manifiestan un dinamismo original, aportado por la nueva generación, que dejó de considerarse “víctima” de la reunificación, y por la voluntad del gobierno federal de usar la política industrial verde para acelerar el desarrollo económico de los “nuevos Lander”.
Aspecto de geek ultraconectado, pelo revuelto y anteojos verdes sobre la nariz, el pelirrojo Mathias Lang se declara “hipersatisfecho” de su situación. Desde hace un año, es el presidente fundador de Hop-Hop, una empresa digital destinada a brindar servicios a domicilio.
“A los 27 años, gracias a las medidas decididas por el gobierno federal, pude instalar mi startup fuera de la ciudad, evitando costos exuberantes. De lo contrario, nunca hubiera podido hacerlo”, confiesa, mientras se prepara para participar hoy en la tradicional maratón de Berlín.
En 2018, el gobierno de Merkel –alertado por la crisis francesa de los “chalecos amarillos”– creó una comisión cuyo objetivo es absorber la diferencia de desarrollo económico entre espacios urbanos y rurales, y que beneficia sensiblemente a jóvenes emprendedores como Lang.
Industria
Es verdad que esa diferencia existe, aunque se ve atenuada por la presencia de una industria en zonas rurales, compuesta de pequeñas y medianas empresas familiares particularmente eficaces: la Mittelstand. Ese sector, que contribuye tradicionalmente al éxito económico del país y la estructuración de su territorio, aborda las elecciones con inquietud.
“La incertidumbre es enorme. Al término de su último mandato, el gobierno de Merkel dio la sensación de estar paralizado y reclamamos cambios. Ahora, el hecho de no saber quién podrá dirigir los destinos del país es una preocupación mayor”, reconoce Lang.
A nivel nacional, Merkel dejará por último un gran debate: la repartición de la riqueza, que podría traducirse en una reintroducción del impuesto a las grandes fortunas después de las elecciones. Los 16 años de prosperidad que beneficiaron al conjunto de la sociedad, y en particular a los asalariados más modestos, permitieron reabsorber parcialmente las desigualdades sociales. Pero esa tendencia se terminó. El último informe del gobierno federal publicado en 2021 revela una fuerte concentración del patrimonio alemán. Y la pandemia agregó aún más precariedad.
Con casi 80 años, Horst Gauck trabajó toda su vida en una planta de montaje automotriz. Jubilado hace diez años, conseguía llegar a fin de mes con dos trabajos sucesivos como vigía nocturno en sendos parkings del centro de Berlín. Llamados “mini-jobs”, esos contratos a tiempo parcial, limitados a 450 euros por mes, permitían a miles de personas llevar una vida normal.
“Pero con la pandemia todo se derrumbó”, dice Gauck por teléfono desde los suburbios de Berlín. Más del 60% de esos puestos (870.000 en todo el país) desaparecieron en un año.
Gauck, que votará a la socialdemocracia hoy, hubiera preferido a su edad ocuparse tranquilamente de su jardín. “Pero, con una jubilación de apenas 1000 euros –confiesa– no consigo ni pagar el alquiler. Entonces, hago lo que puedo para conservar la cabeza fuera del agua”.
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